Sucot: acerca de las travesías.
Si despojamos a Sucot de su contenido agrícola o su sentido místico nos resta su sentido metafórico: la fragilidad de la existencia expresada en habitáculos precarios y en contacto con la naturaleza, en especial el cielo. El trasfondo histórico, como siempre que nos referimos a esas épocas apenas documentadas en la Biblia y con escasa, si no nula, arqueología, no es relevante: no sabemos exactamente cómo habitaban sus precarias moradas los Hijos de Israel durante sus cuarenta años en el desierto; lo que sí sabemos es su precariedad.
La arquitectura de la Sucá hace hincapié en su “techo” o “cielorraso” traslúcido, hecho de ramas, de modo que deje ver las estrellas o permita que la lluvia nos moje. Es un contacto con la naturaleza dimensión divina y su función nutriente; ver las estrellas incontables del cielo nos remite a la promesa a Abraham en Génesis 15:5: “Mira los cielos y cuenta las estrellas, si es que las puedes contar”; y sentir la terrenal lluvia que permitirá volver a comenzar el ciclo agrícola. Así es Sucot: entre el cielo y la tierra, nosotros los hombres en toda nuestra fragilidad y precariedad, entre el asombro y el sustento.
En esta línea de pensamiento extender la metáfora a las circunstancias de la vida de las personas no parece un disparate. ¿Quién no se ha sentido frágil, asombrado o perplejo, indefenso, impotente ante las coyunturas de la vida? Hay una semana en el calendario hebreo en que este estado, nos toque o no, se expresa. Tal vez por años pasemos por él sin siquiera percatarnos, o en todo caso de su dimensión metafórica de la condición humana; hasta que llega ese momento de nuestras vidas en que nos reconocemos en el desierto, somos conscientes de la precariedad de nuestro habitáculo, cualquiera sea, y sobre todo, nos invade la incertidumbre acerca del futuro.
Nada que no les haya pasado a nuestros ancestros en su camino del desierto. Como ellos, cargamos con nosotros nuestra Torá, revisamos nuestras experiencias, ejercitamos la memoria, sabemos los Egiptos que hemos dejado atrás; pero aún así, el futuro es incierto. Somos como aquellos nómades en el desierto que, por las noches, contemplamos las estrellas; o nos inunda la vida en forma de lluvia. Tishrei es tan abstracto, que si no lo metaforizamos, difícilmente lo aprehendamos.
Las marchas en el desierto son lentas. Atravesar el desierto en soledad no parece ser recomendable. Por eso habitamos en comunidad, por eso somos responsables unos por otros, por eso somos guardianes de nuestros hermanos. Hay un día en que uno de nosotros caerá, tal vez sus piernas se doblarán por el peso de alguna circunstancia, y necesitará de varios pares de brazos para seguir avanzando. Ni siquiera dos, o tres, es número suficiente para sostener al prójimo; por eso existe el concepto de “minián”, diez individuos que habilitan. Así como ser el décimo para un “minián” connota responsabilidad, ser el primero denota coraje. Siempre habrá un primero y un décimo, nadie puede hacerlo solo.
Sucot tiene un sentido colectivo y tiene un sentido individual. Muchos vínculos se pierden así como se forjaron, producto de las coyunturas de la vida, las vivencias de las personas, sus circunstancias. Saber dejar ir los vínculos exige una buena dosis de sabiduría: cuándo y cómo. Si Sucot es un tiempo de fragilidad y como tal nos demanda rezos (minián), rituales, y simbología (las cuatro especies), si Sucot es tiempo de dar bienvenidas (los ushpizin), está claro que cuando uno atraviesa su desierto no es tiempo de ausencias. Más que nunca, es tiempo de nuestra mejor conversación. Esa que no debiéramos eludir nunca.
Como en Iom Kipur, habrá diferentes propuestas a lo ancho de Montevideo para compartir tiempo en una Sucá. Sería bueno que alguien sea el primero en dar la señal, como Najshon Ben Aminadav cuando se lanzó al mar, y decida ejercer el precepto de los “ushpizin”, invitar al huésped desconocido, o conocido a medias, el que connota misterio y ajenidad, pero aun así es merecedor de compartir con nosotros cierta noción de precariedad y esperanza. El que no es como nosotros, el que entiende las cosas distinto, pero con el cual podemos tener esa conversación que no sólo nos acerque, sino que nos haga crecer. Nuestro par.
Es tiempo que los hermanos, como Efraím y Menashé, nos sostengamos en nuestro camino en el desierto. Si esto no es Sucot, entonces estamos despojando a la festividad de uno de sus sentidos más humanos: shevet ajim gam iajad. Que los hermanos estemos sentados también juntos. Implica que no tiene que ser siempre, pero Sucot parece un muy buen momento. Momentos para ser particulares, sobran.