Benedetti
Mario Benedetti es uno de tantos artistas que La Izquierda reclama como propios y exclusivos, cuando aun desde su inequívoca ideología fue de todos: uruguayos, latinoamericanos, españoles, hispano parlantes. Tal vez el equívoco surja porque su figura y su dimensión se construyeron a la inversa: primero fue el gran escritor, experimental, auténtico, serio, y pretencioso; luego se convirtió en el servidor de una causa. Una cosa es su Inventario Uno de 1963 y sus sucesivas ediciones, otra sus Inventario Dos y Tres. Siempre fiel a sí mismo, durante mucho tiempo lo hizo desde la mejor literatura, luego ya lo hizo desde la mejor intención. Yo me quedo con aquél de los años cincuenta y sesenta, su producción previa al exilio, su búsqueda de una autenticidad montevideana que tanta nostalgia me provocó.
No tengo duda que los grandes autores no sólo leen sino que emulan a otros grandes autores. “Montevideanos” de Benedetti tiene toda la complicidad de “Dublinenses” de James Joyce. Ambos recogen la experiencia personal en personajes urbanos, en la cotidianeidad, en la esperanza y el fatalismo insoslayable. La epifanía de “Eveline” no es distinta a la de los amantes en “Los Pocillos” o del narrador en “Los Novios”. De todos los cuentos, a pesar de la popularidad de “Los Pocillos”, yo me quedo con “Sábado de Gloria” y su magnífico cierre: “Me sostenía una insulsa curiosidad por verla desaparecer, llevándose consigo todos mis hijos, todos mis feriados, toda mi apática ternura hacia Dios”.
Mi personal obra cumbre de Mario Benedetti es, sin embargo, “Gracias por el Fuego”. Es curioso que así como la versión cinematográfica destrozó esta novela, en el caso de “La Tregua” podría decirse que estuvo a la par. En toda su brevedad, “La Tregua” es una gran novela íntima, una precursora de lo que años más tardes llamaríamos “historias mínimas”. El triste Martín Santomé, un jubilado de cincuenta años (inimaginable hoy en día) y la tímida, casi adolescente Laura Avellaneda, tejen una historia de amor digna de “Romeo y Julieta”: entusiasta, eufórica, breve, imposible, y trágica. Si la novela es perfecta, la película de Renán no la va en zaga. Se da el lujo, además, de contar con actuaciones de los más grandes actores argentinos de todas las épocas: Héctor Alterio y la Picchio, Brandoni, Oscar Martínez, Marilina Ross, Gasalla, el propio Renán, y casi inadvertida, Norma Aleandro. La película ha sido el mayor y mejor tributo a la obra de Benedetti de todos los tiempos.
Pero yo me quedo con las peripecias de Ramón Budiño, con su destino fatalista y trágico. Los Budiño y sus peripecias son la metáfora perfecta del país que Benedetti percibía. Sin escatimar en su desprecio por los tipo Edmundo Budiño, crea dos hermanos, Hugo y Ramón, uno mezquino, el otro idealista, como únicas dos opciones en un país en vísperas de tiempos sombríos. Como en “La Tregua”, ni siquiera el amor puede salvar al mundo: el amor entre Ramón y Dolly es tan fatalista como el de Santomé y Avellaneda.
“Porque te tengo y no” dice el mejor poema de Benedetti en medio de su prosa irónica, divertida, costumbrista, auténtica; “porque te pienso, porque la noche está de ojos abiertos”; porque Benedetti sabía que para trascender no alcanzaba con la tragedia urbana, hacía falta poesía, metáfora, y connotación. Porque aun antes del más inequívoco de los destinos, siempre veremos la copa de los plátanos como un leit-motif apaciguador; porque después del más inequívoco de los destinos, deberemos refugiarnos en la poesía: “Porque te miro y muero/ Y peor que muero/ Si no te miro amor/ Si no te miro”. Nada demasiado nuevo en esto del amor y la muerte, pero nunca tan montevideano, tan nuestro, y al día de hoy, tan actual.
Aun andan por ahí los “guarangos” como Hugo Budiño, los ferozmente cínicos como Edmundo Budiño, los ingenuamente idealistas como Ramón Budiño, y los combativos como Gustavo Budiño. El país sigue dando sus estereotipos y difícilmente escape a su propio destino de identidad difusa, de aspiraciones latinoamericanistas, de influencia británica, cultura renacentista, y una búsqueda permanente de una identidad que no está ni en un lado ni en otro. Lo que Benedetti llamó “el país de la cola de paja”, eso que acaso el fútbol haya venido a salvar, un juego extranjero que hemos hecho tan nuestro que nos ha distinguido entre las naciones.
Paradójico, considerando qué poco escribió Benedetti sobre fútbol: alguna mención costumbrista y despectiva, y el brillante cuento “Puntero Izquierdo” en “Montevideanos”. Daría la impresión que habiéndolo vivido, no encontró mayor mérito en contar la gesta de Maracaná. Porque de sus primeras y más auténticas obras da la impresión que el hombre siempre se preocupó más por el ciudadano común, el oficinista que corría el ómnibus, el empresario que se culpaba de su propio bienestar en desmedro del de sus semejantes, que de la gloria nacional representada por once hombres de pantalón corto.
Fue un escritor comprometido desde la primera hora, pero trascendió su compromiso e ideología a través de una pequeña gran obra ineludible para cualquier uruguayo. Todo lo que vino después de 1985 es parte de la historia política del Uruguay post-dictadura. Se reescribió a sí mismo, y nunca con el nivel de sus primeras obras, en el género que fuera. Mereció todos y cada uno de los homenajes que se le hicieron y se le hagan. Mereció recitar su poesía con Viglietti y mereció ser musicalizado por Serrat. Aun si esa obra suya es mucho menor que la primera. Benedetti nos puso en la lista de best-sellers de cualquier librería en cualquier lugar del mundo que se jacte de ofrecer literatura hispanoamericana. Con el paso del tiempo Maracaná es más y más leyenda que historia, pero Benedetti y sus montevideanos, su tregua y su fuego, como la buena literatura, trascenderá al paso del tiempo.