Seder I, o la Noche de Zoom

Hubo un tiempo en que Facebook “me salvó la vida”. No lo digo literalmente, sólo como una frase hecha, un lugar común. En el contexto de una suerte de aislamiento forzado en Montevideo rural allá por enero de 2009, Facebook era el producto estrella de la internet y me permitió conectar y tener esperanza. Con el correr de estos más de diez años, y a pesar de su deterioro y transformación en un medio publicitario groseramente obvio, conservo esa red social por dos motivos: uno, que me cuesta mucho incorporar otras de tipo vincular; y dos, en honor a lo que hizo por mí entonces. Mi vida se “reseteó” o en términos más apropiados a mi generación, “arrancó” de nuevo, Facebook mediante.

Ahora, Zoom le ha cambiado la vida a la gente. Claro, ya había Whatssap , Facetime, y Skype y tantas que ni conozco, pero Zoom permitió la multiplicación del contacto simultáneo. Con Zoom vino el caos, la cacofonía, la parcialidad, la ansiedad, y la terrible certeza de que es sólo una ficción: estamos solos y Zoom es sólo una droga que nos quita los síntomas pero no la enfermedad. Estamos solos porque por ahora ese es el único paliativo a la pandemia del Covid-19. Así que como Facebook entonces, en mi caso, todos aceptamos Zoom como una bendita fatalidad, algunos con más rebeldía que otros.

En tiempo de Pesaj, cuando por dos noches rememoramos y revivimos la salida de las estrecheces de Egipto, hemos vivido la mayor estrechez desde las noches de Pesaj de los años de la Shoá, paliados porque el encierro es, en definitiva, colectivamente voluntario; porque es en nuestras casas en condiciones de confort razonable; porqué no nos falta qué comer ni qué hacer; y porque tenemos Zoom. Si el Covid-19 es la plaga, Zoom no es precisamente la liberación, es sólo una ilusión un poco perversa y ocasionalmente provechosa. En lo personal, nunca puedo hacer prevalecer del todo lo provechoso por sobre lo perverso; prefiero la soledad, el silencio, y hasta el hastío antes que esa experiencia que en definitiva me confirma lo solos que nos hemos quedado y que me obliga a un entretenimiento artificioso porque perdimos nuestras rutinas.

Yo me quedaría con una idea tipo “a touch of Zoom”, o el famoso “touch & go” de Moria Casán: te veo, charlamos, y volvemos a dónde cada uno pertenece: sea Groenlandia, Israel, o la Polinesia. No estamos juntos no porque no queramos sino porque no podemos. El mundo cerró, ¡y nosotros celebramos Zoom! Es como cuando los países colapsan y nosotros criticamos a los políticos por el rédito que buscan en medio del colapso (llámese Netanyahu, Trump, o Alejo Umpiérrez en Rocha); nuestros mundos colapsan y nosotros buscamos rédito en Zoom. Es un poco desproporcionado.

La noche del Seder I hubo en casa tres experiencias. La primera, la vivencial: armar la mesa, preparar los símbolos, dejar pronta la cena, para en algún momento leer la Hagadá y compartir texto y canciones, bendiciones y brindis, tradiciones y creencias. Las otras dos fueron virtuales: primero, Zoom con hijos, pantalla dividida prolijamente en tres; la tecnología de los hijos siempre es mejor, ellos se veían fantástico, uno se veía como el viejo desteñido en que se ha convertido; algunas bendiciones, algunas canciones. Luego vino Zoom comunitario: cuatro pantallas de veinticinco participantes cada una, liderado por el Rabino. Un éxito. Uno quería ser parte porque uno es parte, en la otra vida, la que hemos perdido por un rato largo. Todo fraccionado en cien pantallitas mínimas: una pantallita, un hogar. Sí, hemos llegado al punto en que la pantalla es el hogar. Después no entendemos la rigidez de los ortodoxos que no permiten electrónica en Shabat o días festivos; no que yo esté dispuesto a renunciar a ellos, pero creo que entiendo más su obsesión.

El Seder II fue todo Zoom. Hasta ahora, el uso más noble que me toco a mí, en mi escasa experiencia personal. Supongo que se parece mucho más al fin con el que fue creado. Aun así, y contaré aparte en qué consistió, no estuvo exento de agotamiento, distanciamiento, y alienación.

Aceptémoslo: este Pesaj de 5780 o 2020 ha sido tan diferente que nunca más cuestionaremos o nos reiremos o apuraremos una cena de Pesaj tradicional, un Seder con todo su desorden vivencial, reparado por los abrazos y los besos y las flores y las bandejas con comida que trasladamos de casa en casa y la posibilidad de cruzarnos en la rambla al día siguiente y decirnos, “Jag Sameaj!”.