AMIA Sigue Sucediendo
Resulta ineludible referirse al tema de “la AMIA” a treinta años de aquel atentado terrorista en Buenos Aires que asesinó a ochenta y cinco personas. Los años redondos tienen algo que nos obliga, aun en temas sobre los cuales he evitado hablar y mucho menos opinar. Si bien siempre he criticado la postura facilista de la victimización que resulta tan conveniente a muchos judíos y que evita confrontar nuestra existencia desde un espíritu auto-crítico, es innegable que las causas que habilitan esa postura existen en la realidad. Por lo tanto, en vísperas de un nuevo 18 de julio, vale el homenaje a los caídos y vale también la condena a la impunidad de tres décadas.
Sería ingenuo e incluso peligroso de mi parte adentrarme en “la interna” de “la AMIA”: por un lado, porque me he auto-impuesto la norma de no meterme con la interna argentina; y por otro lado porque soy ignorante en el tema, de por sí complejo. Sin embargo, como es insoslayable, me aventuraré a algunos comentarios tal vez obvios e incluso poco originales, pero que me parecen relevantes. Después de todo, los treinta años del atentado a la AMIA y los treinta y dos años del atentado a la Embajada del Estado de Israel coinciden con el año del atentado en la frontera de Israel con Gaza. AMIA sigue sucediendo.
Los factores que vinculan aquel 18 de julio de 1994 y aquel 17 de marzo de 1992 en Buenos Aires (AMIA y Embajada respectivamente) con el 7 de octubre de 2023 en la frontera sur de Israel son obvios: Irán y sus proxis. Hace treinta años fue Hezbolá, actualmente muy beligerante en el norte de Israel desde el Líbano, y hace poco más de nueve meses fue Hamás. Otros perros, el mismo collar. Irán por ese entonces todavía no era una amenaza nuclear pero ya era una amenaza; el régimen de los ayatolas se había estrenado en 1979 con la crisis de los rehenes de los EEUU que dio jaque mate al Presidente Carter de los EEUU.
Si la potencia más poderosa del mundo no pudo hacer frente a aquel Irán, no puede sorprender que quince años más tarde Irán atacara a la más importante comunidad judía en América del Sur cuando visualizó su flanco débil. No lo dudó y lo hizo en dos oportunidades. Del mismo modo, no lo dudó en 2023 cuando Israel estaba desatento, en crisis, y sobre todo, miope por su exacerbada auto-estima en relación a sus capacidades bélicas. Así como en 1979 invadieron la Embajada de los EEUU en Teherán, en 2023 invadieron Israel a través de vallados que cayeron como las murallas de Jericó. Si el coche-bomba, tan efectivo en AMIA como en tantos otros atentados en Israel, ya no era ni posible ni tan efectivo, volvieron a las viejas prácticas: la invasión.
Desde hace treinta años las comunidades judías del mundo vivimos bajo estándares de seguridad muy altos y costosos; después de Oct7, este fenómeno se ha potenciado. La capacidad del antisemitismo de propagarse ya no puede asombrarnos, es un cartel de neón que no podemos ignorar. Lo que no deja de asombrar es la capacidad y el empeño creativo para sembrar el terror, la destrucción, y matar judíos. El régimen nazi escribió un doctorado en la materia, pero sus discípulos no se quedan atrás: al día de hoy siguen muriendo judíos a manos de Irán y sus aliados. AMIA sigue sucediendo.
A veces uno se siente como los viejos judíos europeos que querían ignorar los pogromos y recluirse en javruta (grupos de dos) a estudiar Torá; uno quisiera ocuparse del judaísmo y no de quienes odian a los judíos. Pero la realidad nos gana la pulseada entre aquello que aspiramos y aquello que se nos impone. Así como los judíos ultra-ortodoxos irán aceptando que deben servir en el ejército y aportar en la sociedad israelí además de estudiar Torá, uno, humildemente, debe aceptar que a veces hay que hablar de antisemitismo. Porque es parte de nuestra condición judía.