Siglo XXI Cambalache
“Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida” (“Cambalache”)
Será que la muerte de Maradona me puso en modo “orillero”, que la escalada exponencial de la pandemia en mi país me puso en modo “temeroso”, o que la salud de Tabaré me puso en modo “melancólico”; el asunto es que de pronto el mundo de certezas en el que uno intenta toda su vida vivir terminó finalmente por sacudirse. Sólo falta un temblor de tierra.
A lo largo de estos nueve meses venimos transitando intuitivos, negadores, esperanzados, y muy uruguayos: “acá no pasa nada…” Y sin embargo, está pasando. Dice Shakespeare en boca de Rey Lear, “nada viene de la nada”, y dice La Biblia en Eclesiastés, “hay un tiempo para cada cosa”: a poco de finalizar el año pandémico de 2020 nos vemos sumidos en una suerte de frenesí febril, caos evitable, y consecuencias anunciadas devenidas realidad. Cuando en marzo se cumpla un año del mandato del Presidente Luis Lacalle Pou, este país, Uruguay, no sólo sabrá en qué estado recibirá las primeras dosis de la bendita y esperada vacuna, sino cuál es su verdadera naturaleza como país al haber atravesado una crisis mayúscula, como nunca en su historia.
La muerte de Maradona y sus funerales fueron la culminación de un criterio político electoral en el manejo de una pandemia que ha superado largamente a los argentinos; no podía haber sido de otra manera, no está en su naturaleza, por más que muchos argentinos critiquen todo el peligroso y cuidadosamente armado despliegue de excesos y falta de solidaridad. En los EEUU ha sido una elección la que ha desnudado las debilidades y naturaleza de una sociedad, su vastedad incontrolable, su liberalismo individual llevado al paroxismo. Cada país se refleja fielmente en el espejo de la pandemia. Uruguay recién está alcanzando las cifras que nos pondrán verdaderamente a prueba. Hasta ahora, había sido un juego de niños. El susto nos guardó sólo dos meses. La libertad responsable parece tener vencimiento. La pregunta es, ¿quién se hará cargo?
El Presidente Lacalle Pou se ha hecho cargo hasta ahora pero parece reticente cuando todo aquello que el gobierno no puede, en principio, controlar se está saliendo de cauce. Los hechos prueban que cuando la actividad está normada y controlada, no hay contagios, y que cuando la actividad es espontánea, sí los hay; al punto que ya hemos perdido buena parte de la famosa “trazabilidad”. Por lo tanto, parece lógico, todo aquello no controlable, espontáneo, debería ser prohibido. De lo contrario, el concepto de “cambalache” y su connotación (que es poética sólo en la vidriera protegida de un cambalache) amenaza con convertirse en un estilo de vida. Basta con levantar la vista para ver con qué facilidad prevalece el caos cuando la política electoral se mezcla con las políticas públicas.
Recortar algunas libertades individuales (como la libertad de reunión) no parece ser un precio excesivo a pagar en aras de mantener una economía abierta y una sociedad razonablemente sana. El relato golpista y la experiencia de la Dictadura Cívico-Militar han dejado una sociedad muy sensible al uso de la autoridad y el legítimo poder. No actuar en las circunstancias actuales es alimentar el caldo de cultivo para mayores desastres en un futuro demasiado próximo. O sea: sabemos lo que vendrá pero por ser políticamente correctos no actuamos para evitarlo.
Si una sociedad está constituida por la suma de sus individuos y organizaciones, dejando al gobierno que tome sus decisiones (no está en nuestro poder influir sobre las mismas ahora), somos los individuos y las organizaciones los que debemos tomar nuestras propias medidas y predicar con el ejemplo. No en vano los contagios que no cesan aun en el seno de la Selección Uruguaya de Fútbol han tenido semejante repercusión; si ella es un ejemplo que exportamos al mundo, igual de ejemplares son sus falencias.
Todo esto me lleva a pensar en los ámbitos donde los ciudadanos de a pie nos movemos. Nuestras casas, familias, encuentros, y organizaciones sin fines de lucro. Sin ánimo de volver a los cierres absolutos, cada uno, cada grupo de interés o cada comunidad de fe, debe dar el ejemplo y reducir los riesgos mediante su propia y libre auto-gestión. Clubes sociales, templos de cualquier religión, fiestas y celebraciones de cualquier tipo… si no suspenderse, todo debería reducirse a su más mínima expresión. Aprovechemos la tecnología como supimos hacerlo al principio. Ahora ya sabemos con certeza que en un año esta coyuntura será historia. Ojo con dinamitar los puentes que nos lleven a ese momento de alivio y luces al final del túnel. Miremos sobré qué “rastros de difuntos” estaremos recorriendo el camino que nos queda recorrer.
Como judíos, nuestra noción de la historia y nuestro cuestionamiento ético se atraviesan en una singular conjunción que por un lado nos define y por otro nos desafía. Estamos llenos de episodios de pérdida (cada generación suma la suya), pero al mismo tiempo estamos llenos de esperanza porque sabemos que en definitiva, parafraseando a otro poeta, “se trata de caminar”. Sabemos que siempre vendrá un tiempo mejor. Nadie puede enseñarnos a sobrevivir y superar las crisis, las pandemias, las noches más oscuras. Como en el edificio de Yad Vashem en Jerusalém, al final del recorrido la luz encandilará. Pero hay que recorrerlo para llegar al final. Detenerse en cada etapa, no omitirla.
Demos todos y cada uno pasos ejemplares. No sucumbamos a la desidia de las masas, a la cacofonía de demandas y urgencias que ignoran lo obvio. Actuemos como quisiéramos que actúen nuestros semejantes, sin esperar que el Estado nos obligue, sino obligando mediante la acción espontánea y libre de quienes nos sabemos, básicamente, vulnerables. En definitiva, seamos libres y responsables, y esperemos que el entorno multiplique las conductas y no los contagios.