Sombras de una entrevista
En el programa “Fácil Desviarse” de Del Sol FM 99.5 fueron entrevistados el pasado lunes 8, por su conductor Juanchi Hounie, los miembros de la “Asociación Cultural Israelita Dr. Jaime Zhitlovsky” Eduardo Beder (su Presidente), Abraham Glick, y Gabriel Slepac, integrantes de su Directiva, con motivo de los seis meses del 7 de octubre de 2023 y la guerra en Gaza. Dicha institución se auto-define en la entrevista como “progresista”, idishista, y defensora de un judaísmo cultural y laico pero sobre todo no-sionista, en oposición al judaísmo religioso, tradicionalista, y sionista, en cualquier de sus combinaciones posibles, según yo entiendo.
Es producto, como ellos explican, de una inmigración proletaria, obrera, sindicalista, que llegó al Uruguay en los años veinte del siglo pasado. En 1950 construyen su actual sede en la calle Durazno, comúnmente conocida como “el teatro Astral” pero llamado por ellos en el programa el “palacio Zhitlovsky”. Vale aclarar que por aquellos años la comunidad judía en Uruguay era populosa y se construyeron varios edificios comunitarios, sinagogas, escuelas, y movimientos juveniles; en ese sentido, al “Zhitolvsky” lo comprenden las generales de la ley.
El gran factor diferencial, desde siempre, es su auto-definición como “no-sionistas”, aunque, como aclaran en el programa, no son “anti-sionistas”. Es precisamente allí donde la entrevista de 45’ empieza a hacerme ruido: ¿por qué entrevistar a representantes formales y comprometidos ideológicamente con una postura “no-sionista” para hablar de un conflicto que involucra al Estado de Israel, fin último del movimiento sionista? Habiendo en la comunidad judía instituciones formales y sionistas, ¿por qué “Fácil Desviarse” elige al único grupo judío explícita y políticamente auto-definido como “no-sionista”? La pregunta es retórica, se contesta sola.
En algún momento de la entrevista Slepac se pregunta: “¿de qué lado me tengo que poner?”. He ahí, tal como yo lo entiendo, el dilema: ¿de qué lado están? Lo cual me lleva a una pregunta más de fondo: ¿qué supone ser “no-sionista”?
En ningún momento de la entrevista se aborda el tema: ni qué es el Sionismo y por lo tanto que es ser “no-sionista”. Para uno, judío sionista sin la más mínima duda, ser no-sionista es no creer en la necesidad ni la pertinencia de la existencia de un Estado Judío sino en preservar los valores de la diáspora y la existencia de los judíos a lo largo de milenios buscando la solución al problema del antisemitismo y la “extranjería” en las grandes ideologías, como las de izquierda, que “el Zhitlovsky” abraza sin ambigüedades. Lo cual, aun en la discrepancia, merece todo mi respeto.
Por lo tanto, entrevistar a “no-sionistas” sobre el conflicto en Medio Oriente es, por decirlo delicadamente, tendencioso: el entrevistador sabe qué respuestas va a buscar. No por nada la izquierda judía uruguaya está en un estado de shock ante la ola antisemita ignorante y maliciosa desatada por la guerra que siguió a la masacre del 7 de octubre en Israel. No por nada se ha llamado, mayormente, a silencio.
No es el caso de Beder, Glick, y Slepac: si bien condenan inequívocamente a Hamas, su plataforma ideológica, y su acción del 7 de octubre (no hay forma de no hacerlo), pasados seis meses de aquellos hechos adhieren al discurso general de la opinión pública internacional en torno a la cantidad de muertos palestinos, a la “mayoría de mujeres y niños”, y ahora al problema del abastecimiento y el hambre, todos temas pasibles de manipulación.
A tal punto se pierde la perspectiva que sobre el final del programa ni eluden ni niegan sino que relativizan la utilización de término “genocidio” en relación a la guerra en Gaza. Abrir una rendija a la idea de un genocidio palestino por parte de Israel no es ser “no-sionista”, es ser irresponsable. Si como ellos mismo manifiestan son tan conscientes de los estragos del antisemitismo y la Shoá (anuncian su prestigioso Acto por el Levantamiento del Gueto de Varsovia, de paso), permitir que se asocie “genocidio” con Israel es inadmisible y el rechazo debería ser inequívoco. Es más: sugerir, comparar, el ascenso por la vía democrática de Hitler en 1933 en Alemania y su transformación en dictadura con la conformación del gobierno de Netanyahu en 2022 y su eventual degeneración en un régimen totalitario sólo se explica porque lo sugiere un “no-sionista”.
Los sionistas sabemos, y nos enorgullecemos, de la confrontación civil que movilizó a los israelíes y todos los judíos sionistas del mundo en torno a la “reforma judicial” que promovieron Netanyahu y sus huestes apenas asumieron el gobierno en noviembre de 2022 y que ya estaba paralizada y sepultada por la fuerza popular y de las élites militares antes del 7 de octubre. La tal amenaza que prosperó en Alemania entonces y hoy prospera en versiones más sutiles en otros países europeos (o en los EEUU de Trump) no germinó en Israel.
Repasando la entrevista en sus detalles, que transcurre en un tono entre chabacano y frívolo del conductor y un cierto enciclopedismo y barniz académico por parte de los entrevistados, uno encuentra un manojo nada despreciable de errores concretos y conceptuales. Para empezar, el 1er Congreso Sionista no es en Viena sino en Basilea. La Haganá nunca fue considerada una organización terrorista ni es comparable a Hamás; de hecho, fue el antecedente del Ejército de Defensa de Israel conservando en su nombre el concepto de “defensa” (haganá). El kibutz como factor económico y social en el recién fundado Estado no fracasó, todo lo contrario; sólo que, eventualmente, cumplió su ciclo. Los tratados de paz firmados por Israel fueron con dos Estados: Egipto y Jordania; con la Autoridad Palestina fracasaron rotundamente todos los intentos. Por lo tanto, el camino a la paz no “está comprobado en la historia”, sino todo lo contrario.
Especial atención merece la afirmación de que judíos y palestinos “son dos pueblos hermanos destinados a vivir como tales” (Slepac). Palestinos e israelíes no son pueblos hermanos, son dos pueblos con reclamos sobre una misma tierra, destinados a convivir en ella. Como bien dijera Amos Oz de bendita memoria, “ayúdenos a divorciarnos”; no podemos habitar la misma casa. Como ha probado largamente la Dra. Einat Wilf (Laborista de Ehud Barak en su origen, hoy analista política), y como esta guerra ha puesto de manifiesto, el fin último de los palestinos no es dos Estados para dos pueblos sino un solo Estado para un solo pueblo: el palestino. Libre de judíos, como lo soñó la Alemania Nazi para el 3er Reich.
A seis meses del 7 de octubre de 2023 y tal como están planteadas las cosas en toda su complejidad nadie puede plantear seriamente que la solución hoy sea “dos Estados para dos pueblos”. No se puede plantear la salida de la actual situación pensando en “que se firme algo”, como dice con ingenua desesperación Beder. En realidad, y ese es el mayor pecado de la entrevista, nada de lo sucedido o por suceder puede reducirse a buenos y malos, a decir que uno “se convierte en monstruo para matar el monstruo”. Monstruo hay uno sólo y es Hamas; Israel es un país soberano con derecho a su legítima defensa, y sujeto por la opinión pública internacional a los propios estándares de humanismo a los que el país se ha ceñido en aras de mantener el espíritu de los profetas de Israel (como dice la Declaración de Independencia).
La entrevista es sesgada por la ideología tanto del entrevistador como la de los entrevistados. Con ese nivel de ideologización, poco valor tiene cualquier pretendido análisis de la coyuntura. No se ven hechos, se escuchan consignas. La honestidad intelectual debería haber primado y la entrevista no ser aceptada. Las únicas palabras que hago mías son de Abraham Glick sobre el cierre: “el panorama es muy sombrío”. No se resuelve con voluntarismo e ideologías pacifistas sino con el uso prudente de la fuerza, una actitud humanista pero no ingenua, y un pragmatismo en la mejor tradición de los padres fundadores de Israel.