Reflexiones al regreso
De pronto hemos pasado a segundo plano. Aunque los criterios editoriales en el tratamiento de las noticias sean otros, el hecho es que Siria, Corea del Sur, la interna francesa, y la sentenciada Ucrania han ocupado los titulares de las cadenas televisivas, y acaparado los algoritmos de las redes sociales.
De Israel queda sólo el precario cese al fuego en la frontera con Líbano, que por ahora se sostiene en lo formal aunque no pasó una semana sin que fuera trasgredido en los hechos; y quedan ciento un rehenes vivos o muertos (hasta que aparezca el último nunca sabremos en qué proporción) que siguen siendo manipulados como recurso retórico en lugar de la urgencia que merecen hace cuatrocientos veintiséis días.
El estado de guerra parece haberse instalado por defecto en la sociedad israelí. Desandar los pasos de un año de escalada militar y desplazamiento de población (sí, hay desplazados en Israel también, no sólo en Gaza), cuando el gobierno está más ocupado en salvar su pellejo y promover su agenda, no es nada sencillo.
El testimonio y las experiencias de diez días en Israel son inequívocos: ‘la vida sigue’ pero el duelo subyacente también. Probablemente cuando uno se mueve del centro hacia la periferia (del gran Tel-Aviv o Jerusalém hacia el norte o el sur, alternada o simultáneamente) es mayor el componente del duelo que el de la normalidad.
Ante la contundencia de los hechos uno eligió quedarse lo más quieto posible; no tenemos demasiada experiencia en refugiarnos de misiles. Cinco alarmas en diez días no es un promedio despreciable; cuando son tres en un mismo día, es profundamente movilizador. No se trata de miedo; no da el tiempo. Se trata de perplejidad, resignación, impotencia, y suerte.
Uno mira el paisaje hacia el este, las colinas de Samaria, e imagina #Oct7 en esa geografía que uno está habitando en ese momento. No se trata de comparar, sino de asimilar la dimensión de la fragilidad por un lado y la responsabilidad por el otro. Alguien falló en su trabajo el 7-10-2023, pero las distancias entre Israel y sus enemigos jurados son surrealistas.
Las hemos visto en mapas, las hemos visto en el terreno a lo largo de los años. Pero nunca con el antecedente de un #Oct7. La dimensión existencial (no precisamente en un sentido filosófico) de Israel adquiere proporciones de espanto. No sólo el enemigo se fortalece y sofistica; Israel se aburguesa y sucumbe a sus crisis internas. La tormenta perfecta. Aunque no nos hayamos ahogado, han sido muchas pérdidas.
Instalado el estado de guerra, la política que pareció interrumpirse aquel 7 de octubre ha retomado, inexorable, su agenda. Como si el país no hubiera estado expuesto suficientemente a la tragedia. Es cierto que la noción de lo trágico es griega, no judía: no creemos en la predeterminación de los acontecimientos sino en nuestra capacidad de actuar sobre la Historia. Pero en estos últimos dos años hemos fracasado como nunca. Triunfos militares no compensan los errores éticos.
La capacidad bélica de las FDI existe a pesar de la incapacidad y corrupción del gobierno. Porque en definitiva las FDI son el pueblo, mientras que el gobierno surge de sus representantes, cuyos intereses no coinciden necesariamente con el bien común. Nadie se llame a engaño: la amenaza a la democracia israelí sigue intacta, e incluso reforzada por un año de campaña militar.
Las señales están en todos los medios y redes para quienes quieran verlas. Sólo depende de qué elegimos leer, qué voces escuchar. Israel está al borde de un oscurantismo mesiánico y fundamentalista con poco espacio y ninguna incidencia de un judaísmo tradicionalista, liberal, y humanista. A priori, y hasta nuevo aviso, no se avizora un liderazgo capaz de deshacer la coalición que sostiene mutuamente a Netanyahu y sus socios. Todos ganan, y son mayoría. Las voces discrepantes están siendo silenciadas: en personas (Gallant), en los medios (Haaretz).
Para quien durante dos años ha venido lamentándose como el profeta Jeremías recreado por Rembrandt, aferrado a los viejos tesoros de su relato y sus sueños, diez días han sido simbólicamente un proceso de aceptación y reconocimiento de una realidad. Mis seres más queridos, familia y amigos, están sumidos en esa desazón. No tengo derecho a lamentarme más mientras ellos viven día a día la experiencia.
Como judíos que no vivimos en Israel (‘el hogar que no habito’) podemos por supuesto seguir defendiendo su causa (si creemos que eso incidirá en la percepción de los antisemitas), pero sobre todo creo que el desafío es insistir en rastrear y recrear los valores judíos cuya aspiración es ser ‘una luz entre las naciones’, un ‘pueblo santo y un reino de sacerdotes’, recordando siempre que fuimos ‘esclavos en Egipto’. Hoy mismo hay judíos en cautiverio. ‘Lo que no quieres que te hagan a ti, no lo hagas al otro’.
Israel-Estado decidirá su destino. Si queremos incidir, debemos vivir allí. Israel-Nación decidirá su destino, donde sea que elijamos vivir. En este caso no son votos, son voces. Voces talmúdicas: ‘estas y aquellas son palabras del Dios viviente’. ‘Hagamos y escuchemos’.
Siempre, al final del día, por favor, escuchémonos. Porque la Torá no está en el cielo.