Judaísmo sin Dios

Nathan Lopez Cardozo, The Times of Israel, 1 de diciembre de 2024

Con el terrible pogromo que tuvo lugar en mi ciudad natal, Ámsterdam, y el antisemitismo existente en Europa, Estados Unidos y, de hecho, en todo el mundo, ha llegado el momento de prestar atención a uno de los grandes errores de la historia judía moderna. Se trata del mito de que, si los judíos simplemente se “normalizaran” a sí mismos, el antisemitismo llegaría a su fin; que cuando los judíos tendrían su propia patria, un gobierno y un ejército, vivirían sus vidas como todos los demás ciudadanos de este mundo y acabarían con sus extrañas costumbres y vivirían en paz con sus vecinos.

Este mantra repetido constantemente ha demostrado ser totalmente equivocad y, de hecho, peligroso.

El célebre pensador judío liberal, el Profesor Emil Fackenheim (1916-2003), es bien conocido por sus escritos sobre el Holocausto y el pueblo judío. Al analizar el Holocausto, Fackenheim afirma que ya no es posible que los judíos nieguen su condición “singular”. El Holocausto lo ha demostrado como nunca antes.[1]

Cualquiera que sea la razón de este fenómeno, los judíos tienen que dejar de engañarse a sí mismos pensando que son simplemente un miembro más dentro de una comunidad de naciones. No lo son y nunca lo han sido.

El sionismo secular cometió un error fundamental cuando profetizó que una vez que los judíos tuvieran su propia patria y estado, el antisemitismo terminaría y que ya no habría necesidad de seguir siendo judíos. La creación de una nación israelí secular sería suficiente para hacer que los judíos fueran “normales”.

En posiblemente su afirmación más citada, Fackenheim dice que el auténtico judío de hoy tiene prohibido otorgar a Hitler una victoria póstuma más: la asimilación. Dado que Hitler convirtió el hecho de ser judío en un crimen y quería destruir al pueblo judío, asegurarse de que cada judío y sus hijos sigan siendo judíos es una obligación para cada judío. Fackenheim llama a esto el 614º mandamiento, por encima de los 613 mandamientos de la Torá [2].

No está del todo claro en los escritos de Fackenheim por qué él quiere que los judíos sobrevivan. Pareciera estar diciendo que los judíos no tienen otra opción. Es un caso de fuerza mayor. Pero no da más detalles en cuanto a por qué esto es así. Sin embargo, está completamente claro que la continuidad de la condición de pueblo del pueblo judío es, para él, una condición sine qua non. No está permitido que el pueblo judío se desintegre.

De hecho, esta fue la base del sionismo clásico, y es el fundamento de casi todos los judíos que viven en el Estado de Israel o son miembros de una comunidad judía fuera de Israel. Debería ser evidente para cada judío que, por mucho que intente convertirse en un no judío y asimilarse, no tendrá éxito. Siempre será judío, incluso si es bautizado. Es como si hubiera una conciencia subconsciente de la palabra de Dios al profeta Ezequiel (20:32-34): “Jamás sucederá lo que ustedes tienen en mente: ‘Queremos ser como las otras naciones, como los pueblos del mundo’…”

Fackenheim se afana poderosamente con la pregunta de cómo podemos seguir siendo judíos cuando ya no somos observantes. Por un lado, cree que, después del Holocausto, ya no es posible seguir siendo un observante religioso pleno. Después de todo, cree que la tradición judía convencional no tiene los medios para resolver el problema de la existencia de Dios y su responsabilidad por la maldad posterior al Holocausto. La maldad del Holocausto no encaja en ninguna categoría anterior de antisemitismo; no tiene precedentes y su barbarie no se puede comparar con pogromos y expresiones de antisemitismo anteriores. El Holocausto fue un “evento que hizo época”, totalmente fuera del ámbito de la historia judía. Y debe tratarse como tal.[3]

En ese sentido, la observancia tradicional completa ya no es posible. Nuestro mundo tiene que aceptar un sistema de creencias que ha sido parcialmente destrozado por el Holocausto.

Al mismo tiempo, Fackenheim se da cuenta plenamente de que sin observancia no habrá un futuro judío. El pueblo judío se asimilará y desaparecerá. Todos sus escritos filosóficos están imbuidos de esta ambivalencia.

Muchos pensadores judíos no están de acuerdo con la afirmación de Emile Fackenheim de que el Holocausto es algo único. Si bien es cierto que un número sin precedentes de judíos, un tercio de la población judía mundial, fue asesinado en el Holocausto, de ninguna manera su maldad realmente fue diferente de la de muchos pogromos anteriores. No generó más crisis religiosa que cualquier otra catástrofe en la historia judía.

La tradición judía ha lidiado con los bárbaros 210 años de esclavitud en Egipto, la destrucción de los templos, la maldad de los imperios romano y griego, el colapso de la antigua Mancomunidad Judía, la inquisición en España y en Portugal y sus numerosos pogromos. El Holocausto está cortado de la misma tela: es solo un eslabón más de una cadena de barbarie que sigue ocurriendo.

Cualesquiera que sean las diferencias que estos pensadores tengan con respecto al Holocausto, todos están de acuerdo con Fackenheim en que los judíos tienen la obligación de seguir siendo judíos.

El problema es, sin embargo, que la historia judía demuestra una y otra vez que en el momento en que los judíos dejan de ser observantes, comienza la asimilación y que, en un corto período de tiempo, los judíos dejan de ser judíos y sus nietos se pierden para el pueblo judío.

La cuestión es inquietante: ¿Por qué seguir siendo judíos cuando rechazamos precisamente lo que nos mantuvo vivos como judíos durante miles de años? Está claro que el judaísmo y la observancia religiosa son responsables de nuestra supervivencia. Sería difícil afirmar, como lo han hecho Spinoza y Sartre, que seguimos siendo judíos solo porque los gentiles nos odian. No se puede construir un futuro judío sobre las cenizas de Auschwitz.

Pero ¿qué hacer cuando el Holocausto ha destruido la creencia en Dios para muchos judíos?

Es aquí donde descubrimos un descuido subliminal cometido por muchos judíos seculares bien intencionados. Ellos, comprensiblemente, argumentan que ya no son observantes porque ya no pueden creer en un Dios que permitió que ocurriera el Holocausto. Si no hay quien mande, ¿por qué cumplir los mandamientos? ¡Suena bastante lógico!

Se han hecho muchas sugerencias para eludir este problema. Pero a esta altura de los acontecimientos ha quedado claro que ninguna de ellos funciona. El nacionalismo judío, la cultura judía, los festivales seculares judíos, los memoriales conmemorativos del Holocausto, los museos… ninguno de ellos ha demostrado ser exitoso para que los judíos sigan siendo judíos.

Ni siquiera el estado judío garantiza la identidad judía si esta identidad no se basa en algo que haga que el estado judío sea factible. El Estado de Israel no garantiza la existencia del pueblo judío. Pero la existencia del pueblo judío hace posible el estado judío, siempre y cuando los judíos se aferren a algo mucho más grande que ellos mismos, a algo que los inspire a querer seguir siendo judíos.

Este es un hecho ineludible que parece ser insuperable. Una “Trampa 22”. Si dejamos de ser observantes, ¿qué nos hará seguir siendo judíos y por qué deberíamos querer serlo?

Y en el caso de aquella gente que ya no puede creer en Dios, la cuestión se vuelve aún más desesperante. Si la idea de Dios ya no es aceptable y, en consecuencia, la observancia deja de tener sentido, ¿qué hará que nuestros hijos quieran seguir siendo judíos?

Parece que solo hay una respuesta a este dilema, y esta respuesta es paradójica y está lejos de ser perfecta. Para aquellos que ya no creen en Dios, la única manera de asegurarse de que sus bisnietos sigan siendo judíos en el futuro es que deben seguir siendo observantes a pesar de que no crean en Dios.

Esto significa que el judaísmo, en última instancia, debe ser capaz de eludir la creencia en Dios.

Es aquí donde debemos recurrir al conocido filósofo judío ortodoxo contemporáneo, el rabino Yitz Greenberg, y su concepto de observancia voluntaria [4].

El rabino Greenberg llega a la conclusión de que los judíos ya no están obligados a observar los mandamientos. Él cree que cuando ocurrió el Holocausto, Dios rompió su pacto con los judíos. Dado que Dios no cumplió con su parte del pacto protegiendo a los judíos, los judíos tampoco están obligados a cumplir con su parte del pacto.

A pesar de esto, el rabino Greenberg hace un llamamiento a los judíos para que sigan siendo observantes. Pero esta observancia es puramente voluntaria. Ya no puede haber alguien que manda, solo alguien que recomienda. Es una situación similar al caso del converso que elige convertirse en judío y cumplir con las mitzvot. No existe una obligación de convertirse, solo una elección sincera.

Ya sea que se esté de acuerdo con esta noción radical o no, la necesidad de un compromiso voluntario con la observancia es de suma importancia para aquellos que ya no creen en Dios después del Holocausto.

Pero aquí llegamos a una gran paradoja. El judío creyente argumentará que la razón principal por la que observa los mandamientos es porque Dios le ordenó que lo hiciera. Pero este camino no es válido para el judío secular.

Esto significa que éste debe encontrar otra razón por la que ser observante, a pesar de su rechazo de un Dios vivo.

Por lo tanto, el judaísmo necesita tener el poder de sobrevivir a la creencia en Dios.

Esto solo es posible cuando el judaísmo se enseña y se vive de tal manera que el judío secular se sienta tan alentado por las grandes ideas de la tradición judía que, a pesar de su negación de que Dios existe, no pueda resistirse a vivir cumpliendo sus sublimes directivas.

Esto requiere una dirección completamente nueva en la educación judía. El judío secular necesita, como dijo A. J. Heschel, dar un salto hacia la acción: hacer más que lo que entiende para que entienda más que lo que hace. [5]

Lo que se requiere no es solo la cognición intelectual, sino también, como han declarado el jasidismo y Franz Rosenzweig, “escuchar en la acción”. [6] Solo se puede entender el significado del Shabat cuando se experimenta el Shabat observándolo activamente. Afirmar lo contrario es hacer lo mismo que una persona que niega la belleza sublime de una música sobre la base de que nunca la escuchó.

Y así es con casi todos los mandamientos. Deben aprenderse y vivirse como una revolución, como una protesta a lo habitual, como un acto de desafío. Su observancia debe ser no dogmática, alegre. Sobre todo, deben enseñarse como una misión universal y no simplemente como un estilo de vida convencional.

Esto requiere una tremenda valentía por parte del judío secular. Debe vivir activamente una vida religiosa judía, a pesar de su renuncia a Dios.

Todo apunta al hecho de que esta es la única solución posible al enigma de la singularidad judía. Será necesario organizar cursos especiales e incluso academias para enseñar el judaísmo de tal manera que incluso el judío más secular se sienta inspirado y sienta la necesidad interna de ser observante sin admitir que existe Dios.

En este sentido, es superior al judío religioso. ¡Él es el auténtico Baal Teshuvá!

Un mecanismo importante para permitir este proceso es crear una escalera de observancia. Pasos medidos, un ladrillo sobre otro, paso a paso, inspirarán la observancia.

Si bien no hay garantías de que esto funcione, y siguen existiendo muchas paradojas, inconsistencias y ambigüedades inherentes, creo que esta es la única opción viable disponible para la comunidad judía secular.

Se argumentará sin duda que los nietos de los judíos israelíes serán judíos sin ninguna observancia. Pero esto es muy cuestionable.

En primer lugar, un número cada vez mayor de israelíes seculares han abandonado Israel y se han asimilado en la diáspora. Hoy en día, los judíos seculares fuera de Israel se casan con no judíos a una tasa de más del 50 por ciento.

En segundo lugar, la supervivencia física no garantiza la continuidad judía. La pregunta no es solo si sobreviviremos, sino también cómo sobreviviremos. La asimilación no es simplemente una cuestión de matrimonios mixtos, sino también de una pérdida de la identidad judía. Y la identidad judía tampoco es idéntica al israelismo. El hecho mismo de que nunca pueda haber un reclamo israelí sobre la tierra de Israel, sino solo un reclamo judío, demuestra que sin el judaísmo no hay posibilidad de mantener a nuestros hijos dentro del judaísmo. Donde no hay continuidad, no puede haber retorno. O admitimos que regresamos a la Tierra Santa o en realidad no había tierra a la que regresar.

El judío secular debe hacer las paces con estos hechos, por incómodos que sean.

Pero si lo hace, será un pionero y habrá demostrado que el judaísmo es demasiado importante para dejárselo a los religiosos. No existe mayor elogio que éste.

Traducción: Daniel Rosenthal