La Grieta Más Profunda
A medida que pasaban los días y el hermetismo en torno al asesinato de Lucas Langhain se mantenía, con el escenario político pasando detrás de bambalinas y el fútbol jugándose sólo a nivel de chimentos de pases y contrataciones, parecía que el tema quedaría si no en el olvido, en el fondo del cajón, para ser retomado en un eventual próximo episodio. Sin embargo, como si fuera un gran regalo de Navidad, la opinión pública uruguaya supo que detrás del “lobo solitario” (aunque nadie osó a usar esta estúpida expresión) que disparó los seis tiros, uno de los cuales mató a Lucas, se mueve un entramado terrible y siniestro de mafias, sicarios, droga, y una enorme economía informal y fatal. Ningún testimonio me resultó tan gráfico como el de Martín Charquero en Sport 890 citando un hilo de tweets del periodista Gabriel Pereyra; Charquero reconoce su incredulidad ante lo que leía, la complejidad y sordidez del mundo que se develaba. Es que, efectivamente, el asesinato de Lucas Langhain fue sólo la punta del iceberg.
¿Por qué hice referencia a la política pasando a modo “vacaciones” y el fútbol a modo “pases”? Porque de pronto la opinión pública parecía quedar huérfana de los temas atrapantes y dominantes de los últimos meses: la campaña electoral, donde el tema seguridad fue central, y las finales del futbol uruguayo, donde aparentemente la situación en los estadios estaba controlada. Hasta que mataron a Lucas. Entonces los uruguayos nos dimos cuentas, sin filtros ni distracciones, que hay dos barbaridades juntas: una, que por salir a la calle te puedan matar; otra, que esa muerte obedezca a un sub-mundo al cual generalmente se alude pero ocasionalmente irrumpe en el mundo “normal”. Las cárceles de las que tanto se habla invadieron la calle montevideana al amparo del fútbol. O, y acaso sea lo más terrible, como parte y consecuencia del mismo: la parte más oscura, menos lúdica, pero parte al fin. Si el autor intelectual del asesinato es un “barra brava” famoso y encarcelado, el fútbol no puede desentenderse del asunto.
En realidad, nadie puede desentenderse de nada. Así como todos sabemos que la ciudad está atravesada por cloacas e infestada de ratas, pero tendemos a no verlas ni sentirlas (hacemos todo lo posible), del mismo modo la realidad en que nos movemos tiene más niveles de los que queremos ver. Cada uno en su torre de marfil, cada uno protegido como puede, andamos eludiendo no ya que nos toque la bala asesina, sino ser testigos, verlo. No queremos ver. Hablamos con eufemismos: cuando hablamos del deterioro cultural y educativo de las nuevas generaciones, estamos hablando de este sub-mundo en su expresión más extrema. No sucedió en algún barrio periférico de Montevideo, sucedió en una de sus avenidas principales en una hora pico de movimiento.
Hay un mérito cierto en el manejo y la resolución del caso. Por una vez. Pero esto no quita lo que el mismo revela: que cualquier tarde, con cualquier excusa, hay un Uruguay turbio, sórdido, ilegal, rico, y mortal a pocos metros de cada uno de nosotros. Si no cunde el pánico es porque los uruguayos siempre queremos creer, nunca pensamos que nada puede ser tan grave, no nos gustan los extremos. Lo único que el affaire Langhain denota es lo profunda e insondable que es la grieta, y el peligro que corremos cada día es caer en ella, ser sus víctimas.