Relato Sionista

Hay una sobreabundancia de material e información en torno a Israel en los últimos once meses: desde los universales reclamos por los rehenes, cuyo número va mermando por asesinato en forma inexorable, pasando por las bravuconadas de corte kahanista de quienes aprovechan las redes sociales para desatar su frustración ante el fracaso militar y político israelí, siguiendo por los inocentes e inconducentes pedidos por “la paz” como concepto noble y abstracto, y encallando finalmente en el cúmulo de noticias de todo tipo y fuente que nos llega cada día, cada hora. En términos rioplatenses, un cambalache. Y sí, el mundo es una porquería.

Más que información, sobre la cual no puedo incidir, privilegio un material de tipo reflexivo que me permita ahondar en la coyuntura como una catarsis ante tanto dolor y frustración. Después de todo, siempre fui firme creyente de que la palabra cura. La exprese uno o la escuche de otro; esto último se llama empatía, un concepto abusado pero una práctica en desuso. La empatía surge cuando somos capaces de ser auto-reflexivos, incluso auto-críticos, pero sin caer en el auto-odio o la auto-exclusión. La empatía no surge de un discurso persecutorio o victimario; esto más bien conduce a un aislamiento auto-convocado. No precisamos antisemitas cuando nosotros mismos insistimos en ver la realidad bajo el lente de la victimización.

Recientemente escuché una entrevista al escritor e intelectual Yossi Klein-Halevi en Times of Israel. Lamentablemente la entrevista no fue transcripta, de modo que rescaté frases y conceptos que me identifican y expresan mi sentir. Salvando el detalle no menor que Klein-Halevi vive en Israel desde 1982 (es estadounidense) y yo vivo en Uruguay desde 1981. Sin embargo, básicamente, nos unen sentimientos afines. Si, como dice en la entrevista, él está frecuentemente en vuelo entre el aeropuerto Kennedy y Tel-Aviv, yo cada año llego a Israel para un tour de afectos, nostalgia, y esperanza. Es la nueva dinámica judía del siglo XXI.

Sobre el final de la entrevista, en un nivel más de tipo existencial, la pregunta planteada es acerca de cómo los acontecimientos y consecuencias posteriores al 7 de octubre inciden en su (nuestra) percepción de Israel y su destino en el mediano y largo plazo. El planteo es directo: ¿seguimos subidos al proyecto sionista, o la actual coyuntura lo cuestiona e invalida? La respuesta de Klein-Halevi es inequívoca: Whatever happens, I am along for the ride; suceda lo que suceda, yo estoy. Concuerdo con él, pero admito que me ha costado imaginar cómo seré parte del proyecto si las fuerzas reaccionarias siguen prevaleciendo.

Creo que ese es el problema de quienes hemos crecido y hemos sido educados como sionistas en este breve siglo de oro que va desde  enero de 1950 a enero de 2023 cuando asume no sólo el gobierno de Netanyahu sino el gobierno de Ben-Gvir, Smotrich, & Cía. Del shock ante el intento de socavar los fundamentos democráticos de Israel pasamos a la pesadilla de la masacre del 7 de octubre y sus consecuencias.

Entre ellas, que el poder de los kahanistas está desatado y causando estragos mientras en el frente mueren rehenes y soldados cada día. Setenta y cinco años nos enseñaron cómo procesar las guerras, las Intifadas, los atentados, los logros, el resurgimiento una y otra vez, pero nunca hemos estado inmersos tan profundamente en la oscuridad. Como los rehenes en los túneles de Hamás. La pregunta es, entonces, cómo seguimos adelante, qué relato nos sostiene.

If this story fails then my life has failed. I am here. That is the judgment on my life. No regrets in tying my life to this story. “Si este relato cae entonces mi vida se derrumba. Estoy aquí. Este es el juicio de mi vida. No me arrepiento de atar mi vida a este relato”, dice Klein-Halevi. Diría que no se trata sólo de no arrepentirse: a esta altura de nuestras vidas estas dejan de tener buena parte de su sentido si el relato sionista, idealista, moral y ético, “a la luz de la enseñanza de los profetas de Israel” (Declaración de Independencia de Israel), deja de estar vigente. En la medida que el 7 de octubre próximo se acerca inexorable y no hay expectativas de cambios significativos, el vacío de valores sacude nuestra identidad como judíos sionistas. Es un vacío desconocido con el que debemos lidiar.

Hay quienes buscan respuestas concluyentes, terminantes, una variable que resuelva la ecuación y nos devuelva al momento antes que se nos planteara el problema; pero hay problemas que no tienen una solución de tipo matemático, una variable que cierre el problema. Más que matemática, debemos recurrir a las disciplinas blandas como la filosofía o la literatura, donde la complejidad y la ambigüedad enriquecen nuestra experiencia. Porque, una vez inmersos en ella, más vale que aprendamos algo; si no es en un sentido utilitario para el futuro, por lo menos sobre nosotros mismos.

This is the final shore of Jewish history, dice Klein-Halevi: “ésta es la última orilla de la historia judía”. In terms of Jewish history, it had to go here. There was no other place but this: “en términos de historia judía, tenía que desembocar aquí, en esta orilla; no había otra”. Esta cita evoca el final del libro “Mi Tierra Prometida” de Ari Shavit, escrito hace más de diez años pero más vigente que nunca: “convergemos y nos aferramos y vivimos en esta orilla. Pase lo que pase”. No es casualidad. La intertextualidad es uno de los recursos más fecundos del lenguaje.

Así como existe un mensaje mesiánico fundamentado únicamente en la fe, el mensaje sionista tiene la ventaja de estar fundamentado, además, en la experiencia. Más de ciento veinte años de un proceso continuo de logros y reveses, el crecimiento demográfico judío en Israel, su auge económico, su poderío militar (no infalible, pero aun así poderoso), y sus valores de justicia y pluralismo, aunque bastante degradados últimamente, deberían ser suficiente amarra para aferrarnos a esa orilla a la que refieren Klein-Halevi y Shavit. Probablemente por un buen tiempo todavía nos sintamos a la deriva, pero extendiendo la metáfora, las corrientes corren en una sola dirección: Israel. Del mismo modo que la historia no retrocede.

No me preocupa mi propio devenir, más allá del dolor y la frustración de un relato que parece caducar junto con mi vida; que tampoco es poca cosa. La pregunta es a qué relato se aferrarán nuestros hijos, nietos, y bisnietos si el relato sionista pierde sus valores y su vigencia y sólo queda la opción mesiánica y dogmática que nos sentencia a ser un pueblo que vive solo. Cuando en realidad nuestra historia demuestra nuestra capacidad de vivir entre los demás pueblos. Sea como sociedades, sea como Estado.

De modo que es así: nuestra historia está atada al relato sionista. Más vale seguir teniendo fe.