Bereshit 5780

En el principio Dios creó los cielos y la tierra. Pero la tierra estaba desolada y vacía; las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el espíritu de Dios revoloteaba sobre la superficie de las aguas.” Génesis 1:1-2

Supongamos por un momento que no tomamos estos dos versículos como el inicio de una acción que continuará en el versículo siguiente, sino como título.

“Así comienza la existencia” (parafraseando a T. S. Eliot en “Hollow Men”); o, “así está el mundo, amigos” (Jorge Traverso): hay cielo, agua, oscuridad, vacío, y espíritu. Entonces, y sólo entonces, esta entidad que lo antecede todo, Dios, “dice”: “Que haya luz, y hubo luz”. Dios crea por medio de la palabra, y por medio de esta separa y sentencia. La creación es verbo. Antes del verbo, no había nada: “tohu ba bohu”. Somos palabra, desde el Dios creador hasta el sapiens destructor.

Pero si nos quedamos en los versículos 1 y 2 y los separamos artificialmente del resto del texto, podríamos proponer una lectura que diga algo más o menos así: a pesar de toda la Creación, el progreso humano, la multiplicación de la especie, y en especial la familia, a pesar de La Ley, la Revelación y el Pacto, a pesar de todo, siempre estaremos reviviendo “el principio”: “Bereshit”.

Para llevar adelante esta hipótesis poético-filosófica debemos recurrir al lenguaje metafórico; nada de lo dicho en Génesis 1:1-2 tiene sentido si no lo leemos metafóricamente; aún si es una metáfora para el Big Bang, como tantos explican. El lenguaje figurativo permite sostener la noción de que aún hoy la Creación sucede cada momento, que la tierra (La Tierra) está desolada y vacía, que la luz es un bien escaso y sobrevaluado, y que el espíritu está por encima de todo; y que aún hoy somos más agua que otra cosa.

El texto presenta algunas dificultades semánticas no menores; destaco dos: la palabra en el original en Hebreo “merajefet”, y la expresión “tohu ba bohu”.

“Merajefet” ha sido traducida por la edición de la Biblia de Editorial Sinai como “revoloteaba”. Un espíritu no revolotea sino que “sobrevuela”; para ser más exactos, “merajefet” connota ocupar toda una superficie, en este caso el agua, en un sentido total, sin tocarla. El espíritu de Dios está pero no entra en contacto con la Creación, la abarca pero no la contiene. En términos cabalísticos diríamos que el “espíritu de Dios” sobrevolando las aguas es la presencia de la “shjina”, aunque estrictamente todavía no haya revelación.

“Tohu Ba Bohu” ha sido largamente traducido, interpretado, y por qué no manipulado. Desde el concepto de “caos” a los conceptos de lo vacuo, lo vano, lo yermo. Volviendo a un lenguaje metafórico libre, podemos sugerir que la expresión refiere a aquello todavía no realizado, el primer esbozo de algo que todavía no es. Si pensamos en un cuadro, el lienzo en blanco; si pensamos en un juego, la cancha vacía y dispuesta, pero sin que nadie juegue. En palabras de Serrat, “si faltas tú, no habrá milagro”.

El milagro de la Creación, la Luz, la separación de ésta de la Oscuridad, la separación de la tierra y las aguas, y luego el nacimiento del mundo vegetal y animal son fenómenos que se recrean día a día. Su difusión está en manos de los ecologistas, pero su enunciado está en el Génesis, en el principio de todo. Creamos por la palabra o sus equivalentes así como hizo Dios; pero sabemos que más allá de nuestra palabra y nuestra creación, cualquiera sea su complejidad, yace la noción de vacío y lo espiritual. Sin nuestra capacidad de crear nada sería, pero nada sería sin el vacío y el espíritu divino.

Precisamente porque la tierra está desolada y vacía, sumida en las tinieblas, y porque el espíritu de Dios sobrevolaba las aguas, nos es compulsivo crear, del mismo modo que lo fue para Dios. Sin la intervención creativa del Verbo, la Creación se hubiera trancado en Génesis 1:1-2.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-
                                                                                    Antonio Machado, “Retrato”.

La Creación sucede cuando Dios empieza a hablar consigo mismo y darse a sí mismo las respuestas. Él crea y Él ve que es bueno. Una suerte de “Naúfrago” con su pelota Wilson. Sólo el verbo crea. Sólo el espíritu que se desliza por encima de las aguas nos da la noción de lo posible. El naufrago no se salva por su mero pragmatismo sino por lo que trae la marea.

Comenzar el ciclo anual de la lectura de la Torá con esta ambigua noción de poder a través de la palabra y el relato superpuesta a la noción trascendental e inamovible de que sólo por su medio disipamos la oscuridad, accedemos al espíritu de Dios que nos sobrevuela, y llenamos los vacíos y sin sentidos que nos asaltan permanentemente, parece ser un comienzo sugestivo, si no auspicioso.

Ianai Silberstein