El Cuento de La Espada.

Todos conocemos la expresión “espada de Damocles”, aludiendo a un peligro inminente y amenazante sobre nuestra existencia; hoy por hoy, el Covid-19 es la espada de Damocles de la especie humana, no sólo por la cantidad de sus víctimas, sino por el colapso del contrato social que provoca. Lo que yo no conocía (hasta hoy) es “la espada de los Rabinos”, tal como narra el Talmud en Shabat 17, la página que toca leer hoy según el Daf Yomi (la “página diaria”). Dice el texto: “siendo la disputa (entre Hillel y Shamai) tan intensa, clavaron una espada en la sala de estudio. Quien quiera entrar, que entre; quien quiera salir, no podrá”.

Estoy muy lejos de poder discutir y mucho menos enseñar una página de Talmud, pero diariamente recibo y leo el newsletter de myjewishlearning.com lo cual me hace reflexionar en varios sentidos: a veces sobre el absurdo de la discusión, a veces sobre su pertinencia al tiempo que nos toca vivir. Dada la pandemia, todo lo relacionado con pureza ritual o pureza en general parece, por lo menos, relevante, así sólo sea en un sentido simbólico. Aclaro esto porque estas líneas no versan sobre el Talmud sino sobre ideas que mi lectura de un mail provoca. Hasta ahí.

Dicho esto, vale la pena reflexionar sobre la espada en cuestión. Como bien señala el rabino Avi Killip en el mail de referencia, a diferencia del famoso revolver de Chejov, esta espada nunca será usada; es un instrumento de disuasión. Este concepto ha adquirido mayor relevancia local desde el cambio de gobierno en Uruguay a partir del 2 de marzo pasado con el aumento de la presencia policial en las calles y otras medidas similares. Al mismo tiempo, buena parte de la población y la opinión pública uruguaya están pidiendo un decreto de cuarentena, como forma, precisamente, de disuadir a quienes todavía desobedecen la exhortación de quedarse en casa. Pero como en el caso de los Rabinos (en este caso, de Shamai), el instrumento de disuasión tiene también un fin político: hacer prevalecer una opinión o criterio sobre otro. Tan es así, que estas páginas del Talmud tratan sobre una de las pocas veces en que la opinión de Shamai prevaleció sobre la de Hillel (la más estricta sobre la más permisiva).

En la opinión pública judía en Montevideo parecería que la espada, bajo la forma del virus, ha servido para unificar criterios, aun cuando en primera instancia todavía hubo coletazos de las internas denominacionales. Los espacios de culto, sin excepción, han cerrado sus puertas. Todos los rabinos e instituciones se esfuerzan en prestar los servicios (religiosos y otros) que se pueden prestar en forma remota. Pero, a diferencia de la página de Talmud del día de hoy, lo que se ha evitado es la discusión; la espada no nos obliga a discutir, solamente nos recuerda la amenaza externa. En términos del texto talmúdico, muchos han elegido (y podido) salir del ámbito de discusión. Esa no es, precisamente, la mejor tradición judía.

Muchas veces hemos escuchado acerca de cómo un enemigo común (El Antisemitismo) nos une; cómo, de hecho, es lo único que nos une. El problema es que el virus del Corona no es un fenómeno antisemita; ni xenófobo, ni racista, ni de género: es un fenómeno que amenaza a la especie. Por lo tanto, es evidente que los judíos no hemos sentido la imperiosa necesidad de aunar criterios sino de proponer nuestras propias agendas. Es asombroso como en medio de la pandemia y del miedo cada grupo ha puesto sobre la mesa sus valores, criterios, y prioridades; no para encontrar un camino del medio, sino para hacer prevalecer esos mismos valores, criterios, y prioridades. Excepto el concepto “#quedateencasa”, es poco lo que hemos aprendido de la pandemia; sólo hacer lo que es debido.

Pasado este trance, algún día, esperemos que no muy lejanos, no nos olvidemos de la espada de los Rabinos que quedó clavada en el espacio público. Nos recordará no sólo lo encarnizadas de nuestras discusiones (desde los tiempos de Hillel y Shamai hasta nuestros días), sino del deseo de muchos de “salirse” del ámbito de discusión (en especial después del Iluminismo y sus consecuencias en el siglo XVIII). La espada que cuidaba y velaba por el ámbito plural de la vida judía parece estar oxidada y olvidada. Hay corrientes judías enteras y multitudinarias que prefieren desentenderse de ella. Mientras que las otras, las que todavía quieren seguir con la tradición interpretativa, adhieren al concepto de no escisión en aras de la unidad del pueblo.

Creo que las espadas, sean de Damocles o de los Rabinos, están allí para recordarnos los peligros en medio de un aparente bienestar (Damocles) o en medio de una indiferencia casi suicida (la de los Rabinos). Aludiendo a un concepto talmúdico, desconozco cuáles serán las mayorías que finalmente seguiremos como judíos; el concepto de “no desertar de las mayorías (o la opinión pública)” pregonado por Hillel en Pirkei Avot 2:5, nos enfrenta al dilema de cuál es La mayoría; si la hay. En tiempos de pandemias y plagas claramente no hemos sido “elegidos” en el sentido tradicional y chauvinista del concepto, sino que debemos elegir cómo afrontamos, cómo nos vinculamos, y cómo procesamos nuestras diferencias, una vez que sabemos que existen. Si “estas y aquellas son palabras del Dios vivo”, como también dice el Talmud, mal precisamos la espada. La cuestión es entre la espada o la palabra; por su versatilidad y creatividad, yo me quedo con esta última.

Olvidemos la espada de los Rabinos y esperemos a que la de Damocles no penda más sobre nuestras cabezas.