Fin de Fiesta: La Bendición de Moshé.

Siempre me resultó sugestiva la imagen de Moshé parado en el Monte Nebó, a sus ciento veinte años, mirando hacia occidente y viendo en ciento ochenta grados la totalidad de la Tierra Prometida a la que no habrá de entrar. Esta capacidad total e integral de ver es uno de los tantos milagros que Dios nos regala como pueblo desde “Lej-lejá” en Génesis 12 y hasta aquí, Deuteronomio 34. Para Moshe, acaso ésta sea Su bendición así como él ha bendecido a cada una de las tribus. La última porción de la Torá trata, exclusivamente, de bendiciones. Como siempre, son divinas pero en boca de Moshé.

Sin embargo, Deuteronomio 34 hace foco en la persona, no el pueblo. Por una vez Moshé no es un agente de Dios sino su súbdito: del mismo modo que ordenó a Abram a marchar, ahora ordena a Moshé a lo opuesto; así como evitó el sacrificio de Itzjak, ahora “sacrifica” a su profeta en aras de cumplir Su palabra. Por qué Dios no permitió que Moshé anduviera unos pasos más (según el texto “no había desaparecido su vigor”, Deut. 34:7) y muriera en la Tierra Prometida es uno de los grandes temas de la Biblia. En ese sentido, es muy recomendable y desafiante el libro de Santiago Kovadloff “Lo Irremediable” (Emecé , 1996). El concepto de lo trágico que Kovadloff trae de lo griego a lo judío suma peso significante a este maravilloso texto de cierre de la Torá.

Hay algunos elementos notables. Para empezar, que el vínculo de Moshé con Dios suele darse en lugares inhóspitos, aislados. Los encuentros significativos suceden en soledad (la zarza ardiente) y en lo alto (Sinaí, Nebó). El cierre de la Torá es en definitiva acerca de la relación íntima de Dios con Moshé: “Y no apareció ningún otro profeta en Israel como Moshé, a quien el Eterno había tratado cara a cara” (Deut. 34:10). El profeta pudo haber caminado y cruzado el Jordán, pero Dios, que por un lado lo está castigando por su desobediencia en el desierto, por otro lado prefiere que Moshé “vea” en el sentido de revelación: “Te la hice ver con tus ojos pero no has de pasar de allí”(Deut. 34:4).

La capacidad de ver, puesta de manifiesto también en el versículo 34: 7 (“nunca se había enturbiado su vista”), es especialmente significativa cuando hablamos de profetas. El guiño del texto bíblico acaso sea a su competencia, la mitología griega, donde el “vidente” o “profeta” más célebre, Tiresias, era ciego por circunstancias de rencillas y caprichos de los dioses. El Dios de Israel, muchas veces “acusado” de brutal o iracundo, es justo: cumple el castigo anunciado, como todo buen padre, pero consuela permitiendo a su protegido gozar de sus capacidades hasta el último aliento. Lo que Moshé ve se lo llevaría consigo a su anónima tumba, pero el texto nos lo cuenta y nos queda para toda la posteridad. Con toda su cursilería, miles de años más tarde, León Uris usó una imagen similar en “Éxodo” cuando los hermanos Ben-Canaan entran en la Tierra de Israel después de su largo derrotero desde Rusia. Al día de hoy, todos podemos sentir la profunda emoción de ver La Tierra cuando nos aproximamos a ella desde la altura de un avión en descenso.

La bendición de esta porción es que Dios está cumpliendo su promesa: bendice a cada uno de los Hijos de Israel, ya devenidos tribus, y bendice implícitamente a Moshé al apartarlo para sí, del mismo modo que apartó a Abraham y su descendencia. Pero la tradición judía deja bien claro, precisamente en el contexto de las otras culturas imperantes, que Dios y Hombre son dos cosas absolutamente diferentes: Dios no se guía por caprichos sino por Ley (eso es la Torá), y no hay hombre alguno, aunque se haya visto cara a cara con Dios, que se erija por encima de sus semejantes. Por eso “nadie conoció su sepultura hasta hoy” (Deut. 34:6); no sólo no hubo pirámides; ni siquiera una piedra marca la sepultura de Moshé.

Cumplidos los treinta días del duelo Ieoshua Bin Nun está pronto para asumir el liderazgo y guiar en la siguiente etapa. El texto en español dice que “estaba henchido del espíritu de sabiduría”; si leemos el Hebreo original usa la expresión “ruaj jojmá”, que nos remite a “ruaj adonai”, el espíritu de Dios del que habla Génesis 1:2. El texto cierra con un flashback a los milagros divinos frente al faraón y todo Egipto, como para que nadie olvide cómo llegaron hasta ese momento.

Sería una bendición para cualquiera no sólo tener la certeza de la finitud y la muerte con una vida vivida en plenitud y propósito, sino la noción de cómo y cuándo, las facultades intactas, la memoria del camino recorrido, y el legado pronto para nuestros descendientes. Aunque nos perdamos en el anonimato de un cementerio del mismo modo que la tumba de Moshé se perdió para siempre, siempre quedará el siguiente paso a dar por aquellos que han seguido nuestros pasos.