Porque leo Haaretz

Leo Haaretz en su edición en inglés por las mismas razones que escucho podcasts del Instituto Hartman: porque me representa. Tal vez no por completo pero sí lo suficiente. Me representa en su espíritu crítico, el mismo que, modestamente y con enormes distancias de capacidad, profundidad, y recursos, intento manejar en mi propio discurso judío.

No coincido con todos sus periodistas o columnistas. Algunos de ellos los salteo. A otros les doy el beneficio de la duda (los leo, a pesar de todo). Pero otros tantos no sólo me informan: me hacen pensar y entender los procesos políticos y sociales de Israel desde una perspectiva humanista por sobre una perspectiva nacionalista.

No sorprenden las últimas medidas del gobierno de Netanyahu en relación a publicidad oficial en Haaretz a causa de las opiniones de su editor Amos Schocken. La guerra de trece meses en que está sumido Israel ya ha servido de justificación para muchas otras estrategias político-electorales; la más notoria es evitar a toda costa y costo la caída del gobierno y elecciones.

Si Netanyahu y sus aliados del bloque de Derecha (la Derecha más derecha de Israel, que es mayoritariamente de Derecha de todos modos) crearon hace ya años un cuarto canal de TV abierta, el 14, ¿cómo  van a permitir que se les cuelen editoriales tan ferozmente críticos? La prensa israelí ha sido acusada por su tenaz crítica a Netanyahu y sus aliados, como si la prensa creara los hechos; la prensa los relata, los presenta, y ningún medio escapa a las generales de la ley.

Si creemos, o estamos convencidos, que en EEUU, Argentina, o Uruguay hay medios que operan para ciertos sectores, ¿por qué Israel sería diferente? Hace rato que la ‘normalización’ que propuso Herzl y por la que bregó el Sionismo ha tenido éxito: Israel sucumbe a los mismos vicios de cualquier otro país. No está por encima del bien y el mal: que ‘el bien’ sea el gobierno o Haaretz, o a la inversa, es opinión de cada uno.

Durante años, en Uruguay, compraba Búsqueda los jueves y Brecha los viernes. Mucho antes de los algoritmos, me di cuenta que el relato de Brecha me era ajeno, incómodo, poco verosímil, y muy ideológico. Aún así, lo leí muchos años. Hasta que un día me dije que no podía seguir leyendo a quienes no me estaban hablando a mí, sino contra mí. Hoy estoy en ese punto de quiebre en relación a Búsqueda. El riesgo es que me quedaré si lectura.

En relación a Israel, leo Times of Israel (donde además tengo mi blog, entre otros miles de blogers), que practica un discurso neutral bastante exitoso, y ojeo de vez en cuando el Jerusalem Post, mi lectura de viernes casi cincuenta años atrás cuando fui estudiante en Israel. A diferencia de Haaretz, son de libre acceso. Pero ninguno ofrece lo que ofrece Haaretz: pensamiento crítico. Crítico en el sentido de criterio y crítico en el sentido de criticar.

El pensamiento crítico no contradice el amor a la patria, la nación, el pueblo, el país, o la religión. Cualquier acusación de ese tipo es manipulación retórica. Tal vez sea lo opuesto: los más feroces críticos son los que más sufren las realidades que todos padecemos. Expresarlas es no sólo una forma de catarsis sino un intento de quebrar las hegemonías. Sin un pensamiento crítico no vamos a ninguna parte, nos hundimos más y más en los pantanos de los populistas, sean de Derecha o de Izquierda.

Mi principal fuente de frustración y tristeza ante los acontecimientos en Israel y el pueblo judío en los últimos dos años es mi creciente y estupefacto escepticismo ante el rumbo de los hechos. No tengo respuestas, sólo incertidumbres. Leo Haaretz, o escucho los podcast del Instituto Hartman, porque plantean, impregnados de más o menos ideología, un pensamiento crítico y analítico de la realidad.

Sobre todo, elijo. Por ejemplo: yo no vivo en los EEUU, principal público de ambas publicaciones, por lo tanto salteo todo lo que está planteado en términos demasiado ‘norteamericanos’. Por otro lado, si bien no habito en Israel, vivo Israel. Hay mucho material que es insumo de primera calidad para no quedarse varado en un discurso persecutorio, chauvinista, e ignorante. Ignorante no de ignorancia sino de ignorar al otro; hay gente muy ilustrada que es muy ignorante en este último sentido.

Hace pocos días, en un reencuentro cuasi-familiar, una amigo de la infancia, israelí, me decía que él lee Haaretz porque ‘hay que saber qué piensan los otros o qué sucede donde no accedemos a ver’, o sea, los mundos que no habitamos. Otro amigo me decía más o menos lo mismo: uno vive en un cantón, pero la realidad del país se define por mayorías de las que no somos parte.

No saber o no escuchar o no leer contribuyen a la simplificación, y esta al fanatismo. No es un andarivel por el cual me quiera mover. Por eso, a pesar de que Guideon Levy puede ser groseramente crudo en su crítica de ‘la ocupación’, para él el principio de todos los males de Israel, yo quiero seguir leyendo a Amos Harel o Alon Pinkas en sus complejos análisis, que por su parte no pierden oportunidad de endilgarle a Netanyahu todos los males.

Leo Haaretz, y escucho los podcast del Instituto Hartman, en definitiva, porque parto de la base de que si somos atacados debemos defendernos y contraatacar, poco podemos hacer respecto del enemigo excepto derrotarlo; y cada vez es más difícil. Culpar al enemigo es absurdo, no asumir responsabilidades es infantil, y no aprovechar las crisis como oportunidad de crecimiento es un desperdicio.

Está claro lo que Irán, Hamas, Hizbola, los Houtíes y tantos otros quieren. Lo que está cada vez menos claro, lo que merece discutirse, es qué queremos nosotros. A dónde queremos llegar, cuál es el punto en que podamos sentirnos otra vez relativamente seguros y al mismo tiempo volver a ser un Estado viable. Esas discusiones, la dimensión ideológica y moral del conflicto, se leen en Haaretz.

Seguramente al final del camino Israel nunca será lo que los editores de Haaretz pretenden, pero sin ellos se parecerá mucho más a lo que el actual gobierno quiere: un Estado religioso, mesiánico, de tipo fundamentalista y con una dosis muy baja de democracia. Ese no es el espíritu de los profetas que cita la Declaración de Independencia ni la visión de muchas generaciones de padres fundadores.

Leo Haaretz porque siento que si silenciamos las voces disonantes sucumbiremos a las voces uniformes, esas que no dejan espacio. Leo Haaretz porque explica las causas y expresa mi impotencia ante el curso que ha tomado la historia judía en estos últimos dos años. Si esperamos a que termine la guerra será muy tarde: o yo no estaré por aquí para enterarme, o ya habrá poca cosa que arreglar. De modo que mientras esté en uso de mis facultades y pueda contribuir en algo con las causas e ideas en que creo, leeré e incluso confrontaré Haaretz.

Decían Les Luthiers: ‘no me asusta el acertijo’. Me asustan la guerra y los fanáticos que la inician así como los fanáticos que echan leña al fuego.