El funcionamiento general de las cosas
“Así está el mundo, amigos”: así solía finalizar el informativo Jorge Traverso. Era un cierre un tanto resignado pero no exento de una veta de esperanza: la lógica más simple indicaba que mañana el mundo podía “estar” de otra manera. Con esa frase se cerraba la jornada informativa central. Después podíamos pasar a Videomatch o escapismos diversos.
Me vino a la mente la frase a raíz de una sensación de resignación que se ha ido instalando en mi percepción de la realidad; en especial, en relación al tema casi excluyente que nos ha ocupado por más de un año y medio: Israel y su circunstancia. Parafraseando al informativista, la pregunta sería: ¿cómo está el mundo (e Israel), amigos? ¿Cuál es el estado de las cosas?
En 2021 Eduardo Sacheri publica una novela titulada “El funcionamiento general del mundo”. Lo más llamativo para mí fue el contraste entre lo ambicioso del título y lo minimalista del relato. La novela cuenta una historia personal desde un punto de vista muy subjetivo, mientras que el título apunta a una visión totalizadora de la realidad. La brecha no podía ser mayor, y está muy bien explotada como recurso literario.
Cuando pensamos en Israel hoy, a diez meses del 7 de octubre y a veinte meses de la conformación del gobierno de ultra-derecha pergeñado por Netanyahu, si bien ocurren cosas, y en absoluto menores, uno comienza a acostumbrarse a una suerte de “funcionamiento general” de las cosas, a aceptar que “así está el mundo, amigos”. Porque básicamente, estos temas uno los habla sólo con amigos; hay mucha hostilidad en el ambiente.
Salgamos de lo universal y ahondemos en el particularismo judío. Ayer martes 23 de julio fue 17 de Tamuz, el día que recordamos la ruptura de las murallas de Jerusalém previas a las dos destrucciones del Templo el 9 de Av (585 AEC y 70 EC). Nadie espera realmente que el “3er Templo” (el Estado de Israel) vaya a caer, pero no cabe duda que se han abierto profundas brechas en las “murallas”, ahora llamadas cercas de seguridad o cúpula de hierro.
Los próximos dos meses nos llevarán a los días solemnes de Tishrei. Entre la fecha gregoriana del 7 de octubre y la hebrea de Simjat Tora ocurrirá el día más solemne de nuestra tradición: Iom Kipur. Habrá mucho para pensar sobre culpa, perdón, expiación, y reparación. Sobre todo, uno hoy se pregunta cuál es el estado de las cosas, cómo funciona este mundo nuevo en que estamos inmersos como una pesadilla. ¿Estarán los rehenes de vuelta en casa (los vivos y los muertos) para ese momento?
Durante la pandemia en Uruguay acuñamos y abusamos del término “nueva normalidad”. La normalidad, si es nueva, no tiene nada de normal. Coincidentemente, el reciente podcast del Instituto Shalom Hartman de Ierushalaim se titula “Normalidad”. En el mismo, el rabino Donniel Hartman y el escritor Yossi Klein-Halevi conversan, precisamente, sobre el estado de las cosas, sobre cómo funciona este nuevo mundo que se ha instalado sobre Israel. En términos uruguayos, entonces, la conclusión que uno extrae del dialogo entre estos dos intelectuales es que en Israel hay una “nueva normalidad”. La pregunta, retórica, es si volveremos a la anterior.
Del diálogo entre estos dos referentes extraigo dos conceptos que me parecen muy profundos: por un lado, la necesidad por parte de los israelíes de recuperar el viejo slogan, tan abusado en la diáspora, “Am Israel Jai”, el pueblo de Israel vive. Como señalan ambos, hasta Oct7 no era necesario expresarlo, era un hecho cotidiano: Israel existe y el ciudadano era el protagonista. Después del trauma, la palabra se torna terapéutica: aparece hasta en los carteles electrónicos en las rutas, los mismos que anuncian si el transito fluye o está atascado. Así como el ciudadano israelí necesita saber qué pasa delante de él en la ruta, también necesita saber que su pueblo “vive”. Porque está explícitamente amenazado de muerte.
Por otro lado, el podcast sugiere que “somos una generación del statu-quo”. Que podemos afrontar momentos especiales, de amenaza y riesgo, de crisis, pero que al final del día queremos volver al statu-quo en el cual hemos vivido desde que tenemos memoria. Porque en definitiva, en ese barrio y con esos vecinos, no hay otra forma de vivir que no sea esa. La guerra con Hamas no es nueva, lleva ya casi veinte años; pero hasta Oct7, aun cuando los habitantes de la frontera pagaban el precio, había un statu-quo, un modus-vivendi en el que Israel prosperó y sus ciudadanos se consideraban felices. Hoy, una gran mayoría de israelíes quisiera volver a algún tipo de statu-quo, y la “normalidad” de la vida civil en Israel apunta a eso.
No que el israelí medio se desentienda del tema de los rehenes. No que el israelí medio esté exultante. El israelí medio quiere seguir con su vida, y si este es el nuevo statu-quo, el país tendrá que vivir con él hasta que los temas se resuelvan. El norte está desolado, hay cientos de miles de desplazados, pero la normalidad tiende a prevalecer. No pocos idealistas libran sus batallas, pero las mayorías quieren vivir en algún tipo de normalidad. Lo cierto es que Israel siempre vivió a un instante entre el duelo y la alegría: Iom Hazicaron y Iom Haatzmaut; los judíos siempre supimos salir de un estado a otro en un momento, como de Shabat a Iom Jol. Así está, así es, nuestro mundo, amigos.
El reciente episodio con los hutíes de Yemen ilustra el estado de las cosas: por un lado, un dron letal llegó al centro de Tel-Aviv y causó muerte y miedo; en pocas horas, la fuerza aérea israelí atacó Yemen (a 1700 kms) y destruyó recursos militares del enemigo. En un instante, vivimos la vulnerabilidad y el poder. Ninguno es definitivo, ninguno pondrá fin al estado de las cosas tal como se presentan hoy. Se precisan mucho más recursos que los militares para lograr nuevas realidades. Mientras tanto, este será el statu-quo. Más vale que nos acostumbremos a vivir en él. Nadie quiere renunciar a sus ideales, nadie renunciará a penar por las pérdidas (venimos penando por los Templos durante dos milenios), pero nadie quiere renunciar a vivir. Será por eso que tanto insistimos en “Am Israel Jai”. Que no lo olviden ellos, y mucho menos nosotros.