No son Nazis, pero se parecen

Lic. David Telias, especial para TuMeser, 25 de febrero de 2025

Desde mis últimos años como estudiante de Historia en la facultad y luego por diez años ya recibido, un tema al que le dediqué muchas horas de estudio y trabajo fue la Shoá, el antisemitismo, el nazismo y todo lo que esté vinculado con él. Lo hice como historiador pero también como educador. Mi tesis de maestría hoy publicada y disponible en línea trató de las “Construcciones Narrativas en la Enseñanza de la Shoá”, y ofrece unidades didácticas útiles para quien pretenda abordar la enseñanza del tema.

No cuento esto para hacer publicidad de mis trabajos, sino para justificar el por qué siempre me ha costado aceptar la equiparación de la Shoá con cualquier otra tragedia humana, y me sigo negando a calificar de nazis a Hamas, Hezbolá, Isis, Al Qaeda o cualquier otro de estos grupos islamistas, fanáticos, asesinos, cultores de la muerte, bárbaros cuya razón de ser última es la destrucción de la civilización moderna, nacida de los gritos de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa.

Luego que sentí que estudiar la Shoá de alguna forma me había agotado – no porque ya supiera todo obviamente sino porque mi sensibilidad humana empezaba a verse afectada por la convivencia con tanto dolor y empezaba a perder la capacidad de creer en el ser humano – viré mi atención hacia la historia del Medio Oriente y, particularmente el conflicto árabe – israelí. Lo que luego de un tiempo me llevó incluso a dictar una materia en facultad vinculada a ello.

Hoy, unos diez años después de este proceso de cambio, empiezo a tener sentimientos similares, y si bien yo nunca deshumanicé a los nazis, porque básicamente fueron la peor cara de la humanidad, me cuesta ver como humanos a estos islamistas que celebran la muerte de un bebé y un niño de cuatro años y hacen de ello un objeto de festejo, montan un escenario y convocan a la población, incluido sus niños, a observar el espectáculo morboso como si de una obra de teatro se tratase.

El nazismo fue un movimiento antimoderno, antiliberal que pretendió frenar el proceso de la construcción de la sociedad de todos, democrática y libre, por la sociedad de “los mejores”, al decir de Aróstegui (2001):

“Los temas básicos de este movimiento de ideas eran el tradicionalismo, el elitismo, la idealización de la sociedad estamental de la Edad Media, la denuncia de la modernidad como “rebelión de los peores” y decadencia de los valores. Como propuesta, planteaban el (re)establecimiento de una sociedad “jerárquica” y corporativa, la disolución de los partidos y “gobiernos fuertes”.

El islamismo, que irrumpe con violencia en Medio Oriente y el resto del mundo principalmente desde los años 80 del siglo pasado, impulsado principalmente por el triunfo de la Revolución Islámica en Irán, es al igual que el nazismo un movimiento antimoderno y antiliberal, pero, a diferencia del nazismo, es primitivo, barbárico.

Mientras los nazis se preocuparon primero en deshumanizar al judío, en quitarle su condición de sujeto de derechos y luego desarrollaron el horror principalmente en espacios especialmente elegidos para ello, apelando esencialmente a la indiferencia generalizada que no quería ver. Estos asesinos de hoy ni siquiera se preocupan de deshumanizar a su víctima, y apelan a la complicidad generalizada. A transmitir y enseñar a sus niños el mensaje de que hay seres humanos que no merecen vivir y que su asesinato es un homenaje al dios Alá, que se alimenta de la sangre de las víctimas inocentes.

Son humanos pero primitivos. Pertenecen a la edad de piedra, son neolíticos, pero tienen armas automáticas.

Hasta ahora el culto a la muerte de vidas inocentes de estos grupos se había experimentado en la Amia en 1984, en 2001 en el WTC en Estados Unidos, en 2004 y 2005 en Atocha y Londres respectivamente, o en Charlie Hebdo en 2015. La lista es mucho más larga, menciono los más conocidos y seguramente más simbólicos de este enfrentamiento entre civilización y barbarie.

Desde el 7 de octubre de 2023 hasta hoy, 22 de febrero de 2025, llevamos 505 días viviendo a diario la lucha entre civilización y barbarie, entre primitivismo y modernidad. Entre el culto a la vida y el culto a la muerte.

Y desde el 19 de enero pasado, cada semana vivimos un proceso muy singular de devolución de rehenes secuestrados aquel 7 de octubre por prisioneros vinculados a crímenes de sangre de cárceles israelíes.

Las imágenes de los rehenes liberados vivos, su aspecto físico y psicológico. La entrega de los restos de un bebé y un niño de 4 años asesinados brutalmente por estrangulamiento, nos retrotraen a las imágenes de la Shoá, de los habitantes de los guetos, los sobrevivientes de los campos de concentración y exterminio, de los cadáveres del millón y medio de niños asesinados por los nazis. Entiendo que es inevitable, principalmente para los judíos que seguimos teniendo eso siempre presente en nuestras retinas. No lo critico, lo acepto.

Es que no son nazis, pero se parecen.

En cada intercambio los bárbaros no dejan de mostrar su barbarie. Montan escenarios cual patíbulos, con encapuchados que sostienen un rifle automático en lugar del hacha con se cortaba la cabeza al condenado en la Edad Media. Y cual juicio a Barrabás, hacen que la turba condene a muerte a quien viene de 500 días encerrado en túneles, torturado, violado, hambreado. O la deleitan mostrando ataúdes cerrados con la foto del muerto que contiene.

Le muestran al mundo cuánto adoran la muerte y la felicidad que les da ver a sus propios hijos regocijarse con ella. Los involucran. Los transforman en cómplices del crimen. Los incitan a perpetuarlo.

Los nazis odiaban a los judíos, los consideraban una subespecie enferma que no merecía vivir porque infectaba a la humanidad. Se propusieron exterminarla y lo intentaron. Diseñaron una máquina de muerte perfecta. Usaron en gran parte de los casos gente llena de prejuicios ancestrales que les permitía justificar lo que hacían, y cuando no, drogaron a los verdugos para que llevaran adelante el crimen sin preguntarse demasiado por qué lo hacían.  Su objetivo era terminar el trabajo en esa generación, y que las futuras simplemente se cuidasen de que el foco infeccioso no renaciera. No celebraban lo que hacían, se enorgullecían de ser aquellos que así mejorarían a la raza humana, lo creían necesario, eso es lo que Hanna Arendt calificó como la “banalidad del mal”.

Hamás y sus hermanos en la lucha se enorgullecen de la muerte, la cultivan, la adoran, se alimentan y alimentan con ella a sus niños.

Es importante entender la diferencia, no para medir quien es peor, si aquellos nazis de ayer o estos islamistas de hoy, sino para entender contra qué estamos luchando.

Los nazis se rindieron incondicionalmente cuando vieron que ya no podían luchar, que estaban derrotados. Respecto a los judíos intentaron terminar todo lo que pudieran la tarea de exterminio y borrar las pruebas para ver si podían achicar sus futuras condenas. Sin pruebas suficientes lo podrían negar. Por suerte no pudieron.

Hamás no se va a rendir, va a arrastrar en su derrota a toda su gente. Esa es su lógica. Transformar hasta el último niño de Gaza en un combatiente por la causa, que no es el exterminio de los judíos, sino la imposición de una sociedad primitiva por encima de una moderna.

No quiero creer que cada niño, niña, joven, adulto y anciano de Gaza es un islamista radical que odia a la civilización occidental y, como los nazis, a los judíos especialmente. No quiero pensar que habrá que eliminar a dos millones de personas para detener esta insania mental que es el islamismo. Pero si el conflicto en Gaza se sigue extendiendo en el tiempo, no será necesario mucho más para que así sea.

Para los nazis la rendición era una opción. La discutieron varias veces. Intentaron eliminar a Hitler para poder rendirse, y finalmente se rindieron ni bien Hitler se murió.

Para Hamás la rendición no es una opción, no está dispuesto a aceptarla, incluso con sus líderes muertos como ya ha pasado.

Es que se parecen; pero no son nazis.