Judíos Ortodoxos
de un posteo @X de @AP_from_NY del 18 de abril de 2025.
¿Alguna vez te has dado cuenta de que a los judíos ortodoxos no les importa en absoluto lo que el mundo piense de ellos? Ni un poco. Ni en secreto. En realidad, en absoluto y en lo más profundo, no les importa.
Caminarán por un aeropuerto como si hubieran viajado en el tiempo desde 1850. Rezarán en voz alta con una capucha o un sombrero mientras la gente susurra.
Los hombres se dejan crecer la barba, usan sombreros y dejan ver sus tzitzit por fuera del pantalón. Las mujeres se cubren el cabello con pelucas, bufandas, sombreros (dependiendo de su tradición), como reinas venidas de otro mundo.
Llegarán a su oficina dos días tarde porque era un día festivo del que nadie había oído hablar nunca. No se disculparán. Porque ni siquiera puedes imaginar cómo es su vida. No puedes imaginarte lo que es desaparecer del mundo, por completo, cada semana.
Llega el Shabat y ya no están. Simplemente ya no están. Sin teléfono, sin correos electrónicos, sin chats grupales, sin noticias y sin caos. Podrías llamarlos cien veces. El mundo podría estar en llamas. No contestarán. Ni siquiera se enterarían. Ni siquiera les importa.
Mientras el mundo se afana en discutir sobre el próximo tema polémico, ellos están sentados a la mesa con sus ocho hijos, cantando canciones milenarias. Llevando sus mejores ropas únicamente para ellos mismos. Comer y hablar sobre la porción semanal de la Torá o la festividad actual. Caminar hacia la sinagoga bajo la lluvia sin paraguas, porque está prohibido cargar en el espacio público.
No es sólo que no tengan pantallas ni tecnología. Son libres del mundo.
Y no termina ahí. No te puedes imaginar lo que es vivir con un calendario que no tiene sentido para nadie más. Estar fuera de la oficina cuando nadie más lo está. Ayunar durante 25 horas un martes cualquiera de julio o septiembre. Perderse conciertos, reuniones, negocios… porque es Pésaj, Sucot, Purim o Tishá BeAv.
Necesitar comida kasher y decir no al 98% de los restaurantes, no porque seas exigente, sino porque hay un Dios y Él está mirando.
Podrías pensar que están desconectados del mundo. Tal vez. Pero de alguna manera, muchos de ellos todavía logran poseer bienes, dirigir compañías multimillonarias, donar miles de millones de dólares a la caridad, formar familias numerosas y vivir vidas ricas en todo sentido.
Desaparecen durante Shabat, desaparecen durante las festividades, se van los viernes temprano y, sin embargo, todavía están allí, en la cima. Todavía lo están logrando.
¿Cómo? Porque cuando vives con claridad, pierdes menos tiempo persiguiendo el ruido. Porque cuando tus valores son antiguos, no te dejas llevar por lo que está de moda, porque tus valores ya fueron puestos a prueba una y otra vez y ganaron. Porque cuando sabes quién eres no necesitas seguir demostrándolo.
A ellos no les importa lo que piense la gente. No porque sean groseros o arrogantes. Sino porque ya tienen algo mejor que la aprobación del otro: tienen la convicción. Su brújula no apunta a los “me gusta” ni a los clics. Señala hacia el Sinaí. Y una vez que has estado en el Sinaí, incluso en el recuerdo, ves el mundo de manera diferente.
Así que sí, no les da vergüenza. Ni de sus oraciones. Ni de sus atuendos. Ni de la forma en que viven. Ni de las reglas que los guían. No están tratando de ser diferentes. Están tratando de mantenerse leales. A algo eterno. En un mundo obsesionado con el cambio, están resistiéndolo. Ese tipo de confianza, ese tipo de libertad… no puedes comprarlo. No puedes fingirlo. Ni siquiera puedes imaginarlo. Pero lo viven. Todos los días. Con orgullo. Abiertamente. Y no lo cambiarían por nada.
Traducido y editado por el editor