La Guerra… ¿y después?

Lic. David Telias, especial para TuMeser, junio de 2024

La guerra… ¿y después?

Para analizar el Medio Oriente y sus conflictos hay dos cosas que deben evitarse: aplicar la misma lógica de análisis que se aplica a los conflictos occidentales; y pensar que, aplicando la lógica correcta, se puede proyectar una solución de continuidad de largo plazo.

Creo que en la no consideración de estos dos puntos radica la mayor responsabilidad de las autoridades israelíes respecto a lo que ocurrió el 7 de octubre y la terrible guerra que hoy se libra en Gaza, en la frontera con el Líbano, y poco a poco también avanza sobre Cisjordania.

Desde el gobierno de Ariel Sharon (2001 – 2006) y con la aplicación de la “desconexión” de Gaza (2005) como su hito más importante, los gobiernos israelíes y principalmente el extenso período de Netanyahu se caracterizaron, respecto al conflicto, en mantener una especie de status quo inestable, la aplicación de lo que los especialistas llaman “conflict management” (gestión del conflicto) desde un enfoque de evitación: es decir, ignorar a la otra parte, dejar que el tiempo transcurra evitando posibles grandes alteraciones, y que la solución, algún día, decante por sí sola.

El golpe de Estado dado por Hamas y la toma del poder por parte de esta organización criminal terrorista en la franja de Gaza en 2007 fue un aliciente para la aplicación de esta política. Luego de que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) liderada por Arafat se encargase de deslegitimar una y otra vez a la izquierda israelí, tras rechazarle todas y cada una de las   propuestas, dejando claro que para el lado palestino nunca se quiso llegar a la solución de los dos estados, y con el dominio total en Gaza y político social en Cisjordania por parte de Hamas, la gestión del conflicto aparecía como la opción más correcta y quizás la única posible. Una especie de política de contención al estilo de la Guerra Fría, en la que se congela la situación y, en medio del hielo o por debajo suyo, van ocurriendo pequeñas cosas que degradan el statu-quo lentamente, en forma casi imperceptible, mientras las sociedades se acostumbran y asumen una realidad sin reclamar ya ningún cambio brusco.

En el largo plazo habría una situación nueva de facto, generada por esas pequeñas degradaciones, que impidan reconocer el problema original y, por lo tanto, se habrá resuelto el conflicto.

Truman, Stalin y Churchill lo pensaron de ese modo aún antes de que terminase la Segunda Guerra Mundial. Lo que seguramente no previeron es que la corrupción e ineficiencia de un sistema que practicó a mansalva el nepotismo y la violencia organizada acabaría con una de las potencias militares y económicas más grandes que el mundo haya conocido jamás, aún antes de que el origen del conflicto (libertad vs tiranía) fuese olvidado por las .

Casi sin que nadie se diera cuenta la crisis económica se hizo enorme, la opresión de la gente insostenible, y la libertad ganó las calles y tiró el muro de Berlín. La Guerra Fría se terminó, y viejos conflictos congelados en el hielo se descongelaron, mezclándose con pequeños elementos nuevos nacidos durante los 45 años de contención.

Netanyahu, quizás inspirado en esa experiencia, probablemente creyó que la gestión del conflicto podría extenderse lo suficiente como para alcanzar el éxito, y que llegaría el punto en que finalmente los palestinos aceptarían la solución de dos estados para dos pueblos, aunque la degradación les plantearía seguramente dos estados geográfica e incluso políticamente bastante diferentes de aquellos consagrados en la resolución 181 de las Naciones Unidas.

También convenció de esto a gran parte del mundo árabe, con el que en 2020 comenzó a avanzar en los acuerdos de Abraham, normalizando la relación de Israel con los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Marruecos, más los acuerdos de paz ya de décadas con Egipto y Jordania, y un acercamiento íntimo con Arabia Saudita que hizo pensar a todo el mundo que la paz en Medio Oriente estaba a la vuelta de la esquina, y que más temprano que tarde, el conflict management daría resultado.

De algún modo Netanyahu convenció a todos de que este era el camino. Los ayatolás iraníes colaboraron eficazmente con esta idea, asociándose, financiando y armando a todos los grupos desestabilizadores de la región: el Hezbollá libanés (su ya vieja creación), los Hutíes del Yemen, y obviamente Hamas en Palestina entre otros. El régimen tiránico de Teherán necesita del conflicto externo para mantenerse en el poder – una regla casi sine qua non de las tiranías – y lo sabe hacer muy bien, manteniendo un equilibrio cuasi perfecto entre la amenaza, la guerra controlada (el ataque a Israel con misiles y drones del 14 de abril fue estratégicamente impecable), las alianzas geopolíticas necesarias (Rusia y China) y el diálogo para bajar la tensión cuando es necesario y/o necesita ganar tiempo o dibujar una imagen diferente.

Para el mundo árabe todo cerraba. Se podía avanzar en una alianza clara con occidente a través de Israel mientras la “gestión del conflicto” con los palestinos avanzase, generando así un equilibrio de fuerzas geopolítico en Medio Oriente que garantice una estabilidad necesaria para la mayor parte de los regímenes árabes que, desde 2011, saben que deben avanzar en una agenda de legitimación del poder que evite los levantamientos populares.

Pero el 7 de octubre se cayó el muro de Berlín. A diferencia de la Política de Contención que, como enseña Hobsbawm, era por parte de ambos bandos; la gestión del conflicto era solo israelí, y Hamas, apoyado por Irán la condenó al fracaso.

Invadió territorio israelí, violó, torturó y asesinó a casi 1500 personas y secuestró más de 200 civiles que, desde esa fecha, ha ido usando como moneda de cambio para estirar su triunfo mientras, cual rata en la madriguera, sus líderes principales buscan el mejor camino de escape que les permita sobrevivir y con eso asegurarse una victoria completa.

Israel respondió con una guerra legítima, que solo puede terminar con la destrucción de Hamas y el retorno a casa, vivos o muertos de los 120 rehenes que al momento que se escribe esto permanecen en Gaza.

El conflicto avivó también a Hezbollá, que desde ese mismo día no da tregua con lanzamientos medidos de cohetes y misiles que tienen a casi 200.000 israelíes viviendo fuera de sus hogares en el norte del país, y una tensión local y mundial que teme que Israel invada nuevamente el Líbano y ahí sí pueda generar una guerra todavía más feroz que la de Gaza, e implique un retroceso definitivo de los avances logrados en los acuerdos de Abraham.

¿Y después qué? ¿Qué pasará con Palestina y el Líbano después de esta guerra?

Es cierto que la historia no se repite, ni que la Historia sirva para predecir el futuro, pero genera una experiencia que permite por lo menos hacer algunas especulaciones.

Cuando cayó el muro de Berlín, la solución para el viejo mundo socialista recorrió básicamente tres caminos. Uno muy bueno, otro más dificultoso, y uno claramente conflictivo.

El primero son los países europeos que se incorporaron a la Unión Europea. Se han reconstruido como democracias y, más allá de los vaivenes económicos de la unión en estas dos últimas décadas, han logrado un desarrollo muy por encima del que podían aspirar si continuaban dentro de la oscuridad comunista.

En el sur asiático la situación es más variada. El renacimiento del islam y con ello también del fundamentalismo islámico, y el despertar de nacionalismos dormidos generan una inestabilidad política e incluso alguno conflicto armado difícil de resolver. Estos países parecen avanzar muy lentamente hacia un modelo occidental democrático liberal, pero todavía les falta mucho camino por recorrer.

El tercero son las repúblicas centrales de la ex Unión Soviética, el histórico imperialismo expansionista ruso y los intereses geopolíticos y económicos no han permitido casi un minuto de paz desde la guerra de Chechenia de 1994 hasta la invasión rusa a Ucrania que comenzó en 2014 y se extiende hasta el presente.

¿Es probable que en el Medio Oriente pase algo similar a alguna de estas tres opciones?

Si aplicásemos la lógica con la que el mundo árabe transcurrió el siglo XX, tanto la panarabista como la panislamista, en cualquiera de los casos la única solución posible sería la desaparición del Estado de Israel y la creación de una gran nación árabe o, en su defecto, la Umma. El mundo árabe e islámico nunca aceptará realmente la existencia de un país no árabe ni islámico en esa región. Los acuerdos de paz y de normalización de relaciones existentes son solo producto de la necesidad coyuntural, no de una creencia real en el diálogo y las relaciones políticas con la cultura occidental como forma de relacionamiento.

Esto implicaría también la desaparición política de Egipto, Siria, Jordania y el Líbano tal y como los conocemos hoy. Porque estos no son otra cosa que creaciones occidentales, del orden mundial surgido durante y tras el desarrollo de las guerras mundiales. Su existencia y la imposibilidad de imaginar que desaparezcan nos obliga a pensar en un futuro construido desde una lógica occidentalizada.

Una victoria de Israel que determine la desaparición de Hamas en Palestina y Hezbollá en Líbano, y en tanto esto no genere una reacción en cadena que enfrente al mundo en una tercera guerra mundial (Rusia, China Irán vs EE.UU., Europa e Israel), implica la imposición de la lógica occidental en la región, y con eso tres posibilidades similares a las ocurridas tras la caída del muro de Berlín.

La conflictiva: el dominio, solo posible de sostener por la fuerza, es decir a través de una ocupación militar, de Israel en Palestina y el sur del Líbano. Esto haría de Israel un estado ocupante, imperialista y no democrático, que al menos muchos sionistas no querríamos que fuese. Y generaría un retroceso absoluto en las relaciones entre Israel y los países de la región con los que en estos años ha logrado tener avances positivos.

La dificultosa: la incorporación de estos territorios y su población a los estados árabes limítrofes con la consiguiente inestabilidad política que esto les generaría internamente. De algún modo esta experiencia ya existió entre 1949 y 1967 e implicó por ejemplo la creación de la OLP. Los palestinos, si bien étnicamente no se diferencian en nada con sus hermanos sirios, jordanos o egipcios, se niegan por razones evidentes a vivir bajo esos regímenes y han sido factores desestabilizadores en todos los casos.

La deseada: que las autoridades legítimas libanesas recuperen el control de todo su territorio, y que los palestinos encuentren un liderazgo firme, con respaldo, que crea en la solución de dos estados para dos pueblos, y se dedique a realizarla en lugar de tener como objetivo permanente la destrucción de Israel.

Lamentable y quizás increíblemente para nuestra mentalidad occidental, esta no parece ser una vía posible en el corto o mediano plazo en Medio Oriente.