Cancelación
El caso del “tío Alberto” que ocupó todos los titulares en Uruguay esta semana demostró como la cancelación es un recurso que se revierte sobre quienes lo practican.
El renombrado profesor no pudo disertar en Facultad de Humanidades de la Universidad de la República sobre Laicidad pero terminó ocupando los medios hablando sobre Sionismo, la guerra en Gaza, el conflicto en Oriente Medio, y su postura respecto a dos Estados para dos pueblos. Precisamente cuando fue cancelado por “sionista”. “A mucha honra”, dijo, además.
No sé cuáles serán las consecuencias formales o políticas de esta situación. Dudo que sean lo suficientemente ejemplarizantes como para que cambien algo en la política e ideologías que atraviesan al país. Hay quienes justifican y aplauden, hay quienes condenan y citana los involucrados al Parlamento. Hay posteos en redes y hay comunicados oficiales. Hay de todo.
Todo eso está muy bien, pero nada cambiará la realidad: que la ola antisemita, bajo el disfraz de turno del “sionismo”, encontró su expresión en la Universidad pública uruguaya, aun cuando esta carezca de “campus”. La escasez de recursos no permite carpas uniformes y flamantes como en los EEUU pero alcanza con la manipulación ideológica para lograr el mismo efecto: que un académico judío no acceda a un aula universitaria. No es Columbia, es La UDELAR.
Hace escasos dos meses nos escandalizamos por un grotesco cabezudo ostensiblemente antisemita en la Marcha del 8M así como ante el feminismo que ignoró impunemente a las víctimas de la masacre del 7 de octubre de 2023 en la frontera de Israel con Gaza. Hoy comprobamos que el antisemitismo puede manifestarse, y se manifiesta, en cualquier medio y contexto: la calle o el claustro. Uruguay no es un país antisemita pero no está libre de antisemitas; por lo visto, son más de los que queremos creer.
El antisemitismo no me es indiferente; lo reconozco peligroso, eventualmente una amenaza. El 8 de marzo de 2016 en Paysandú aprendimos que las manifestaciones y expresiones de odio tienen consecuencias fatales si se les permite llegar demasiado lejos. Como es difícil medir cuánto es “demasiado lejos”, lo ideal sería cortarlas de raíz. Ojalá suceda con el episodio de esta semana en la UDELAR, pero soy escéptico. Así que, guambia. Viene bravo el asunto.
El antisemitismo no me es indiferente pero me reconozco menos sensible al mismo que muchos en el amplio y variopinto espectro que constituye mi pueblo, el pueblo judío. Prefiero gastar mis energías en fomentar un judaísmo relevante que en combatir ideologías ignorantes, prejuiciosas, y atávicas. Hasta cierto punto, claro. A ese punto límite llegamos esta semana.
El antisemitismo no me es indiferente y nunca viví bajo la ilusión de que no existe. Estoy perplejo, y lo he manifestado, como por el contrario los auto-denominados “judíos de izquierda” están en shock por la reacción de sus correligionarios no judíos ante los hechos de Oct7 y sus consecuencias.
En shock al punto del silencio casi absoluto. Sé que ha habido comunicados y que algunas figuras judías notorias de la izquierda uruguaya se han manifestado en este sentido públicamente. Aun así, siento que todavía se resisten a creer lo que sucede antes sus ojos. Manifiestan su sorpresa, desazón, y tristeza, y también, algunos, se esfuerzan en encontrar un discurso complaciente para sus bases. Las bases de la Izquierda, no la judía, por si hiciera falta aclarar.
Ha sido una semana triste y dolorosa en Uruguay para TODOS los judíos, de cualquier corriente política, sionistas (la mayoría) o no (alguien todavía tiene que explicarme que es ser un judío no-sionista, pero ese es otro tema).
Entre “Romina Celeste” y el “tío Alberto”, salvando las enormes distancias entre los episodios, la opinión pública uruguaya está llena de basura. No es forma de hacer política, menos en un año electoral. Apuntemos más alto. Seamos lo que decimos ser: esta semana el sistema político uruguayo, los uruguayos, no hemos estado a la altura de nuestras declaraciones y aspiraciones.