¿Cuál será mi lugar estos Iamim Noraim 5781?

Sin poder decir “agua va” Pesaj se nos vino encima. Como es una festividad esencialmente familiar, cada uno protegió a los suyos y, zoom mediante, se quedó en su casa e hizo el Seder de Pesaj como corresponde. No hubo rezos en las sinagogas, pero esa no es la esencia de Pesaj; a la mayoría no le cambió demasiado que haya o no minianim disponibles. Obedecimos y nos quedamos en casa, como está escrito. La libertad, si todo va bien, será el año próximo; este año tocó Covid.

Rosh Hashaná y Iom Kipur es otra cosa. Son festividades esencialmente comunitarias. Las sinagogas y los centros comunitarios se construyen pensando en las congregaciones de esas fechas. Escuchar el Shofar en Rosh Hashaná es en comunidad, con los niños apiñados a nuestros pies y tan expectantes como nosotros. Iom Kipur es el día ineludible, el que no pasa desapercibido. No hay banquete festivo, hay ayuno y congregación; introspección y meditación; reencuentro y afectos; proximidad y hermandad; pertenencia y ubicación. Cada año nos reconocemos, cada año nombramos a los ausentes, cada año recordamos de pie, hombro con hombro, a todos quienes nos hicieron llegar a ese momento. ¿Qué pasa este año, el año de la pandemia?

Este año será la primera vez que diga Kadish en Izkor. ¿Cómo, dónde? Soy activista comunitario, conozco al detalle los pormenores de organizar una jornada como Iom Kipur, he estado en primera fila, en quinta fila, he recorrido el templo saludando y sonriendo, me he emocionado con la emoción de la gente; pero este año mi pregunta se reduce al contexto en que diré Kadish por mi papá Iosef ben Pinjas Z’L. Soy uno entre cientos que se sensibilizan acerca de su desamparo cuando me doy cuenta de todo lo que nos ha robado la pandemia.

No soy observante ni especialmente creyente en ese Dios que se torna tan formidable en Iom Kipur. Soy judío no por fe sino por pertenencia y afirmación. Mi hábitat comunitario se verá transformado, los rituales que conozco, adaptados, las sensaciones y ritmos biológicos del día, alterados. Como congregante, no sé cómo será y me preocupa, suma angustia a la que ya trae consigo esa fecha. Como directivo de una comunidad líder, me desvela encontrar soluciones para generar experiencias que, si bien nuevas e inesperadas, sean significativas. Mucho antes de Musaf en Rosh Hashaná ya nos estamos preguntando quién vivirá y quién morirá. Yo el directivo me desvelo por yo el congregante, el que ocupa un lugar. ¿Cuál será mi lugar estos Iamim Noraim 5781?

Porque en definitiva será la suma de cada uno, en nuestra presencia física o virtual (porque nadie debería estar ausente), la que asegure no sólo por este año atravesar el momento culminante del calendario hebreo, sino el año próximo (¿será Covid-free? who knows…), y el siguiente. Lo que suceda o no suceda este año dejará su marca para el futuro: en nuestros corazones y memoria, y en el sentido profundo de lo comunitario. Tal vez sea este año, como ningún otro, el año en que finalmente comprendamos qué sucedería si no hubiera comunidades, sinagogas, congregaciones, un espacio donde todos podamos juntarnos y estrecharnos y sentirnos. No en vano, a cuatro meses de Rosh Hashaná, muchos se acercan a preguntar, y la mayoría se lo pregunta sin decirlo. A cuatro meses, los Iamim Noraim son mañana.

Distanciamiento social no es idishekeit; menos aun, quedarse en casa. Que un prestigioso empresario  ofrezca delivery de sus especialidades no sustituye las simjes, las fiestas; enterrar a nuestros muertos con minián mínimo, no aporta consuelo sino que aumenta el duelo. Desde esta realidad, afrontar los próximos Iamim Noraim será el desafío de una generación. Seguro que en el Guetto de Varsovia pasaron peor; pero nos hemos jurado no volver a esas situaciones. Y sin embargo…

No visualizo por ahora que la pandemia del Covid haya producido grandes cambios a nivel comunitario. Seguimos compitiendo por espacios de poder y por recursos con el fin de que nuestras agendas de turno prevalezcan, sean ideológicas o sociales. Tampoco sé cómo llegaremos a Setiembre, en qué estado sanitario, en qué configuración laboral, social, cultural a nivel nacional. Lo que sé es que la certeza nuestra de cada año en Iom Kipur, sólo amenazada por las leyes naturales de la vida, este año está amenazada por una mutación microscópica que ha puesto en jaque a la especie humana. Muchos han ocupado sus lugares como profesionales, otros como emprendedores, otros como ciudadanos de a pie, simplemente obedeciendo. ¿Y nosotros?

Cuando estemos ante esos portales del cielo que se cierran en Neilá, ¿cuál será nuestro lugar entonces? Quiero saber cómo llegaremos hasta allí, porque siento que corremos riesgo de no llegar. De perder esa noción de lo sublime que experimentamos cada año a manos de una pandemia y sus consecuencias sociales y políticas. A la hora del hombre solo frente a sí mismo y a su Dios, ¿cómo lo sostendrá su comunidad? ¿Cómo sostendrá él  a su comunidad?

El desafío es enorme. Es mucho más que finanzas, donaciones, compromiso. Si tenemos que detenernos en eso es que no hemos entendido nada. El desafío es acerca de ser, estar, inspirarnos para un nuevo ciclo, y dotar de propósito nuestra existencia. No sé qué es un terremoto pero esto se le parece; nos obligan a correr las sillas de lugar, nos prohíben el abrazo, la proximidad, nos piden que seamos menos congregación. Estar juntos y cumplir las normas, estar juntos aun cuando haya cientos de ausentes físicamente, estar juntos aun cuando omitamos ritos y costumbres; llegar a todos y cada uno al costo que sea, que se escuche el Shofar en los confines de la ciudad y en otras ciudades también. Ese es el desafío de la hora. Mi yo directivo quiere darle respuestas a mi yo congregante. Tenemos que dar amparo frente al desamparo de la pandemia. En última instancia, todo se reduce, como está escrito en el Majzor, a saber cómo transitamos de este Iom Kipur al próximo, que venga a nosotros en paz. Y salud.