Nosotros y los Otros: «uno judío, otro uruguayo».
El episodio en relación a la infeliz frase de Blanca Rodríguez en su programa en radio El Espectador, 810AM del dial uruguayo, respecto a “un judío y un uruguayo” despertó una polémica encarnizada en las redes sociales y medios de comunicación, en especial en los medios judíos en Uruguay. En lo personal, soy de los que condenan la infeliz frase de la renombrada periodista; sin embargo, no soy de los que la tildaron de antisemita ni la insultaron por ello. Dicho esto, me hago cargo de lo que quiero expresar en relación a este tema del mismo modo que se han hecho cargo, entre otros, Ana Jerosolimsky y Roberto Cyjon, por ejemplo; Ana, la Directora del medio de prensa judío por excelencia en Uruguay, Semanario Hebreo, y Roberto es un renombrado intelectual, escritor, y ex presidente del Comité Central Israelita del Uruguay (CCIU). Lo hago no tanto para abundar en el tema (a esta altura ya superado) sino para, una vez más, pensarnos a nosotros mismos en relación al entorno.
La periodista y profesora de Literatura Blanca Rodríguez es una de las personas con mayor presencia e influencia en la opinión pública uruguaya. Hace más de diez años que es el rostro “oficial” del noticiero Subrayado de Canal 10, primero en el rating de noticieros a la hora pico de la TV uruguaya; además ha tenido innumerables programas de radio a lo largo de los años; es una figura excluyente, respetada, y, por qué no, formadora de opinión pública. Además, su filiación política y su vida personal, si bien no figura en revistas ni programas de chimentos, como sucedería en Argentina, es de público conocimiento. En tren de plantear hipótesis, no sería disparatado imaginar un escenario donde fuera “primera dama” del Uruguay (aunque dicho cargo no exista formalmente). Dicho de otro modo: en un país tan pequeño, donde ciertos círculos son más pequeños aún, todos sabemos quién es ella, los valores que defiende, cuáles denosta, y cuáles son sus preferencias políticas e ideológicas; no que conozcamos todos sus matices, pero existe opinión pública, “doxa”, al respecto.
Dicho esto, vayamos al tema en cuestión. La frase tal cual fue dicha por Blanca Rodríguez es la siguiente: «En el análisis del Dr. Juan Ceretta de esta semana en @mastemprano810 se incluye una anécdota sobre dos prestigiosos juristas: uno judío, el otro uruguayo, que refleja las mejores tradiciones de nuestro país: la libertad y la solidaridad” (@ElEspectador810»). Lo que resulta llamativo, impropio, erróneo, y que puede dar lugar a suspicacias, es la conjunción “uno judío, el otro uruguayo”. ¿Por qué? Porque “judío” NO es nacionalidad y “uruguayo” sí; porque “judío” es etnia o religión o nación (NO nacionalidad), y “uruguayo” es ciudadanía. Porque cuando sólo decimos “judío” estamos abriendo la caja de Pandora y no sabemos, si no leemos atentamente el contexto, cuál es la intención del enunciante. Porque basta decir “el judío” (que NO fue lo que se dijo en este caso) para intuir judeofobia. Porque, en definitiva, es un tema sensible. Lo de “uruguayo” sabemos bien qué denota, pero lo de “judío” connota muchas cosas. Bastaba con decir, y es sólo una sugerencia, “uno alemán, judío y refugiado, el otro uruguayo”; dos palabras más evitaban todo el disgusto.
Ahora bien: se precisa mucho más que eso para decir que alguien es antisemita. Yo tomo por buenas las palabras de quienes la conocen, quienes le otorgaron el Premio Jerusalem en 2009, y quienes la han invitado a Israel. Por lo tanto, Blanca Rodríguez no es antisemita. Pero al mismo tiempo, como televidente y ocasional escucha, me consta que Blanca Rodríguez tiene una mirada muy crítica y sesgada del conflicto palestino-israelí, que cuando suceden conflictos bélicos ella es la voz que lee noticias redactadas con intencionalidad política e ideológica, y que cuando una noticia no es de su agrado o no responde a su visión del mundo, maneja sutiles gestos y rictus que son también comunicación. No sólo en temas judíos o israelíes; el fenómeno abunda en política nacional. Es fiel a sí misma y a su estilo, es líder en los medios, y nadie puede quitarle ese mérito. Pero sí podemos entender por qué muchos reaccionaron cómo reaccionaron ante la frase en cuestión. Blanca Rodríguez es, como toda persona con cierta fama, una persona observada.
Lo que me pregunto desde mi trinchera en la lucha por un judaísmo más auténtico, más profundo, y más relevante (otros defienden otras trincheras, como aquellos que vigilan opiniones judeofóbicas o actos antisemitas), ¿qué relevancia tenía todo el episodio para sentir la necesidad de salir a explicar lo que la propia periodista no explicó, defenderla, y ponerla en un pedestal como si fuera la gran defensora del pueblo judío? A ella le sobran formas de defenderse: desde una aclaración y disculpa, hasta el bloqueo de algunas cuentas de Twitter. ¿Es nuestra función institucional defender a alguien que cometió un error si no garrafal, muy infeliz?
Por un lado invertimos esfuerzos y recursos en estar vigilantes y atentos a manifestaciones antisemitas en las redes, a combatirlas, contra-restarlas, desenmascararlas; en mostrar el “otro” lado de Israel, su ayuda humanitaria en el vecindario y en el mundo, los avances de su ciencia y tecnología en aras de la Humanidad; en mostrar el padecimiento de los ciudadanos israelíes que viven al sur de Israel ante la lluvia de misiles desde Gaza. Por un lado todo esto, y por otro defendemos a quien sí, tal vez contribuya mucho a la causa judía en Uruguay, pero que como figura pública cometió un error importante que despertó la ira y la ordinariez de algunos, pero que además, desde su rol y posición, nunca fue inequívocamente pro-judía o pro-Israel. Me da la impresión que la andanada de Tweets ordinarios y groseros tiraba por la borda el trabajo de muchos años de alinear a Blanca Rodríguez de su visión escéptica a una visión más decididamente proactiva; y por eso tantos sintieron la urgencia de defenderla.
Sólo pido un poco de coherencia. La misma que pido respecto al ex Canciller Luis Almagro, hoy alineado con Israel y con Occidente en su rol de mandamás en la OEA, pero que fuera, en 2014, uno de los grandes incitadores de la escalada antisemita que padecimos en Uruguay y cuyas consecuencias sólo vimos culminar en marzo de 2016, cuando ni él ni Mujica ya eran gobierno. Si nos esforzamos en defender nuestra causa, nuestros derechos, en desarraigar viejos y atávicos prejuicios, si nos sumamos a misas ecuménicas, si frecuentamos políticos, si los entrevistamos, si los recibimos o incluso acompañamos en visitas a Israel, si todo nuestro esfuerzo es en aras de quebrar los irracionales mitos antisemitas, ¿qué hacemos defendiendo a capa y espada un desliz infeliz de una de las periodistas más populares y respetadas (si no LA más) de Uruguay? Visto desde el otro lado: ¿por qué ponemos en evidencia a los cientos que se sintieron aludidos y heridos por su comentario? Si son ignorantes del contexto, vale la pena aclararlo, como se hizo. De hecho, el mecanismo funcionó y la escalada se cortó inmediatamente. No había necesidad de exponer a los ofendidos en aras de proteger a la ofensora. Ofensa menor al fin, ofensa intrascendente, pero infeliz sin duda alguna.