Revelaciones de Elul

En esta última semana, la primera del mes de Elul, se me han cerrado dos círculos personales. Cada uno a través de una canción que he disfrutado toda mi vida. No se trata de cambios en mi quehacer cotidiano, sino de mayor sensibilidad y hondura en los pequeños signos y señales que componen la vida.

Hay una famosa canción interpretada por Yehoram Gaon y compuesta por Yaron London y Nurit Hirsh llamada “Guesher Alenby” sobre el famoso y modesto puente sobre el río Jordán que une Judea con Jordania a la altura de Jericó; hoy clausurado como punto de cruce. Como otra canción de London, “Mirdaf”, los suyos siempre fueron textos no sólo poéticos sino paradójicamente realistas acerca de aquello que buscaban capturar. En el caso de “Allenby”, en épocas en que “Paz” era todavía sólo una aspiración pero, aun en estado de guerra, el tránsito sobre el precario puente era fluido, la canción describe un devenir constante de los “primos” entre las míticas tierras de Amón y la Meca y la Mesopotamia. Vale la pena ver el video en este link, aunque Gaon disfrazado de efendi resulte por momentos ridículo. https://youtu.be/zeiknt4EleE

Hoy, lunes 31 de agosto de 2020, las redes sociales nos han hecho testigos del aterrizaje del vuelo ELAL 971 en Abu Dabi, primera señal franca de la normalización de relaciones entre Israel y los EAU. El detalle es que el vuelo fue sobre territorio Saudí, generando una normalización implícita que sólo suma y confirma la enorme trascendencia del momento. En este contexto, cincuenta años más tarde, la letra de Yaron London, por entonces profética, hoy se torna mesiánica.

Tal como él lo escribió, “el Efendi Abdala llegó de la Meca, Abdala trashumará hacia Aram Naharaim, Abdala llegará a Kuwait”. El “puente” al que cantó London se transforma en esta nueva realidad en puentes aéreos que atraviesan los desiertos arábigos, y los camiones esperando pasar la Aduana han volado todos en el vuelo 971 de ELAL. Dudo que London tenga la creatividad de su juventud, pero no faltará quien escriba una canción que inmortalice esta ocasión; creo que el cancionero israelí le ha escrito más a su geografía que al amor. En cualquier caso, estos aviones que cruzarán el desierto de ida y vuelta, aun en sus estrictas rutas aéreas, simbolizan el deambular de generaciones que nos trajo hasta la Tierra de Israel en primera instancia.

Por otro lado, el Rabino Daniel Dolinsky de la NCI dio una clase magistral sobre el calendario hebreo y las festividades de Tishrei, su preámbulo en Elul, y su conclusión en Shemini Atzeret. Hurgando en las profundidades del pasado agrícola, este período de cierre y comienzo de un nuevo ciclo, como ese momento diario “entre los soles” cuando no es ni noche ni día, ha quedado fijado por nuestros sabios como momento bisagra entre un año y otro. No hay un cierre absoluto ni hay un comienzo desde cero, Elul y Tishrei son un continuo que nos dispone a seguir adelante. Este año 5780/5781, 2020 del calendario gregoriano, esta idea es especialmente significativa.

Cuando terminábamos de escuchar la clase del Rab tuve uno de esos momentos de epifanía poco frecuentes. Una vieja canción muy setentosa, interpretada y musicalizada por el popular cantante israelí Zvika Pik sobre un poema de Natan Yonatán, canción que siempre he amado y difundido, de pronto cobró un sentido que no sólo hasta ahora me eludía, sino que daba toda otra dimensión a la simple experiencia de escucharla. La canción está en https://youtu.be/JrlZvIaVPBk

Podría escribir un pequeño trabajo de interpretación y contexto de la canción, y sobre todo trabajar sobre sus alusiones bíblicas, sus historias, y su consecuente riqueza semántica. Uno de hecho podía entender palabras y frases, intuir ideas, y sobre todo disfrutar el lenguaje poético, especialmente embellecido por la melodía de Pik. Pero sólo cuando podemos entender el significado más profundo de esta época del año, del calendario hebreo que sostiene nuestra tradición, podemos cabalmente no sólo “entender” sino imbuirnos de la experiencia poética y transformarla en una experiencia de identidad.

Natan Yonatan fue un intelectual y poeta de izquierda, criado en un kibutz, profesor de Literatura. Seguramente, no fue un hombre “religioso”. Pero como ha repetido la profesora Rajel Korazim una y otra vez, cualquier israelí medio, secular y culto, conoce las referencias bíblicas más allá de toda filiación religiosa. El uso de alusiones bíblicas es un recurso de la literatura hebrea en todas sus vertientes. No me cabe duda alguna que Yonatan sabía en qué contexto escribe esta canción sobre el paso del tiempo, el encuentro entre Av, Elul, y Tishrei, la inocente búsqueda de la pureza de un niño imaginario, las peripecias de amor y muerte de Shaúl, David, y Yonatán,  y los pecados, “originales” y de los otros. No sólo porque lo escribe inspirado por su hijo caído en la guerra de Iom Kipur, sino porque está escribiendo su lectura personal de Iom Kipur, su propia “Akedat Itzjak”.

Yo no pude entenderlo hasta que alguien supo explicármelo. Tampoco era tan simple de entender. No se trata de aplicar una fórmula matemática sobre el poema, como quien resuelve una ecuación. La poesía nunca resuelve, sólo aproxima, sensibiliza, profundiza en la experiencia personal. A su vez, es la sumatoria de experiencias personales las que constituyen la experiencia comunitaria. Es sólo en comunidad que pueden ocurrir estos encuentros entre una propuesta educativa e intelectual y una búsqueda intuitiva y personal. Tal vez ocurra precisamente en tiempo de pandemia, con sus ausencias e incertidumbres.

Tal vez, como cierra el poema, la historia empieza ahora: los ciclos no se cierran, se suceden, y llevaremos con nosotros la pandemia y sus consecuencias, las pérdidas y las oportunidades, hasta que el próximo año se vuelvan a juntar estos meses llenos de expectativa, esperanza, y significado.