Trump: supremacismo o realismo
Lic. David Telias, especial para TuMeser, 9 de febrero de 2025
El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, fue el primer mandatario extranjero invitado por la nobel administración de la Casa Blanca para reunirse con el presidente Trump.
El dato no debería sorprender en lo más mínimo. Podría haber sido el líder ruso, Vladimir Putín, pero seguro que hasta que no se haya concretado un plan realista para poner fin a la guerra con Ucrania esta reunión no habrá de ocurrir. O quizás Xi Jimping, pero es claro que no se llevan muy bien y que en su guerra comercial Trump todavía no tiene grandes resultados para mostrar.
Fue Netanyahu porque en primer lugar son amigos y ven el mundo y la política internacional de una forma similar, sus bases ideológicas coinciden. Segundo no hay alianza internacional más fuerte en este momento que la de Estados Unidos e Israel, solo equiparable y hasta por ahí no más con la que la potencia mundial tiene con Gran Bretaña, aunque ésta está en declive y la primera en ascenso sin duda.
Tercero y quizás lo más importante, Trump parece estar dispuesto a solucionar el conflicto palestino – israelí, poner al Medio Oriente en su órbita hegemónica, al tiempo que reconfigura los equilibrios internacionales en el marco de un sistema internacional en crisis absoluta. Una ONU inoperante, más deshonrada que desfinanciada, y que ya no es capaz de solucionar ni el más pequeño de los conflictos; sus principales órganos corrompidos por ya ni sabemos qué intereses, que parecen ganados por el wokismo internacional; su Asamblea General que solo vota resoluciones contra Israel como si no existiera ningún otro país en el mundo; la Corte Penal Internacional a la que ninguna potencia mundial reconoce; o el Consejo de Derechos Humanos que en este momento tiene integrantes como Cuba, Catar o Sudán (y supo tener peores como la Libia de Gadafi y la Siria de Al Asad).
Sólo queda el Consejo de Seguridad y es ahí donde Trump está jugando su partido, aunque por fuera de la institucionalidad, en un mano a mano bilateral con China y Rusia principalmente, incluyendo también a la India (recomiendo para quien quiera profundizar en esto escuchar la columna de Claudio Fantini en Radio Carve de Uruguay el pasado martes 4 de febrero).
En un clásico de la historia política internacional, Peter Calvocoressi decía lo siguiente respecto a la creación de la ONU: “Mientras el estado siguiese siendo el elemento básico de la sociedad internacional, la preservación del orden mundial y la eliminación de la guerra sólo podía garantizarlas el más poderoso de los estados. Se podía elegir entre varios métodos. Cada una de las principales potencias podría asumir la responsabilidad fundamental o exclusiva en una determinada región; también podrían todas juntas supervisar y mantener el orden en el mundo entero; o bien podrían dotar de medios y financiar a una asociación compuesta por otros estados para que realizara esta labor en su nombre. Después de la Segunda Guerra Mundial, la organización y la cooperación internacionales estaban basadas teóricamente en el segundo de estos métodos, después de que el primero fuese defendido sin éxito en algunas regiones; pero no se dieron las circunstancias necesarias para el éxito de dicho segundo método, de modo que la práctica se aproximó más a una adaptación del tercero, no del todo reconocida y llevada a cabo de forma precaria.” (Calvocoressi, Peter. 1987. “Historia Política del Mundo Contemporáneo. Desde 1945 a nuestros días.” Akal, Madrid. P. 108)
Hoy Trump, al frente del más poderoso de los estados, está poniendo en marcha el segundo de los métodos. Intentará repartir el control del mundo entre las potencias que puedan asumirlo, y busca algo así como una “pax romana”. Impidiendo la guerra no por el convencimiento de que la paz es lo mejor, sino porque hacer la guerra solo logrará tu propia destrucción.
Y eso es lo que está proponiendo para Gaza y para el conflicto palestino – israelí en general. Si lo logrará o no es otro tema, pero el mensaje es claro. Los palestinos nunca han tenido las mayorías suficientes y necesarias como para aceptar la propuesta de dos estados para dos pueblos. Ya sea por sus líderes, desde Amin al-Husseini, pasando por el propio Yaser Arafat, Abu Mazen y ni que hablar los líderes del Hamas que nació por y para la destrucción de Israel y la construcción del gran califato islámico.
Tampoco los países vecinos árabes con todos su petrodólares y monarquías super millonarias se hicieron jamás cargo de la situación de los palestinos, ni aportaron más que una “hoja de ruta” inservible a principios de este siglo en búsqueda de lograr un Estado para sus hermanos palestinos. Cuando no un montón de recursos económicos que fueron a parar a las manos de Hamas y le permitieron armarse hasta los dientes y sostener su poder político en la franja de Gaza.
Trump es probable que sea un supremacista, así como Netanyahu responde a una coalición de gobierno que bien le gustaría quedarse con todos los territorios palestinos y construir la “gran Israel”, y eso a mí no me gusta en absoluto. Y creo que sería sumamente perjudicial para Israel y para el pueblo judío en general. Pero nadie puede dejar de reconocer el realismo que hay por detrás de la propuesta del presidente de Estados Unidos.
Los palestinos deben comenzar de nuevo. El mundo árabe de una vez por todas debe hacerse cargo de la situación. Que ellos generaron en definitiva en 1948 cuando en lugar de aceptar el plan de partición del territorio decidieron atacar al recién creado Estado de Israel y perdieron. Luego nunca asumieron su responsabilidad por el perjuicio que le ocasionaron a los árabes palestinos. Deben hacerlo de una buena vez.
El pueblo judío es el resultado de un grupo de hebreos que se liberó del sometimiento egipcio y decidió ser libre en una tierra propia hace más de 3500 años. Dice el relato bíblico que un trayecto que debió llevar apenas unos meses llevó 40 años caminando, desde Egipto a la tierra de Canaán. ¿Por qué?
La respuesta es bien simple: no se podía crear una nación de hombres libres con esclavos, por lo que se debió sacrificar una generación, para construir el sueño con los nacidos en libertad. Ni siquiera el propio Moisés pudo entrar a la Tierra Prometida.
No se puede crear el Estado palestino con refugiados de guerra que creen en el derecho de retorno (ese que los países árabes y las organizaciones internacionales a su servicio le hicieron creer que tienen durante más de 75 años), se debe hacer con hombres que quieran realmente construir un Estado propio, que lo deseen, que lo sueñen como los judíos soñamos Israel durante 40 años en el desierto y luego durante dos milenios de diáspora obligada. Que acepten el plan de partición de 1947.
Deportar cientos de miles o casi 2 millones de personas de su suelo hacia otros países es trágico: en términos concretos es una limpieza étnica de un territorio. El mundo moderno no debería permitir que pase y esperemos que no ocurra. Pero los palestinos, como quizás los judíos en el año 70 e.c. deben sentir de alguna forma que lo están perdiendo todo. Que su alternativa es la de soñar con un Estado propio al lado de Israel y conviviendo en paz, o quedarse sin nada. Mientras el discurso del “derecho al retorno”, que implica la eliminación de los judíos de su tierra, sea más fuerte que el deseo de tener su Estado, no habrá solución, y seguirán perdiendo, una y otra vez.
Quiero creer que el supremacismo de Trump es más retórico y discursivo que real, y que su amenaza tiene como fin poner a los palestinos en esta situación.
Lamentablemente ya sabemos que en Medio Oriente lo único que funciona es el poder de la fuerza. Si Israel no fuera el más fuerte de la región ya no existiría, y si no fuera porque algunos se cansaron de querer destruirlo y se dieron cuenta que eso les causaba más perjuicios que beneficios, no hubiese conseguido la paz con ninguno de sus vecinos como afortunadamente la consiguió con Egipto y Jordania. Los recientes acuerdos de Abraham ya son otra historia en este sentido y tienen más que ver con otros tipos de fuerzas.
Ojalá el discurso de Trump quede solo en eso, en una amenaza de algo que podría ocurrir si los palestinos y sus ‘hermanos’ árabes no se dan cuenta que han llegado al fondo, que se han hundido en sus propios túneles y se están quedando sin nada. Que deben aprovechar la coyuntural debilidad militar de Hamas para hacerse del control de su destino, y demostrar que es más importante para ellos tener su Estado que la destrucción de su vecino.
Solo cuando ocurra esto el conflicto palestino – israelí empezará a transitar un camino de solución. De mientras solo se estarán alimentando los deseos de aquellos que, aun sabiendo que en el siglo XXI no sería tolerable que una potencia occidental lleve a cabo una limpieza étnica (en África y algunos rincones de oriente están ocurriendo en este momento sin que al wokismo se le mueva un pelo por ello), les encantaría hacerlo y tienen el poder para hacerlo.