Líbano y Después
Tenemos una naturaleza perseguida. Cuando empezamos a contarnos nuestra propia historia lo hicimos desde bien atrás y bien abajo: “porque esclavos fuimos en Egipto”. Nuestro mito fundacional está explicado por el “brazo extendido” de Dios, así como por nuestra propia capacidad de avanzar. Vagamos cuarenta años por el desierto. Durante un milenio nos aferramos cómo pudimos a la prometida tierra, pero finalmente volvimos al exilio y la persecución. Hasta que dos mil años más tarde adquirimos una soberanía que jamás habíamos gozado. En eso estamos hoy.
Todavía somos un pueblo perseguido, y sobre todo, un pueblo que se identifica con el perseguido y el oprimido. No en vano Rosa Luxemburgo y Trotsky fueron judíos, no en vano Heschel caminó con Martín Luther King, o Marshall T. Meyer con la causa de los Desaparecidos. A tal punto la nuestra es una narrativa de persecución, que lo que Einat Wilf ha denominado la “guerra de las palabras” la han ganado, irónicamente, los Palestinos a fuerza de apoderarse de ella y ubicándonos en el rol de perseguidores. Rol que por otra parte muchos de nosotros se han tomado muy en serio, persiguiendo y predicando desde una suerte de Olimpo judío e israelí las imperfecciones y carencias del resto de la Humanidad. Aun cuando hacia nuestra interna sabemos que no siempre estamos a la altura de la circunstancia y que muchos somos a la vez perseguidos y perseguidores. En suma: la Emancipación ha logrado su objetivo y nos hemos “normalizado”. Parafraseando a George Steiner, “la patria judía ya no es sólo el texto”, sino una realidad mucho más cruda.
Todo esto viene al caso con lo sucedido en Beirut hace una semana, y sus posteriores consecuencias. Nobleza obliga, hay que reconocer el gesto del brazo extendido de Israel en auxilio de un Estado soberano pero enemigo (desde el punto de vista formal, Israel y Líbano están en estado de guerra); ninguna actitud humanitaria nos es ajena. Tampoco pequemos de ingenuos ni subestimemos a nuestros vecinos: si del Líbano ha venido “el mal” bajo la forma de Hezbolá e Irán, seguramente para ellos de Israel han venido buena parte de sus calamidades. Basta con ver la excelente película “El Insulto” en Netflix.
¿Vamos a olvidar invasiones que llegaron hasta la puerta de Beirut? ¿La asociación con las falanges cristianas? ¿Los intentos de dominio militar en el sur del país para neutralizar los bombardeos sobre Israel? Si Líbano no tiene las manos limpias respecto a Israel, tampoco éste las tiene respecto del Líbano. Eso es la guerra. Al mismo tiempo, tanto Líbano como Israel tienen muchos otros problemas que enfrentar en sus fronteras: Siria es un problema común, aunque Líbano es más permeable que Israel; Irán es otro problema común, aunque con diferentes connotaciones; ahora Turquía manifiesta su interés en el Líbano. En la división de fuerzas sunitas-chiitas mediante la cual se entiende el Oriente Medio hasta hoy, Israel y Líbano no han estado en el mismo eje, en la medida que Líbano ha estado bajo dominio de Hezbolá/Irán.
Está bien que se ofrezca ayuda; lo que no está bien es la auto-promoción ni la prédica moralista sobre el origen de los males de la entidad a la que ofrecemos ayuda. La bandera del Líbano en la Municipalidad de Tel-Aviv es una exageración, una maniobra política populista. Reverberar en Twitter la ayuda ofrecida por Israel es echar más combustible en la ya arrasada Beirut. Hablar de corrupción a la vez que se ofrece ayuda humanitaria es de un cinismo feroz, porque la corrupción es la madre de todas las tragedias en los Estados fallidos. Si realmente somos sensibles a los perseguidos, a los “esclavos” de otros “Egiptos”, no hay postura más genuina que respetar su propio relato y su propio destino, así como queremos que nos respeten y reconozcan el nuestro.
El presidente de Francia Macron acudió presuroso a Beirut,; la influencia francesa en Líbano es indiscutible. No dudo de las buenas intenciones del gobierno y pueblo de Francia, pero tampoco ignoro sus intereses históricos. Además, ahora la Turquía de Erdogan ha salido al cruce de la movida francesa. Israel no es Francia. Israel no tiene lo que hacer en el Líbano excepto cuando se ha visto forzada para defenderse (y aun así es discutible, complicado, y peligroso), no tiene vínculos culturales ni de ningún tipo. Tal vez algún día, pero no hoy ni ayer. Líbano lo dijo claramente: no le interesa la ayuda israelí.
La ayuda, si la piden, debe ser puntual, de bajo perfil, y estrictamente humanitaria. Ni siquiera desde el mero discurso Israel o los judíos tenemos lo que decir respecto al Líbano y la tragedia de Beirut, excepto penar por la situación en que están envueltos. Con respeto y distancia. Porque en definitiva tampoco Israel ni el pueblo judío somos dueños de todas las causas justas de la Humanidad. Al tiempo que el Líbano se pregunta cómo encarnará el mito del Ave Fénix, cuando todo su gobierno ha renunciado, Israel debe ocuparse de enterrar a sus muertos por el virus del Corona, de asegurar la convivencia de sus “tribus”, y de volver a tener un gobierno que lo haga sentir razonablemente orgulloso de sí mismo, de su razón de ser. La “luz para las naciones” debe iluminar primero y sobre todo, en casa.