¿Qué es ser pro-israelí en 2025

Fania Oz-Salzberger, Moment Magazine, 1 de abril de 2025

“Un error sentimental muy común… es asumir que primero tenemos que curar el odio y convertirnos en amigos para luego tener la paz”, dijo Amos Oz (1939-2018) en 2012. “A lo largo de la historia esto ha funcionado al revés. Primero se hace la paz entre enemigos con los dientes apretados e incluso con malas intenciones. Entonces, finalmente, a veces, se produce una curación emocional”.

“Esto puede llevar generaciones”, concluyó mi padre. Es así. Tal vez incluso más de lo que él pensaba.

Amos Oz era un humanista, un sionista y un buscador de la paz. A diferencia de muchos de sus compañeros de izquierda, su visión de la paz no era romántica. La condimentaba con crudo realismo, orgullo sin avergonzarse por la cultura israelí y hebrea y una buena dosis de pragmatismo kibutznik.

Basado en esto, creía que el modelo de dos estados vecinos, Israel y Palestina, es la única solución que no derramará ríos de sangre. Estados vecinos, eso sí, pero no amistosos o confiando el uno en el otro de inmediato. Un divorcio decente, bien negociado.

En una época en la que los sueños de paz de la izquierda implosionaban y las visiones de la derecha se volvían imperialistas y mesiánicas, Oz mantuvo un sólido equilibrio de realismo y esperanza. Nunca se enamoró del liderazgo palestino. Despreciaba a Yasser Arafat (quien lideró, decía, uno de los movimientos de emancipación nacional más sangrientos de la historia moderna). Luego de los Acuerdos de Oslo, cuando la Autoridad Palestina surgió como un socio de paz viable, Oz no se hacía ilusiones sobre una repentina conciliación emocional y un ardiente afecto entre israelíes y palestinos. “Hagamos la paz, no el amor”, insistía.

En contraste, Oz observó astutamente que el Likud, bajo Benjamin Netanyahu, tenía una clara estrategia pro-Hamás. Al alimentar a los fanáticos islamistas, el Likud esperaba tomaran el mando (como finalmente lo hicieron en Gaza), matando así los Acuerdos de Oslo y cualquier otro posible plan de paz. Paralelamente, Netanyahu pasó décadas purgando al Likud de todos los moderados que quedaban. El interés mutuo de Hamás-Likud era perpetuar la guerra hasta que un lado ganara y el otro desapareciera. La profecía de Oz ha demostrado ser espeluznantemente acertada.

No puedo saber con certeza lo que su mente humana y sensible habría pensado del 7 de octubre y la Guerra de Gaza. Su ausencia en este horrible momento es una pérdida pública y una bendición privada.

Pero una cosa está clara: Oz apoyaba la solución de dos estados precisamente para evitar el 7 de octubre y catástrofes similares. Él las previó. (“No envidio a mis hijos y nietos”, decía a menudo, “si no llegamos muy pronto a un compromiso sostenible con los palestinos”). También previó, y diagnosticó con precisión, la otra calamidad de Israel: el avance de un nacionalismo racista y mesianista empeñado en hacer desaparecer a los árabes, liderado por un cínico individuo empeñado en destruir los controles y equilibrios democráticos para escapar de su propia condena en los tribunales.

Hoy, más que nunca, la comunidad global abarca desde personas que dicen “ya sea correcto o incorrecto, es a Israel a quien tenemos que apoyar hasta el final” hasta aquellos que dicen “Israel nació en pecado y no debería estar allí”. Oz trató de dirigirse a los fanáticos y desfanatizarlos. Mi propio deseo es más humilde: yo trato de captar la atención de los moderados.

¿Pueden Israel y Palestina “divorciarse”, ayudados por la mano dura de la comunidad internacional o bajo el pie colosal del impredecible Donald Trump? Después del 7 de octubre, soy mucho más consciente de los cambios culturales estructurales y los arreglos de seguridad tristemente realistas necesarios para un escenario así. Me encuentro negociando términos más duros para la visión de mi difunto padre: una desmilitarización en el largo plazo de la futura Palestina. Modificar y supervisar los planes de estudio escolares llenos de odio. Desradicalizar ambas sociedades, más aún a los palestinos islamistas-yihadistas, pero ciertamente también a la extrema derecha israelí racista y cada vez más violenta.

Esto puede llevar generaciones, pero tiene que comenzar ahora. El Israel joven siempre afirmó tener una mano en el arma y la otra extendida para la paz. Debemos revivir esta declaración y demostrar que somos muy serios con respecto a ambas manos.

En cuanto a la poderosa creencia de mi padre en el futuro de Israel, estoy feliz de mantener en alto la antorcha y pasársela a mis hijos. Pero, como él me enseñó, no es cualquier futuro Israel al que vale la pena defender o morir por él.

No el Israel de Netanyahu, en el que un así llamado judaísmo ha declarado una guerra de vida o muerte a la democracia. No el Israel de Smotrich y Ben-Gvir, que ha abandonado los valores universales judíos y occidentales, incluidos el humanismo y la igualdad de derechos. No el Israel de los fanáticos religiosos, felices de pisotear el legado de los profetas mientras celebran una guerra eterna contra un eterno Amalek.

La alternativa, el Israel por el que estamos “a favor”, es simple. Un estado para los judíos y todos sus ciudadanos, pacífico para sus vecinos; un miembro respetuoso de la ley en la comunidad internacional. Lejos de ser un invento de Amos Oz, este es el credo sionista básico de Theodor Herzl.

Por lo tanto, una próspera minoría palestino-israelí y drusa-israelí, que emana su moderación a través de la frontera hacia una futura Palestina. Por lo tanto, muchos tipos de judaísmo y otras cosmovisiones floreciendo lado a lado.

¿Un Israel seguro? Por supuesto. Pero la seguridad nunca es algo únicamente militar. La seguridad depende de la solidaridad social, que debe surgir de sus ruinas actuales (pregúntenles a las familias de los rehenes). La seguridad es también el antiguo talento judío, extremadamente erosionado en los últimos años, para tener un debate interno abierto y respetuoso.

Y un día, quién sabe… “El estado no es sagrado, no es un fetiche sino un vehículo”, dijo mi padre. Un día, en un mundo sin estados, los judíos podríamos relanzar el antiguo universalismo de los profetas. Hasta entonces, como él creía y yo lo hago, es ese Israel que hemos amado, ese magnífico vehículo de emancipación judía: ferozmente democrático, de mente judía abierta, eternamente argumentativo, defendiéndose sabiamente desde dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas y buscando muy cuidadosamente la paz.

Traducción: Daniel Rosenthal