Israel Septuagenario (o la multiplicación de los caminos)
Como la propia vida, la de Israel puede medirse en décadas. ¿Qué guarda cada tiempo detrás de sus números? Cuando Israel ha cumplido setenta y un años uno piensa en esas décadas transcurridas y todavía recuerda cómo era aquello cuando esto ya es tan distinto. Como el fenómeno de los “Tel” donde los arqueólogos encuentran, estrato tras estrato, viejas civilizaciones, el paso del tiempo en esa tierra va dejando su huella acaso fósil, acaso camino.
Los cincuenta los imagino como una década de urgencias y unidad narrativa. Lo precario debía combatirse con alguna certeza. Los resquicios de la Shoá desembarcaban en esas orillas rectas e ignotas. El hebreo, el ejército, y los planes de vivienda socializados se ocupaban de ignorar las diferencias e implementar el “kibutz galuiot” o “melting pot”, o en español, la fusión de las diásporas. La urgencia era sobrevivir: alojar, alimentar, curar. Sobre todo, combatir.
Pasada la campaña del Sinaí de 1956 Israel consolidó su permanencia en la región. Esa década creó “Dimona”, consolidó el mito de Massada, extravió aventureros en la búsqueda de Petra, y culminó con la inauguración de la torre “Shalom” en Tel-Aviv y el actual edificio de la Kneset en Ierushalaim. Israel crecía pero seguía siendo, básicamente, tierra yerma salpicada por vergeles. Israel era una realidad pero aún era, mucho más, un mito.
La década de los setenta trajo consigo tal vez el primer gran cambio cualitativo en la historia del joven estado: la Guerra de los Seis Días reforzó estratégicamente al país al tiempo que incorporó una nueva realidad, por entonces tal vez insospechada por la mayoría de la población y los judíos del mundo: la conquista de territorios que duplicaban el tamaña del Estado. El Golán, el Sinaí, Cisjordania, y Jerusalém. 1967 fue la caja de Pandora que nadie previó; hasta nuestros días de ella surgen nuevos desafíos. Al mismo tiempo, se disparó la inmigración a Israel en forma exponencial: el éxito militar, el triunfalismo, la unificación de Ierushalaim, el acceso a los lugares sagrados judíos, todo ella trajo consigo olas migratorias ideológicas, ya no perseguidas. Hubo Iom Kipur en 1973, pero también hubo Entebbe en 1976. El triunfalismo persistía.
La siguiente década comenzó con esperanza: el tratado de Paz con Egipto en 1979. El Laborismo había perdido para siempre su hegemonía. El problema de la Ocupación y los asentamientos se fue haciendo patente y partiendo en dos a la sociedad, primer síntoma de la creciente tribalización social del país que ya nunca cesaría. La Guerra del Líbano de 1982 fue la quinta gran guerra librada por Israel y en ella quedó patentizado que los conceptos de triunfo o derrota son relativos. El camino de soluciones pacíficas parecía imponerse por sobre cualquier opción bélica. El Líbano enseño que ser ocupante era, por decirlo delicadamente, problemático.
Los noventa nos enfrentan nuevamente a una década radicalmente transformadora: comienza con la inmigración masiva rusa (un millón de inmigrantes) y culmina con la 2a Intifada en el nuevo milenio. Esta es la década de las grandes intentos por una paz si no definitiva, al menos tentativa, con el entorno: Oslo, Jordania, y el asesinato de Rabin.
Si el magnicidio de Rabin mostró la profunda división en la sociedad israelí (ya no binaria entre izquierda y derecha sino mucho más compleja en sus matices), el fracaso de Oslo mostró los interlocutores con quienes Israel pretendía llegar a acuerdos. La primera década del siglo XXI está marcada por la desconexión unilateral de Gaza en el gobierno de Ariel Sharon y un giro drástico en las políticas económicas del Estado, a cargo del por entonces Ministro de Finanzas Netanyahu.
Cuando llegué a Israel en alyiá en 1976 se había inaugurado la ruta #2 entre Tel-Aviv y Haifa. Cuando volví a Israel en 1987 quedé fascinado por la reciente inauguración de la autopista Ayalon, que bordea Tel-Aviv de Norte a Sur sobre el lecho del wadi del mismo nombre. Pensé que los embotellamientos habían quedado atrás, pero aprendí que en Israel el Estado siempre es más lento que su propio crecimiento. Cuando volví en 2005 recién se había inaugurado la ruta #6. Al día de hoy, también allí he tenido embotellamientos. Ya no hay donde construir una ruta más (norte-sur): en su punto nodal, la ruta está pegada a la frontera. Israel sigue creciendo. De la vieja ruta #4, el antiguo camino entre Egipto y la Mesopotamia, a la actual ruta #6, los caminos que recorren el Estado de Norte a Sur son también los caminos de su historia. Recientemente he visto caminos que atraviesan y cortan el país de la manera más creativa de modo que pueda seguir siendo viable, pujante, fuerte. La #531 que bordea la zona densamente poblada de Herzlyia, Raanana, Kfar Saba; la #443, tan cuestionada políticamente, que desagota la #1 a Jerusalém; la #431 a Rishon.
Junto con este crecimiento (y no nombro el tan mentado tren TLV-JLEM, por ejemplo), en el apogeo de su condición de Estado “Start-Up” (Start-Up Nation), con la casi perfecta defensa que supone la Cúpula de Acero, con los avances en tecnología médica, con su producción artística (a modo de ejemplo, las series israelíes que invaden el streaming), con Eurovisión 2019, la década actual nos muestra también un Israel más tribalizado que nunca; un Israel “de derechas”; un Israel que no sabe cómo solucionar su gran dilema: La Ocupación; un Israel cuyo judaísmo es cada vez más dogmático, o no es; un Israel que no puede o no sabe o no quiere acomodar a sus extranjeros en sus seno; un Israel demasiado confiado en su poder militar; un Israel que se apoya en regímenes democráticamente cuestionables (incluidos los EEUU). El crecimiento ha traído mayores responsabilidades. El discurso de ser un Estado-refugio aplica, pero no justifica todo.
“Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob y tus moradas, oh Israel!” (Números 24:5). Lo que quiso ser maldición se convierte en bendición por acción divina. No permitamos que aquello que ha sido bendición y de lo cual somos testigos y protagonistas, se convierta en maldición. Con todo el orgullo que el Estado de Israel nos produce, no escondamos tras las palabras triunfales acciones o creencias erradas.