En vísperas del mes de Elul
You cannot stand what I’ve become,
you much prefer the gentleman I was before.
I was so easy to defeat, I was so easy to control,
I didn’t even know there was a war.
Leonard Cohen, “There is a War” (1974)
Es muy probable que la canción de referencia sea producto de la experiencia de Leonard Cohen en el Sinaí durante la guerra de Iom Kipur en 1973, igual que la más obvia y conocida “Who by Fire”; en todo caso, ambas están incluidas en su LP “New Skin for the old ceremony” de 1974.
Hace un año nos preparábamos para Iom Kipur 5784 en el contexto de los cincuenta años de aquella guerra que, al final, supuso una gran victoria militar para Israel pero fue el inicio, con la renuncia de Golda Meir, de una derrota política para el Laborismo que gobernaba desde 1948. También dejó un rastro de sangre de dos mil setecientos soldados israelíes.
El 7 de octubre se cumplirá un año de la invasión de Hamas en el sur de Israel que causó mil doscientas bajas civiles inmediatas, doscientos cincuenta rehenes, y a la fecha, setecientos soldados caídos en batalla. Al ritmo que van las cosas, no será difícil alcanzar las cifras de 1973. A diferencia de cincuenta años atrás, no se vislumbra un cese al fuego y mucho menos la renuncia de un Primer Ministro.
En estos cincuenta años Israel cambió drásticamente: triplicó su población, sufrió un magnicidio, cambió su estructura económica, se convirtió en una start-up nation, padeció dos guerras en Líbano, dos Intifadas, el fracaso de los Acuerdos de Oslo, y su centro político viró a la derecha en forma irreversible. El “campo de la Paz”, políticamente, desapareció. Netanyahu batió records históricos de permanencia en el poder, y no parecen surgir alternativas válidas.
Lo que no ha cambiado es la guerra. A casi un año de Oct7, esta no sólo no cesa, sino que da señales de escalar. Por más contención que el mundo pida y las partes accedan, la mecha sigue encendida y nadie sabe con certeza cuál será la chispa que detone la catástrofe. Una noche ataca Irán, otra ataca Hezbola, otra los Hutíes; ya sea que Israel ataque en forma preventiva o como reacción, la situación es un círculo vicioso.
Cuando Leonard Cohen desembarca en Israel en 1973, tal como lo relata Matti Friedman en su libro “Who by Fire” (2022), seguramente “ni siquiera sabía que había una guerra” o qué era una guerra, mucho menos cómo podía contribuir en algo.
Tal vez durante los últimos veinte años muchos de nosotros quisimos creer que las guerras eran cosa del pasado, que el poderío militar y económico de Israel era un factor de disuasión suficiente. No fue así. No lo sabíamos, pero estábamos en guerra. En dos frentes: el interno, como supimos súbitamente con el intento de la reforma judicial, y el externo, como supimos el 7 de octubre.
También hemos aprendido que el mundo “no tolera en lo que nos hemos convertido”, que prefiere al “caballero que supimos ser antes” (cuando carecíamos de poder y soberanía), cuando “éramos tan fáciles de derrotar, tan fáciles de controlar”. Pues ya no. El 7 de octubre fue un pogromo, pero no será un holocausto. Ni siquiera en nuestras peores pesadillas.
En la medida que los acontecimientos se suceden, los heridos y muertos se suman, el país está reducido a la mitad. Ni los rehenes ni sus familias ni muchos de los israelíes ni muchos de los judíos del mundo vislumbramos una luz al final del túnel (real en el caso de los rehenes, metafórico en el resto, y es una gran diferencia). Todos sentimos, como en la canción de Cohen, no sólo que la guerra está ahí aunque preferiríamos no saberlo, sino que ya no sabemos en qué nos hemos convertido. Ya no nos reconocemos unos a otros.
El 7 de octubre sumió a Israel en la guerra, al mundo en la ola antisemita más grande desde 1945, y al pueblo judío en una crisis de valores sin precedentes. Porque también nosotros preferíamos ser “caballeros”, defensores de valores y conductas que son la base de nuestra identidad, pero la guerra condiciona y obliga, al tiempo que algunos la usan como excusa para promover agendas reñidas con los valores humanistas y democráticos más básicos.
Tan es así que hemos perdido la capacidad de conversar. La angustia nos lleva a optar por modelos binarios de razonamiento, modelos que están ligados a la subjetividad más primitiva. Ellos o nosotros. Algo de eso hay; esa es, precisamente, la razón de ser de la guerra. Al mismo tiempo, si no podemos verbalizar lo que nos sucede, los muertos serán en vano. No porque Israel no se salve, sino porque habremos perdido el alma de nuestro pueblo en el camino.
A poco más de un mes Iom Kipur, hace un año nadie imaginaba esta guerra, no la “sabíamos”.
Este año nos preguntaremos no sólo quién vivirá y quién y cómo morirá, sino cómo volveremos al camino después del sacrificio de este 5784. Tal vez sea oportuno terminar esta reflexión parafraseando al Leonard Cohen de 2016 en “You want it darker”: que la historia se repite, que el sufrimiento adormece los sentidos, y que la culpa es una paradoja, aunque esté escrita en piedra; pero que, en definitiva, aquí estamos.
But the story’s still the same
There’s a lullaby for suffering
And a paradox to blame
Hineni, hineni
I’m ready, my Lord