¿Hamás, o liberar a los rehenes?

Yossi Klein-Halevi, Times of Israel, 5 de setiembre de 2024

A medida que la inmediatez de los horrores del 7 de octubre comienza a desvanecerse, el trauma que persistirá en la psiquis israelí es la destrucción de dos creencias fundamentales acerca de nuestro país.

La primera de ellas es la creencia de que sabemos cómo defendernos y cómo proyectar el poder disuasivo en una región hostil. Pero el 7 de octubre, el más débil de nuestros enemigos nos asestó el golpe más devastador de nuestra historia, enviando un mensaje de vulnerabilidad sin precedentes a nuestros enemigos.

La segunda es la creencia de que sabemos cómo protegernos los unos a los otros. Pero el 7 de octubre, los israelíes en la frontera de Gaza fueron efectivamente abandonados por el ejército y el gobierno, lo cual constituye un mensaje de fracaso sin precedentes.

La continuada agonía de los rehenes solo profundiza esa sensación de fracaso y vergüenza.

La fuerza y la resiliencia de Israel dependen de mantener nuestro poder disuasivo y de nuestra solidaridad, los dos pilares de nuestros valores nacionales. Durante los primeros meses de la guerra, los israelíes fingimos que podíamos hacer ambas cosas: derrotar a Hamás, restableciendo nuestro poder disuasivo y liberar a los rehenes, restaurando también nuestra fe en nuestra capacidad de protegernos los unos a los otros. Ahora, sin embargo, sabemos que debemos elegir uno de esos dos objetivos esenciales. Esa es la crueldad de nuestro dilema sobre los rehenes.

Priorizar a los rehenes tendrá consecuencias para restablecer nuestro poder disuasivo; priorizar la victoria tendrá consecuencias para restaurar nuestra solidaridad. Es necesario que los defensores de cualquiera de las dos posiciones reconozcan el precio brutal que implica su elección. La lucha entre esas dos posiciones se está desarrollando en las calles de Israel a través de fotografías de rostros sonrientes que compiten entre sí. Los carteles que abogan por un acuerdo inmediato muestran fotos de rehenes en las poses de la vida cotidiana, mientras que los carteles que abogan por la victoria muestran fotos de soldados caídos en su vigor juvenil. Las imágenes hacen un llamado a emociones compartidas – nuestra preocupación de los unos por los otros – pero requieren conclusiones políticas opuestas. ¿Permitirás que tus hermanas y hermanos mueran en los túneles? ¿Permitirás que aquellos que lucharon en los túneles hayan muerto en vano? (Esta dicotomía, promovida por la derecha, ignora el hecho de que muchos soldados dicen que el motivo que los inspira en la batalla es el rescate de los rehenes).

Como la mayoría de los israelíes en la fase inicial de la guerra, prioricé la victoria militar sobre el rescate, incluso si no podía admitírmelo a mí mismo. La necesidad primordial en los momentos inmediatos después del 7 de octubre era demostrar que todavía podíamos defendernos. En entrevistas y ensayos en los medios de comunicación (entre ellos los publicados en The Times of Israel), argumenté que nuestra existencia a largo plazo depende de restaurar nuestro poder disuasivo y que esto no sería posible lograrlo dejando un régimen genocida en nuestra frontera. Y temía que las manifestaciones para liberar a los rehenes pudieran fortalecer el rechazo de Hamás a las negociaciones.

Hoy, sin embargo, estoy en las calles, exigiendo un acuerdo. Lo que ha cambiado para mí es que he comprendido que permitir que los rehenes mueran en cautiverio también tendrá consecuencias fatídicas para la seguridad de Israel, quizás incluso más devastadoras que no destruir a Hamás. Si se deja morir a los rehenes, un gran número de israelíes creerán que fueron sacrificados no por un propósito de mayor seguridad, como retener el Corredor Filadelfia en la frontera entre Gaza y Egipto, sino por las necesidades políticas de un primer ministro infinitamente cínico que busca mantener unida a su coalición. Lo que importa para el bienestar de Israel no es si esa percepción es cierta, sino que muchos israelíes están convencidos de que lo es. Las consecuencias para el pacto de confianza entre el estado y una gran parte de su gente serán sin duda trascendentales.

Como ciudadano, a quién debo creer: ¿a los jefes de las FDI, del Mossad, del Shin Bet, todos los cuales insisten en que el Corredor Filadelfia se puede manejar de manera diferente, o a un primer ministro que agrega repetidamente nuevas demandas en las negociaciones y que apenas mencionó el Corredor hasta hace poco, cuando los políticos de extrema derecha amenazaron con hacer caer al gobierno si se retira de allí? Mi fe en la sabiduría y las capacidades de nuestros principales funcionarios de seguridad indudablemente se ha visto muy afectada por el 7 de octubre. Pero al menos sé que puedo confiar en sus motivos.

Para muchos israelíes, Netanyahu y su coalición de “ultras” – ultranacionalistas, ultraortodoxos, ultracorruptos – han perdido toda credibilidad. Y como decimos irónicamente en hebreo, se han ganado esa desconfianza “b’yosher” con toda justicia. Netanyahu nunca ha transmitido a la nación un genuino sentido de empatía con su angustia por los rehenes. En cambio, él y sus ministros frecuentemente han demostrado indiferencia por su destino e incluso desprecio por sus familias. Netanyahu apenas se ha reunido con las familias durante estos largos meses. Ha fomentado las divisiones entre ellos, destacando las reuniones con el puñado de familiares de rehenes que lo apoyan. Es indignante que los medios de comunicación progubernamentales hayan convertido a las familias que intentan presionar al gobierno para que priorice a los rehenes en prácticamente enemigos del estado.

La extrema derecha, que predica el amor por los hermanos judíos, ha mostrado poca preocupación por las familias. En las sesiones del comité de la Knesset presididas por diputados de extrema derecha, los miembros de las familias han sido silenciados, se han burlado de ellos, han sido expulsados. Algunos miembros de las familias que se manifiestan contra el gobierno han sido agredidos físicamente por los partidarios de éste, sin ninguna reprimenda por parte del primer ministro. En una entrevista televisiva, una rehén liberada, Adina Moshe, recordó cómo se paró en una intersección con un cartel que expresaba solidaridad con los rehenes restantes. Un transeúnte, reconociéndola, gritó: “Es una lástima que te hayan liberado”. Lloró mientras contó la historia, y se podía percibir que no era solo por el dolor personal, sino por su incredulidad ante la degradación de la solidaridad israelí.

Netanyahu no ha asistido a los funerales de los rehenes y solo ha reconocido sus muertes de forma ritual. Pero cuando las FDI lograron liberar a un puñado de rehenes, se apresuró a subir al podio para dirigirse a la nación y reclamar el crédito. Ahora, después de que seis rehenes fueron asesinados y una gran parte del público ha estallado en protestas, ha tratado de controlar los daños contactando a las familias. Pero ya no puede deshacer la percepción generalizada de que somos liderados por un hombre que se preocupa más por sus propias necesidades que por las vidas israelíes.

Desde el 7 de octubre hemos experimentado un notable resurgimiento de la resiliencia. La sociedad israelí ha intentado valientemente restablecer tanto su poder de disuasión militar como su solidaridad. Nuestros soldados han demostrado una determinación extraordinaria en la batalla y que están unidos más allá de las diferencias políticas. Y aunque el frente interno está convulsionado una vez más por las protestas, casi no ha habido manifestaciones que cuestionen la justicia de esta guerra.

Pero no podemos dar por sentada esa resiliencia. Una de las fuentes más profundas de la resiliencia israelí es nuestra solidaridad. Sin embargo, si este gobierno y este primer ministro dejan morir a los rehenes, algo esencial morirá dentro de muchos israelíes. La angustia resultante se verá agravada por el cinismo y la desesperanza, lo que afectará la capacidad de una parte crítica del público israelí para continuar sacrificándose por este país. Y eso podría tener consecuencias estratégicas.

Nos enfrentamos a una guerra regional a largo plazo. La batalla contra Hamás es solo la primera fase – y de ninguna manera la más importante – de la guerra entre Irán e Israel que comenzó el 7 de octubre. Está por delante una inevitable confrontación con Hezbolá y, en última instancia, una confrontación con Irán. Preocupados por Hamás, hemos perdido de vista la amenaza mucho mayor de un Irán nuclear. Solo Israel evitará que haya una bomba en manos de los ayatolás.

Garantizar nuestra resiliencia y solidaridad requiere nuevas elecciones. Este gobierno, que continúa invirtiendo fondos masivos en la comunidad jaredí que se abstiene del esfuerzo de la guerra, que permite que las turbas de extrema derecha asalten bases militares y quemen casas palestinas, y que, incluso después del 7 de octubre, nunca dejó de incentivar nuestros cismas y alimentarse de ellos, no puede congregar a la nación para la siguiente fase, mucho más funesta, de la guerra entre Israel e Irán.

Tal vez el mayor pecado de este gobierno contra Israel fue hacer que tantos que aman a este país y han dedicado sus vidas a su bienestar se sientan fuera de lugar y se pregunten si sus hijos tienen un futuro aquí. Ese proceso comenzó con el asalto a la democracia israelí durante el año previo al 7 de octubre. En esa época, entre los liberales se hablaba ampliamente, y no eran meras palabras, sobre una emigración masiva causada por la desesperanza. Los israelíes pueden vivir con un nivel de amenaza a su seguridad personal que sería inaceptable para muchos otros pueblos. Son capaces de manejar la situación, en gran parte, debido a su fe en la decencia de esta sociedad. Esa fe, severamente puesta a prueba ya antes del 7 de octubre, ahora está siendo forzada hasta el punto de ruptura.

La ruptura de la confianza de una gran parte de la ciudadanía hacia su gobierno tiene otras consecuencias prácticas. En los últimos días, algunas voces han sugerido que es hora de reexaminar la premisa misma de las negociaciones por los rehenes. De hecho, se puede presentar un argumento convincente para romper el patrón de toma de rehenes y la liberación masiva de terroristas, lo que solo fomenta una mayor toma de rehenes. Después de todo, Yahya Sinwar fue liberado en el año 2011 en el intercambio por Guilad Shalit. Pero cambiar la norma para priorizar las consideraciones estratégicas por sobre la vida de nuestros conciudadanos requiere la confianza de los israelíes en la moralidad de esa difícil decisión. Y eso requiere tener confianza en la integridad de nuestro líder. Obviamente Netanyahu no es esa persona.

Tampoco son los rehenes del 7 de octubre aquellos a cuyas expensas se debe cambiar la norma. Los rehenes tomados de la frontera con Gaza ya han sido traicionados dos veces por el estado. Incluso antes del abandono del 7 de octubre, ya habían sido abandonados cuando permitimos que Hamás disparara cohetes contra sus comunidades. Los residentes del Kibbutz Beeri y de Sderot se vieron obligados a vivir en condiciones imposibles. Sus hijos crecieron corriendo a refugios, con apenas quince segundos de aviso antes de que un cohete aterrizara. Permitir que los rehenes mueran sería la traición final. Algunos de los rehenes liberados han expresado abiertamente su profundo sentimiento de abandono. “Somos un pueblo sin estado, ciudadanos sin líder”, dijo la rehén liberada Liat Atzili.

Aún más devastadora fue la entrevista televisiva con la rehén liberada Adina Moshe sobre una conversación en cautiverio con Jaim Peri, quien más tarde murió en Gaza. Mosh trató de tranquilizar a Peri diciendo que su liberación era inminente. “Estaremos libres dentro de dos meses”, dijo. Peri no estaba de acuerdo. «Dos años», respondió. “¿Por qué tan pesimista?” persistió Moshe. “Tenemos un estado”. “Tenemos a Bibi”, dijo Peri, “y nosotros somos izquierdistas”. Cuando los seis rehenes fueron asesinados, se encontró un grafiti que decía: “Jaim Peri tenía razón”.

En un sentido práctico, no importa si Jaim Peri tenía razón o no. Lo que importa es que muchos aquí están de acuerdo con él.

De pie entre cientos de miles de israelíes en la protesta a favor de los rehenes el domingo por la noche en Tel Aviv, sentí la fría rabia de ciudadanos patriotas que se sentían traicionados por su gobierno. Gente joven, muchos de ellos retornados del frente, se envolvieron en banderas israelíes como una manta protectora, aferrándose al símbolo de los valores con los que fueron criados y en cuyo nombre han luchado, buscando la confirmación de que esos valores aún son válidos.

Entre los muchos carteles dibujados a mano había uno con una sola palabra en brillantes letras rojas: “¡Hatzilu!”.El hebreo es ambiguo. Podría significar “Sálvenlos”. Pero también podría significar “Sálvennos”.

Traducción: Daniel Rosenthal