Shemini 5780

“Shemini” es acerca del octavo día y acerca de lo prohibido y lo permitido.

Después de todos los sacrificios y sus formalidades tal como los leemos en “Tsav”, “Shemini” es el día después: por un lado, es más de lo mismo, pero focalizado en la figura de Arón y sus hijos, los sacerdotes o “cohanim”; por otro lado, es una recreación extrema de lo mismo cuando dos de los hijos de Arón, Nadab y Abiú, toman “sendos incensarios donde (ponen) incienso no prescripto y (presentan) así un fuego extraño al Eterno” (Levítico 10:1). De lo cual se deduce que las palabras clave de esta porción de la Torá no es tanto su título, “Shemini”, sino acerca de lo “prescripto” y lo “extraño”, lo permitido y lo ajeno. Desde entonces y para siempre los judíos hemos vivido con la noción atávica de “se puede o no se puede”, “qué dice el rabino”, o en definitiva, cosas que los judíos no hacemos, o deberíamos no hacer.

El dios del Pentateuco es un dios celoso y colérico. Ha servido de excusa y herramienta para antisemitas de todos los tiempos. También ha sido razón de la existencia de la tradición oral que viene a explicar y en algunos casos suavizar, en otros acentuar, los mandatos y los actos divinos en el texto original.

Es en ese contexto primitivo que se entiende (o no) el castigo divino: “Entonces salió un gran fuego del Eterno que los consumió, muriendo así ante el Eterno” (Levítico 10:3). El mismo fuego que devora los sacrificios gratos a Dios en este caso “devora” (en el original “se los comió”) a los dos trasgresores. En el versículo 3 agrega: “Y Aarón permaneció silencioso.” El silencio de Arón es tan misterioso como la reacción divina. No hay juicio, no hay preguntas, no hay discusión, como sucede en otras ocasiones, desde Génesis 18:25 previo a la destrucción de Sodoma y Gomorra, o cuando el propio Moshé discute con Dios acerca de la pertinencia de su liderazgo frente al faraón. El dios bíblico es colérico pero también es dialoguista. La ausencia de estos atributos en “Shemini” es elocuente por sí misma.

La segunda parte de esta porción de la Torá, a partir de Levítico 11:1, es básicamente acerca de las normas de alimentación, concretamente lo prohibido y lo permitido entre los animales terrestres, las aves, los que moran en las aguas y todo ser que se multiplica en la tierra (Levítico 11:46). El texto es genérico (por ejemplo, se permite comer animales con pezuña hendida y que rumien) pero también es taxativo: se nombran animales específicos aptos y no aptos. La idea evidentemente es legislar en detalle. Resulta curioso por qué la prohibición expresa del cerdo se convierte en la prohibición paradigmática del judaísmo, a la vez que la mayoría no recordaremos en qué categoría quedan la liebre o el conejo (prohibidos, claro).

También surge de este texto la prohibición del uso de recipientes y utensilios que hayan tocado alimentos prohibidos o impuros, la manera de purificarlos, y cómo purificarse uno sin ingirió algo inadecuado. Cuando muchas veces pensamos que los Rabinos (Jazal) complejizaron las ya de por sí exigentes leyes del Pentateuco, leer “Shemini” nos recuerda cuán complejo fue todo desde un principio.

Como conclusión un poco más constructiva, aunque no excluyente, uno podría aventurar que lo que nos “enseña” esta parashá (si creemos que la Torá tiene como función principal enseñar) es que la pureza o impureza, lo propio o lo ajeno, no son sólo dependientes de las formas y rituales sino que son inherentes a nuestra naturaleza: qué nos nutre y qué resulta superfluo al punto de prescindir de su uso.

Ya “nuestros sabios de bendita memoria” dispondrán de siglos para elaborar jurisprudencia de modo que todos estos preceptos “divinos” se traduzcan en un estilo de vida que nos contenga y de sentido, de modo de singularizarnos entre los pueblos entre quiénes nos toque vivir. Pasados los siglos, algunas normas parecen perimidas, pero en el contexto que fueron enunciadas tienen perfecto sentido. Si “santos seréis vosotros porque Yo lo soy” (Levítico 11:45), la santidad demanda acción más allá de la mera aspiración. No es cuestión de fe sino de conducta.