Netanyahu: un juicio crítico y duro
Alon Pinkas, Haaretz, 30 de agosto de 2024
Benjamín Netanyahu es un primer ministro canalla por donde se lo mire. Y ha logrado algo mucho peor: ha logrado que Israel también sea percibido como un estado canalla. No, no somos canallas, pero él sí lo es.
Es un canalla a nivel interno, con su golpe de estado constitucional. Es un canalla por cómo maneja las relaciones exteriores de Israel, en particular con Estados Unidos. Y la forma en que prosigue la guerra en Gaza, sin ningún plan político coherente de posguerra, también es una canallada. Netanyahu es un canalla por la forma en que coquetea deliberadamente con una amplia escalada bélica. Es un canalla por la forma en que maneja su gobierno de aduladores, y es un canalla por la forma descerebrada e indiferente en que trata a las familias de los rehenes y en cómo se comunica con el público.
Es todo lo contrario a lo que el sionismo y el Israel moderno aspiran a ser y a lograr. Es un canalla no solo por su manera de actuar espuria, confabulada y mendaz, sino por cómo está tratando de transformar radical y salvajemente a Israel de ser una democracia liberal exitosa, aunque imperfecta a ser una teocracia fascista iliberal.
Cuando no está directamente involucrado en algo, es cómplice al permitirlo. Esto es evidente en la composición de su gobierno y los poderes que ha conferido a los ministros extremistas. Thomas Friedman del The New York Times fue el primero en etiquetar a Netanyahu como “el peor líder en la historia judía”. Otros lo siguieron, como el historiador Benny Morris. Pero esto no es solo una clasificación cualitativa o un juicio de valor acerca de su mandato, sino que tiene que ver con que es claramente un canalla y no meramente alguien que hace alarde de picardía. Ser pícaro no es necesariamente negativo si el concepto subyacente es lograr objetivos razonables y alcanzables a través de métodos poco ortodoxos.
En el Medio Oriente, ser ocasionalmente pícaro ofrece ventajas. Pero este no es el caso de Netanyahu, que es simplemente un canalla básicamente aberrante, autocrático, deshonesto y muy a menudo nefasto.
No hay necesidad de profundizar en la historia política de Netanyahu para detectar sus patrones; alcanza con mirar este año y el anterior, cuando ha demostrado su faceta más canallesca y peligrosa.
Primero vino el golpe de estado constitucional antijudicial y antidemocrático que instigó a principios de 2023, y que sigue reivindicando al amparo de la guerra. Luego están sus políticas que llevaron a la guerra, así como su manejo de la lucha. Basta con considerar la última semana. Netanyahu socavó cualquier acuerdo sobre los rehenes y el alto el fuego en Gaza, ignoró una carta detallada del jefe del servicio de seguridad Shin Bet, Ronen Bar, advirtiendo sobre la violencia de los colonos judíos en Cisjordania y negó que tanto Bar como la Inteligencia Militar le advirtieran sobre la inminencia de una guerra ya en abril y julio de 2023.
También ignoró las opiniones legales vinculantes del Fiscal General Gali Baharav-Miara, apoyó a sus secuaces miembros de la Knesset que pidieron que se desobedeciera a la Corte Suprema y guardó silencio cuando su excusa para los dichos de un ministro de relaciones exteriores abogando por el desplazamiento de los palestinos golpeó al mundo. Netanyahu también les dijo a las familias de los rehenes que se pudren en cautiverio inhumano en los túneles de Hamás “Yo también sufrí tortura física en un simulacro de prisionero de guerra cuando estaba en el ejército”.
Pero esto no es todo. Ser un primer ministro canalla tiene una consecuencia inevitable: convertir a Israel en un estado canalla. Netanyahu logró transformar una guerra justa y justificable en el aislamiento israelí. La mayor parte del mundo lo ve como un estado casi paria; ciertamente ocurre esto con las democracias liberales occidentales. Ha devaluado por sí solo a Israel, una especie de “destrucción del autovalor”, no solo por la forma en que ha llevado adelante la guerra, sino por la forma en que ha alentado a sus lunáticos aliados políticos a describir esta guerra como una guerra salvaje por la existencia.
Su negativa a participar en cualquier deliberación sobre la forma de gobernar la Gaza de posguerra, su desdén por las súplicas estadounidenses para un uso menos indiscriminado de la fuerza, su indiferencia hacia la destrucción de Gaza más allá de lo que una guerra justa justifica, su renuencia a llegar a un acuerdo de cese del fuego y sobre los rehenes y sus riesgosas políticas conducen a una imagen de Israel de estado canalla.
Sobre todo, ha adoptado la Gran Mentira y la repite a un público devastado y harto: “No se trata del 7 de octubre, se trata de una guerra contra Irán, y las élites israelíes han debilitado a Israel”. Dice: “Soy el único capaz de hacer frente a esta amenaza existencial de Irán en nuestra segunda guerra de independencia, nuestra guerra de supervivencia” y “Estoy tratando de evitar la destrucción de Israel”. Así les habló de forma hipócrita a las familias de los rehenes esta semana.
Todo esto son generalizaciones inventadas que demuestran lo canalla e incontrolable que se ha vuelto. ¿Es reversible el estatus de Estado canalla de Israel? Por supuesto. La mayoría de los israelíes no apoyan a Netanyahu. Pero eso requiere la destitución rápida e irreversible de este primer ministro canalla, algo que está resultando más difícil de lo que se pensaba anteriormente, y esto me incluye. Nunca pensamos que sobreviviría a la debacle del 7 de octubre durante casi 11 meses.
Es necesario olvidar todo lo que se cree saber sobre Israel y dejar de lado por un momento las predisposiciones sobre el Israel que uno ama. Hay que mirar directamente a la realidad, sin vacilar y sin justificar nada ni descartar convenientemente lo que a uno no le gusta, para luego formularse la pregunta más terrible: ¿Es Israel bajo Benjamín Netanyahu el Israel que conocí y amo? ¿Es el Israel vibrante, innovador y audaz que admiro?
Hay que observar de cerca los acontecimientos y preguntarse: ¿Está Israel cayendo a un punto en que será un estado sin ley, antidemocrático, mesiánico, teocrático-fascista y violento? En gran medida, sí. ¿Está el gobierno israelí degenerando en un estado mental de Masada, impulsado por una versión mesiánica judía de tipo evangélico del Fin de los Días y del Éxtasis? Esa es exactamente la retórica que proviene del gobierno. ¿Es el resultado de la negligencia, la imprudencia y la concentración de Netanyahu en su juicio por corrupción y su obsesión por mantenerse en el poder? En parte, sí.
Netanyahu tiene la intención de destruir el Israel que conocemos. Esto no es por incumplimiento, insensibilidad o negligencia, sino intencionalmente. Le está haciendo la guerra a su propio país y a la democracia israelí. Es un canalla absoluto. La tragedia es que se ha llevado a todo un país con él en esta canallada.
Traducción: Daniel Rosenthal