El Israel de Netanyahu

“La tercera es la vencida”. Parecería que Netanyahu consiguió su objetivo, ganó sin discusión las elecciones, y si todo sigue su curso formará un gobierno con mayoría “propia”, vale decir, su bloque “de derecha”. Así como están las cosas, entre las dos “derechas” a las que hacíamos referencia la semana pasada (Likud & Cía y KajolLaban, respectivamente), la mitad de Israel que prefiere la derecha original e histórica combinada con el fundamentalismo religioso es mayor que la derecha pasteurizada de Ganz & sus socios. El resto es insignificante: el agrupamiento de partidos árabes tiene su agenda específica y seguirá buscando su techo más alto posible entre el electorado israelí; y la “izquierda” o “campo de la paz” ha quedado reducida a una presencia casi testimonial. La derecha no precisa sus votos para nada. Serán una foto reducida del “otro” Israel.

Con este panorama por delante, con una probable reelección de Trump en los EEUU, con los países árabes sunitas “aliados” con Israel frente a la amenaza iraní, nada hace prever que algo pueda cambiar demasiado en los próximos años. El Israel al que nos hemos acostumbrado vino para quedarse y en todo caso muchas de sus características se profundizarán. La economía liberal, el “start-up nation”, el desarrollo vertiginoso en infraestructura, el poderío militar y tecnológico, la brecha social, el altísimo costo de vida, el poder del Rabinato, la religiosización de la educación, y el creciente fraccionamiento social, étnico, religioso, y hasta tribal. El país sigue creciendo y dividiéndose una y otra vez sobre sí mismo, generando más ciudades, más barrios, más sinagogas, más centros de compra, más y más y más… Digan lo que digan, Israel no es un país expansionista ni imperialista, de modo que sólo puede crecer hacia dentro, sobre sí mismo. Acaso el mayor guetto judío de la Historia está siendo creado delante de nuestros ojos.

Frente a este Israel de Netanyahu, visto desde la diáspora, el gran desafío es evitar el cisma Israel-Pueblo Judío. Visto que Israel es un país soberano en el cual sus ciudadanos deciden los gobiernos por elecciones democráticas, aunque esto lleve tres intentos, es el pueblo judío de la Diáspora el que debe adaptar su percepción de Israel. De nada sirve, aún con todo el poder del lobby judío en los EEUU, aún con toda la crítica liberal neoyorkina, no reconocer que Israel tal cual es hoy ha llegado para quedarse, por un buen rato. ¿Romperá un cierto porcentaje de judíos en todo el mundo su vínculo con Israel? ¿Dejará ese grupo de sentir a Israel (Tierra que es Estado) como  parte de su identidad? En otras palabras: ¿será, para algunos, unos cuantos, el fin del Sionismo? El tema está planteado en la comunidad judía de los EEUU. Es tiempo que los judíos de Latino América nos planteemos el tema.

Me consta que en Uruguay no admitimos, o nos cuesta, la crítica a Israel. Me imagino que en Argentina la situación es muy otra, mucho más parecida a la de los EEUU. Desconozco el caso brasilero o chileno. Pero sin duda el Sionismo como bandera inmaculada e incuestionable ya no es una causa tan atractiva. En la comarca nos seguimos aferrando al Israel de los logros, de la solidaridad internacional, de la igualdad entre sus ciudadanos, hasta de sus triunfos en Eurovision… en aras de no asomarnos a los aspectos más cuestionados de su proceso político-ideológico. Cuando “La Diaria” publica informes anti-israelíes nos indignamos, cuando las redes se inundan de medias-verdades, redacción tendenciosa, y noticias parciales y sacadas de contexto, liberamos una feroz batalla de esclarecimiento. Sin embargo, en la interna, nos cuesta hablar y admitir que el Israel de hoy nos dice mucho menos y tiene argumentos menos políticamente correctos que la de otrora. Precisamente porque no tenemos esa conversación es que la opción oscila entre la incondicionalidad absoluta y la alienación más extrema: Israel es perfecto siempre, o Israel ya no me resulta relevante.

Frente a este dilema, vuelvo a proponer lo que sugerí la semana pasada, esta vez explícitamente. Si hay dos Israel, uno que gobierna y otro que no, y si el que gobierna no me identifica o incluso es blanco de mis críticas más agudas, la opción es identificarnos con el otro Israel: el que por el momento no accede al gobierno, el que ha perdido los votos, el que pregona una igualdad social devorada por el liberalismo y la “start-up nation”, el secular, el que se opone al poder del Rabinato mediante recursos ingeniosos y creativos, el que celebra el amor por la tierra de Israel, el que mezcla etnias y religiones en el espacio público, el que escucha canciones de “eretz Israel” los viernes de tarde antes de Shabat. Si en lugar de conducir por las grandes autopistas o celebrar el nuevo tren de alta velocidad TelAviv-Jerusalém nos tomamos el tiempo de recorrer los viejos caminos vecinales, todavía veremos los regadores mojando los campos, aunque la agricultura sea hoy una actividad secundaria; veremos los viejos carteles del KKL indicando la entrada a moshavim y kibutzim, aunque estos hayan perdido su razón original de ser. Si deambulamos por los campus universitarios seguiremos encontrando el Israel intelectual, un poco amargado, pero siempre profético; si nos sentamos en una cafetería universitaria escucharemos conversaciones bien distintas a las que podemos escuchar en Sarona o el Puerto de TelAviv. Es sólo cuestión de buscar un poco, aquel Israel que nos llenó de ideales existe, vive, y sobrevivirá.

Un país, una nación, un pueblo, especialmente el judío, trasciende la circunstancia histórica. Nuestra historia está llena de crisis dramáticas las cuales hemos superado, estadios más o menos felices o encomiables, y sin embargo, siempre supimos que el ideal se mantenía intacto. El que no lo supo se fue marginalizando y apartando. La historia comienza en el desierto, de la esclavitud a la libertad, y seguimos construyéndola. Dos mil años de exilio absoluto nos mantuvieron vigentes por un sistema de valores y una esperanza expresada en un trozo de tierra al fondo del Mediterráneo. Israel es un estadio más en un proceso permanente, estructural, esencial de lo que somos. Descartarlo o desvalorizarlo por la coyuntura político electoral, geopolítica, demográfica, es resignar por muy poco lo que no resignamos nunca frente a verdaderas tragedias. Sólo tenemos que tener claro que Israel, en su expresión soberana hoy, nos guste más o menos, es parte inherente del judaísmo.