Incertidumbre
“El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre,”
(G. García Márquez, “Cien Años de Soledad”)
La incertidumbre es tan grande que ni siquiera sabemos cómo nombrar lo que sigue: ¿futuro, el día después, la nueva realidad? Cualquiera de estos conceptos es tan finito que seguramente deja fuera de su amplitud semántica, cualquiera sea, opciones. Alguien dijo: en tres meses Covid19 habrá pasado. ¿Cómo lo sabe? ¿Quién se lo contó? Otro dijo: esto es una “nueva realidad”. A priori parecía que el concepto aplicaba, pero si ya estamos en una “nueva realidad” hoy, ¿cuál será la de mañana? Lo nuevo es nuevo apenas un rato; pregunten a quienes han comprado un auto cero kilometro; pregunten a un niño.
A casi dos meses de comenzada la pandemia en Uruguay, y aun considerando lo benigna que ha sido, me atrevo a decir que lo peor del fenómeno no está en los muertos, ni en la amenaza al sistema de salud, ni en el aislamiento social, ni en la vida familiar puesta a prueba, ni en la falta de contacto físico; lo peor está en la incertidumbre.
Miles y hasta millones de personas en todo el mundo han sacado a relucir sus cualidades frente al desafío, mientras que otros tantos, sin ánimo de contar cuántos suman en uno y otro bando, han hecho gala de una falta de escrúpulos pasmosa. Hay liderazgos que se erigen, otros que se desmoronan. Lo cierto es que nadie sabe a ciencia cierta qué hacer ni cuándo. Se sabe cómo, pero es sólo paliativo, no curativo.
Por lo tanto, no hay “día después” ni “nueva normalidad”. Quien subestime el futuro, asuma que la “nueva normalidad” será nueva pero parecida a la que conocemos, peca de ingenuo. Tomar decisiones con más de dos semanas de antelación (tiempo de incubación del virus) es una imprudencia. Todo lo que creamos saber, toda la información que acumulemos, todo lo que nos aferremos a una ilusoria noción de certitud, no será en vano, pero no necesariamente será.
En la era del conocimiento científico, cuando exploramos los confines del universo, cuando creíamos que no había epidemia que no pudiéramos controlar, cuando existe la certeza que curaremos el cáncer, cuando los algoritmos saben todo acerca nuestro, cuando viajamos más rápido y más barato cada año, cuando el mundo es global, cuando todo ese vértigo nos embriaga de soberbia, miramos a través de la ventana y no sabemos dónde acecha la amenaza. Nos volvemos locales en lugar de globales, virtuales en lugar de reales, y vemos cómo nuestros recursos se escurren como el jabón entre nuestras manos.
“Cerrá tus ojos y sentí la incertidumbre” dice el rabino Aron Moss; “lavate bien las manos, y cada vez que lo hagas, sabé en qué manos estás”. Sin duda el rabino se refiere a Dios. Yo pienso en mi incertidumbre y lo que está al alcance de mis manos hacer. Porque más allá, no sé.