Apellidos judíos

El Ministro de RREE entrante de Uruguay, Mario Lubetkin, no sólo es de origen judío; ES judío.

Cierto, es hijo de inmigrantes (como una flamante senadora por el MPP que es de origen gallego) nacidos en Lituania y Ucrania. El judaísmo, sin embargo, se trasmite de varias maneras (no demasiadas, pero más de una), siendo la genealogía biológica la más básica. Tal vez no suficiente, como vemos en tantos judíos a quienes les cuesta reconocer su condición. Cuando no rechazarla de plano.

La última pregunta del periodista Emiliano Cotelo al canciller entrante en su programa ‘En Perspectiva’ en relación a sus ‘antecedentes’ resultó poco oportuna además de ‘extraña’, o lisa y llanamente, equivocada de acuerdo a los criterios de sensibilidades que contempla la sociedad hoy. Si el canciller fuera afro-descendiente, ¿hubiera cabido la pregunta en relación, por ejemplo, a la situación en el Congo que ha involucrado contingentes uruguayos? Dudo que se la plantee al Ministro de Medio Ambiente entrante porque sus ‘antecedentes’, o mejor dicho su origen, no es relevante para su ministerio.

No soy quien para criticar ni enseñar nada ni a Cotelo ni a Lubetkin. Tomo le entrevista como disparador de un tema que nos fascina, a veces hasta nos obsesiona, a quienes sí nos identificamos como judíos sin ambigüedades ni recursos retóricos. Aunque seamos ‘profundamente uruguayos’; otro concepto totalmente subjetivo y vago. Somos muchos los judíos que nos sentimos orgullosos de serlo, no lo ocultamos, no renegamos de ello ni lo negamos, aunque muchos seamos profundamente críticos con nosotros mismos. Discrepar y auto-exigirse está el ADN del judaísmo.

El Frente Amplio ha tenido en sus filas varias figuras ‘de origen judío’, o simplemente ‘judíos’. Desde Rosencoff a Lubetkin, la lista no es menor en términos relativos. Lo que siempre he afirmado, y Lubetkin lo confirma en la entrevista, es que su condición judía, como sea que ellos la asuman, no es relevante a su rol en la política o en el gobierno. Su condición judía tiene un peso menor que su ideología y su adhesión a otras causas. Tienen derecho que así sea. No debemos encandilarnos por el apellido judío de una autoridad de gobierno; es un canto de sirenas.

A nuestra generación le toca atravesar la peor crisis antisemita en ochenta años (post Shoá). En un mundo globalizado y sobre-conectado, el resultado es explosivo. En un mundo ‘woke’, combatir el antisemitismo es luchar con un monstruo de mil cabezas. Cualquier causa abraza el antisemitismo, sea para apuntalarse o sea como chivo expiatorio de los males que denuncia.

El pogromo del 7 de febrero hace casi dieciocho meses causó estupor y espanto global los primeros días, mientras que la guerra justa de Israel contra Hamas, los proxis de Irán, y el mismo Irán han alimentado el antisemitismo desde entonces. Israel está peleando su segunda guerra de liberación en varios frentes. A diferencia de 1948, Israel ya no es David frente a Goliat ni está gobernado por un gobierno pragmático. Israel es una potencia militar (si no lo fuera ya no existiría), y su gobierno actual es de tipo mesiánico y de extrema derecha. Mala combinación.

En este contexto, es difícil imaginar que un apellido judío en un gobierno auto-denominado ‘progresista’ haga alguna diferencia. Más aún cuando la palabra ‘judío’ no se usa ni una sola vez en su presentación. Por otro lado, la ponderación del futuro canciller es un buen augurio. Su adhesión a las vías diplomáticas va de la mano con las mejores prácticas de política internacional.

Como judíos ‘profundamente uruguayos’, sin embargo, no nos hagamos ilusiones en relación al curso de los acontecimientos ni a la influencia de los ‘apellidos judíos’ en un equipo de gobierno. No están allí por su condición de tales, sino por su compromiso con sus votantes. Su judaísmo es irrelevante, como queda en evidencia en la entrevista de Emiliano Cotelo al ministro Lubetkin.