Multiplicidad de Voces III

Habiendo escuchado a nuestros invitados, y sumamente agradecido a ambos, la pregunta que me surge es la siguiente:

¿Cuál es la constante que rige a esas múltiples voces del judaísmo? Lo múltiple implica por definición un factor constante.

Vengo de un hogar secular, sionista, y profundamente judío. Estaba muy claro qué tipo de judíos NO eran mis padres, pero qué tipo de judíos éramos nosotros como familia nunca fue tema de conversación. El sionismo, que se vivía con cierta dosis de culpa pero con mucha intensidad, era nuestra conexión con la identidad judía: el hebreo, libros, muchas canciones, e Israel. Éramos iordim, una categoría que en aquellos años todavía tenía connotaciones negativas.

En la Escuela Integral estudiábamos Tanaj, no Torá. Se hacía honor a la tradición sionista de la primera hora: del Tanaj al Palmaj. O sea, el relato bíblico puro y duro. Cuando terminé mi educación secundaria mi conocimiento, hasta el reinado de Salomón, era respetable. Pero no tenía idea qué era la Mishná, el Talmud, o la Torá Oral.

De aquel Tanaj histórico pasamos a la Shoá. La Shoá ocupaba un lugar central en el programa del área judía. En mi casa tampoco se hablaba de la Shoá. Hubo razones familiares, seguramente, pero hoy quiero pensar en término de identidades. El sionismo, aun fallido en la experiencia personal, era percibido como un estado superador de la Shoá. La Shoá era una sombra que impregnaba el aire en la Escuela; yo lo sentía, pero no era parte de mi historia personal.

Dicho esto quiero afirmar sin ambages: yo crecí sin multiplicidad de voces. Sí, había otros judíos: los religiosos de Yavne allá en la calle Andes, los ortodoxos de la calle Canelones, y un mundo ashkenazí ancho y ajeno al cual pertenecía la mayoría de mi generación. Nosotros más que judíos éramos sionistas; el judaísmo, la punta de cuya madeja empecé a desenredar yo en mi bar-mitzvá, era, si había que practicarlo, la NCI. Más específicamente, la NCI de la calle San Salvador. Río Branco era un mundo casi tan remoto como la calle Buenos Aires.

El problema surge, y creo que lo estamos viendo hoy en día en muchos casos, cuando los modelos sobre los cuales construimos nuestra identidad implosionan. Sucede como consecuencia de nuestras historias personales; sucede cuando estos modelos son confrontados por modelos más dogmáticos y proselitistas; o cuando simplemente pierden vigencia y relevancia ante las complejas realidades que se nos presentan.

Dicho de otro modo: todos traemos con nosotros un relato que nos explica y auto-justifica; a priori no hay lugar para el pluralismo. Por lo menos, no lo había hace setenta años ni hace treinta. Uno era “algo”, de lo contrario no podía reconocerse como lo que era, ni que otros lo reconocieran como parte del colectivo. Esa tensión explica el tema de esta noche. ¿Por qué tenemos que seguir insistiendo en “la pluralidad de voces del judaísmo” en un mundo de por sí copado por la diversidad, aunque esta sea combatida por las fuerzas más reaccionarias? Si el discurso de la diversidad se está imponiendo, ¿por qué es tan complejo incorporarlo a nuestra percepción de lo judío?

Antes de seguir quiero redondear mi historia personal: mis decisiones de vida me llevaron a confrontar temas que jamás me habían preocupado, como el antisemitismo. Esto me sucedió por ejemplo esta semana con el affaire Spektorovski. El sionismo que aprendí de mis padres no era triunfalista ni chauvinista; por el contrario: junto al orgullo por Israel había una noción muy clara de su intrínseca fragilidad. Pero no nos quitaba el sueño qué pensaba el otro sobre los judíos; supongo que mis padres asumían que no era nada bueno. Sesenta años después, yo sigo pensando más o menos igual.

Formar una familia y criar hijos es una sucesión de decisiones. Al tiempo que uno decide, la misma realidad genera nuevas opciones, cada día. El relato en que uno se crio sigue siendo nuestro pero debemos generar un nuevo relato que sea vigente para nuestros hijos. El sionismo siempre fue un gran relato, pero ya no es suficiente. Después de todo, vivíamos, y vivimos, en Montevideo. Eso también supuso un sinceramiento generacional. Además, el sionismo dejó de ser lo que fue. Tema para otro encuentro.

Cuando el sionismo ya no fue el escudo protector que supo ser en mi infancia y juventud tuve que enfrentar este asunto de “qué es el judaísmo”, “quién es judío”, o “qué es un judío”. Es ahí que uno se encuentra con esto de la “diversidad”. La diversidad nos ampara, nos cobija, pero al mismo tiempo, nos demanda. Unos confrontamos a otros. Unos actuamos como espejos del otro: por lo que somos o por lo que no queremos ser.

De pronto hasta el lenguaje se vuelve traicionero: “somos todos hermanos” nos dicen. Sí, somos todos hijos de Israel. Pero quienes han leído Génesis saben que ser hermanos no es precisamente una bendición. No podemos seguir tirando a Iosef al pozo una y otra vez, así como Iosef no debería percibirse superior a sus hermanos cada mañana. Pero sigue sucediendo. Así estamos: constantemente explicando y justificando esa diversidad que es evidente, explícita, ya en el primer libro de la Torá.

En los últimos doscientos años el judaísmo ha resuelto el tema de la diversidad mediante las grandes corrientes que surgieron en Europa y florecieron en los EEUU, luego exportadas a nuestra América del Sur. Los movimientos Reformista y Conservador, la Ortodoxia en todas sus variantes, y algunas corrientes más permitieron no sólo que más judíos encontraran su espacio, sino que menos judíos abandonasen su condición de tales a manos del Iluminismo, la Ilustración, u otros grandes relatos.

Del mismo modo que la humanidad se fragmenta en identidades casi hasta el absurdo (políticas, de género, tribales), el judaísmo enfrenta un nuevo gran desafío: superar el compartimiento estanco que ya no contiene por sí sólo todas las respuestas. El judaísmo debe admitir que ser plural ya no es suficiente; debe reconocerse fragmentado. Pero, ¿hasta el absurdo? ¿Hasta qué punto? ¿Cuáles son los riesgos?

Volvamos al principio: ¿cuál es la constante de la multiplicidad de voces cuando ya trascendemos las denominaciones que nos contuvieron hasta ahora? La idea de fragmentación asusta y desafía. Un judío es un individuo, y como tal, es único; pero el judaísmo se manifiesta en colectivo. ¿Cómo contiene un colectivo ya no una multiplicidad de voces sino un mosaico de necesidades y aspiraciones? ¿Cómo puede un colectivo, por plural y diverso que sea, tener una respuesta para cada individuo sin perder su naturaleza colectiva?

Aquí se hizo referencia al principio talmúdico de seguir a la mayoría pero escuchar a la minoría, por minoritaria que sea. Un problema es que vivimos en una era en que las minorías determinan la realidad de las mayorías. Si queremos ser inclusivos, debemos atenderlas a ambas. No alcanza con decir, te escucho, pero esto es así. La disciplina de la tradición rabínica que debe regular estas demandas no siempre logra actuar lo suficientemente rápido. Siempre surgirá un nuevo colectivo judío que atienda lo que otro colectivo no puede atender, todavía; o nunca. Siempre alguien llenará los vacíos.

Mi percepción es que el judaísmo, en especial en un medio tan chico y provinciano como el uruguayo, donde todos nos conocemos y vivimos a la vuelta de la esquina, está atravesando un período de gran incertidumbre y fragilidad. No lo digo sólo en referencia a la realidad pos-Oct7. Las placas tectónicas bajo la superficie están moviéndose en forma inquietante. En algún momento veremos las consecuencias. Las viejas estructuras ya no soportan las nuevas demandas. Si pensábamos que ser diversos era complejo, no queramos imaginar lo que será ser fragmentarios. Puede arrasar con todo, o puede contenerse. Como dice el Rab Dolinsky, “está en nuestras manos”.

Hubo una época en que las instituciones judías parecieron quedarse en el tiempo. Algunas tuvieron procesos de transformación y hoy son sólidas. Otras han perdido su influencia o razón de ser, aunque todavía luchan por mantenerse. Pero sólo las comunidades atienden y engloban la vida judía en toda su extensión. Con tiempos diferentes, todas parecen estar haciendo un esfuerzo en actualizarse. El problema es que, en general, enfrentamos el problema cuando ya lo tenemos encima. El nivel de comunicación masiva que vivimos hoy permite detectar los fenómenos que vivimos como Humanidad en tiempo real. A los judíos nos comprenden las generales de la ley.

El Rabino Donniel Hartman sostiene que el judaísmo hoy debe competir en un mercado libre de ideas. Entre todas las identidades posibles y simultáneas que una persona puede adoptar, el judaísmo es una opción. La cuestión radica en qué ofrece el judaísmo. Si son discusiones halájicas o rigorismo ritual, probablemente sea atractivo para una minoría. Muy celosa y guardiana de esos valores pero, más allá de su multiplicación demográfica natural, serán eventualmente un pueblo que mora solo. El resto de nosotros no estaremos en la vuelta, ni siquiera para discutirles sus posturas dogmáticas y excluyentes.

Las nuevas generaciones deben encontrar las llaves de las diversas puertas de acceso al judaísmo, al tiempo que mantienen abiertos los viejos pórticos. Ya no será una dinámica de masas, sino de individuos. Ya no será una cuestión de “multiplicidad de voces”, sino de evitar la cacofonía. Si siempre fue un desafío mantener un hilo unificador y conductor del judaísmo en todas sus vertientes, este desafío adquirirá proporciones impensadas.

Veamos entonces cuál podría ser una respuesta a la pregunta acerca de las constantes que permitirán la multiplicidad de variables a niveles exponenciales hasta ahora impensados.

Las constantes no deberían basarse en aspectos rituales, legales, halájicos, o de costumbres. Por el contario: estos aspectos deberían ser, y ya lo son, las variables, la expresión concreta, en los hechos, de “la multiplicidad de voces en el judaísmo”. Es en estos aspectos donde la diversidad se manifiesta; abracémoslos y actuemos en consecuencia. El judaísmo debería tender a generar todos los espacios posibles, en términos razonables, para que cada uno viva como judío fiel a su leal saber y entender. No quisiera avanzar sin acentuar el concepto de leal: coherencia, solidaridad, empatía. No hay tal cosa como un judaísmo hecho a medida, pero hay mucha oferta. Y cada vez habrá más.

Esto es más fácil en comunidades numerosas que en las más chicas como Uruguay. Sin embargo, no se trata sólo de escala: esto es relevante cuando debemos medir inversión, costos, rendimiento de los proyectos; pero con un minián ya es suficiente. Por difícil que sea reunirlo. Recordemos: Sodoma no se salvó porque no se encontraron diez justos que lo justifiquen. Para ser plurales se necesita compromiso, de lo contrario es sólo un acto declarativo que se torna auto-destructivo.

Las constantes que quiero proponer hoy para habilitar la multiplicidad de voces tienen que ver con algunos axiomas que encontramos en nuestras fuentes. Trascienden el tiempo y el espacio. Son inherentes a nuestra identidad. Si perdemos de vista algunas de estas “verdades evidentes por sí mismas”, como dice la Constitución de los EEUU, el judaísmo corre el gran riesgo final: no reconocerse a sí mismo. Con toda nuestra diversidad, como bien explicaron tanto Martín como Oscar, todavía nos reconocemos unos a otros a través de ciertos intangibles, valores.

No son muchos, pero seguramente son algunos más de los que quiero proponer hoy. La lista es abierta, pero ojo que la vara está puesta muy alta. No reconocer la centralidad de estos principios hará nuestra vida judía mucho más difícil, conflictiva, y desestimulante. Seremos el hijo malvado de la Hagadá de Pesaj, pero no por desentendernos y hasta despreciar los rituales, sino por no estar a la altura de lo que supone ser judío.

El primer axioma es saber que nuestro padre fue un arameo errante. Para mi padre, Z’L, que no era creyente y mucho menos observante, esta era una condición innata de su judaísmo. A mí no me ha abandonado jamás.

En segundo lugar, debemos siempre recordar que fuimos esclavos en la tierra de Egipto. Esto condiciona todo nuestro vínculo con el entorno y con nosotros mismos. No por nada cada año recreamos la ficción de que somos nosotros quienes estamos saliendo de Egipto…

También es bueno de vez en cuando aspirar a ser un pueblo santo y un reino de sacerdotes, tal como se nos demandó a los pies del Sinaí. En otras palabras: siempre estar a la altura de las mayores demandas éticas. Y si no lo logramos, saberlo y asumirlo. La literatura rabínica nos ubica a todos, para siempre, al pie de la montaña.

Por último, en términos talmúdicos, no hacer al otro lo que no quieres que te hagan a ti. O como dice el midrash: derej eretz kadma laTorá: la conducta antecede a los preceptos.

El judaísmo no tiene sólo voces diversas, tiene individuos diversos. Más que límites externos, que se reducen a lo permitido y lo prohibido, a la forma del ritual, o a qué preceptos adherimos, la fortaleza de lo judío yace en valores como los que hemos sugerido.

Creo que si perseveramos en ellos, resistiremos la fragmentación.