4 Copas
Hubo un tiempo en que apenas sabía acerca de las cuatro copas. Como niño sabía de la existencia de cuatro preguntas, doce plagas, y tenía cierta vaga noción acerca de cuatro hijos. Hubo un tiempo en que el Seder de Pesaj era para mí una larga y multitudinaria velada que transcurría tediosa y lenta: Pesaj en el Hogar de Padres de la NCI de Montevideo allá por los años sesenta, rodeado de “ancianos” (muchos tendrían los años que yo tengo hoy) compuestos, formales, y rigurosos en las normas. La verdad, allí nunca me enteré de nada. Para mí el Seder eran aquellos trozos de Hagadá que leíamos en la ceremonia escolar: representativo, simbólico; se cumplía el precepto de contarle a los hijos.
Mi primer Seder con noción de tiempo fue en Israel. Fue la primera vez que un grupo familiar compartió la lectura de la Hagadá y de ese modo todos fuimos parte. La familia Lemberg, viejos amigos de mis padres, nos introdujo en el goce simple de la lectura compartida, de la historia contada entre todos. Desde entonces he sido muchas veces invitado y otras tantas anfitrión; siempre agradecí y respeté las costumbres del lugar, pero siempre sostuve y supe que, para mí, hay una sola forma de aprehender la festividad: ser protagonista, tal como pide el texto.
Como si faltaran preguntas en Pesaj, a mis hijos y a mí nos gusta especialmente cerrar el Seder con las trece preguntas finales acerca de “Quién Sabe” qué significa cada número, por sobre el fatídico círculo de violencia que narra “Jad Gadia”. Cantar “Ejad mi-Iodea” nos hace sentir protagonistas.
Muchos años después buenos amigos emprendieron y realizaron un ambicioso proyecto: recrear la Hagadá Israelit de Noam y Mishael Zion en una versión latinoamericana. La “Hagadá Latina” me dio a mi familia y a mí, y a todo quién la abra por primera vez, una dinámica y una estética totalmente renovadas respecto de la Hagadá tradicional; la cual, por cierto, permanece intacta. Desde entonces, año a año, voy leyendo una y otra vez el texto canónico así como los agregados y comentarios. De ese modo la experiencia activa de Pesaj se enriquece y nunca es igual a la del año anterior; podemos afirmar esa noche que efectivamente algo ha cambiado.
Después de todo este proceso personal, uno entre tantos, la noción de tiempo finalmente se materializa. Hubo cuatro copas en mi historia personal de Pesaj: el niño sin noción del tiempo; el joven que empieza a percibirlo; el padre que cuyo tiempo es el de sus hijos; y el adulto para quien el tiempo es siempre un desafío.
Copa a copa consagramos primero el tiempo, luego la propia historia que estamos contando, más tarde agradecemos haber podido contarla, y finalizamos celebrando la esperanza de volver a hacerlo el año próximo. Como los cuatro hijos, las cuatro copas también son una progresión; a diferencia de los cuatro hijos, las copas son todas simbólicamente iguales, pero nosotros las dotamos de sentido. Las copas consagran los tiempos dentro de un tiempo especial, Pesaj: cuando dedicamos ocho días a contar y recrear la historia de nuestra liberación.
Ianai Silberstein, 15 de abril de 2016