El Enemigo Íntimo
La semana pasado escribí sobre las amenazas externas: desde el insuceso en Jenin a la pintada de grafitis antisemitas en Montevideo.
‘Todo el mundo está en contra nuestro’, decía una canción de Ioram Tehar-Lev allá por 1970: ‘no es terrible, nos sobrepondremos’, concluía.
Poco ha cambiado respecto al verso de apertura, pero no parece que sobreponerse sea tan sencillo en estos tiempos. Veinte meses de pesadilla lo atestiguan.
Tal vez no todo el mundo esté en contra nuestro, pero sí suficiente para que sobreponerse se haga muy cuesta arriba.
El problema se agrava cuando aparece no sólo el enemigo interno sino el enemigo íntimo.
Benedetti acuñó el verso ‘mi cómplice y todo’. ¿Somos, acaso, ‘mucho más que dos’?
Si hay indignación y bronca ante tanta ‘mentira organizada’ por parte de otros, cómo no sentir estupor y dolor ante la asimilación de los nuestros. El síndrome de Estocolmo en su versión sutil.
En pocos días, amén de las agresiones retóricas ajenas, aparecen expresiones de auto-flagelación y desidentificación con el desarrollo de los acontecimientos en torno a Gaza.
Sea una institución judía o una judía influencer, de pronto me doy cuenta que no precisamos ni grafitis de odio ni titulares de prensa hostiles: la hostilidad yace entre nosotros. Minoritaria o no, tiene alcance. Incide. Genera opinión pública. Hace los deberes para quienes nos condenan.
Un error común y sobre todo muy peligroso es confundir auto-crítica con auto-odio.
Inequívocamente he promovido lo primero y me apuro a condenar lo segundo.
Auto-odio es perder de vista nuestras prioridades como nación al poner la suerte de los gazatíes por sobre el destino de los rehenes. En prosa, la sintaxis determina el significado.
Auto-odio es referirse a la muerte ‘del Pepe’ como recurso retórico, casi demagógico, respecto a dramas en otras orillas. O el reiterado uso del lenguaje soez para sostener una postura crítica.
Auto-crítica supone ser riguroso con los datos, el orden de la información, las prioridades en la redacción de un texto, y lo más objetivo posible con la historia de los hechos.
Auto-crítica es confrontar ideas aun en la divergencia. El manifiesto no es auto-crítico sino auto-complaciente. El acto comunicacional unilateral es pura ideología. No tiene valor auto-crítico.
Estoy convencido que en nuestra comunidad faltan ámbitos para el discurso auto-crítico. La consecuencia es que quedan dos opciones: la panfletaria (la que estoy condenando), o el silencio.
Las posturas más nacionalistas e incondicionales ante la situación que atraviesa Israel, que de algún modo son las ‘oficiales’ aunque muy pasteurizadas, no permiten instancias de auto-crítica legítimas y leales.
Las posturas de crítica feroz son propuestas simplistas y sobre todo, ingenuas: asumen que la opinión pública separa un gobierno de su nación. Sucede lo contrario: fogonean el odio antisemita. La dialéctica sutil no tiene lugar en este discurso.
Seamos más prudentes. Seamos más fraternos. Confrontémonos. Atrevámonos a decirnos las cosas. No para la tribuna. No para los grandes relatos ideológicos. Sólo para nosotros. Para estar a la altura de nuestras propias expectativas de nosotros mismos.