Los 100 Días
Los hechos más dramáticos que suponen un quiebre histórico, para que sucedan, deben suceder muy rápidamente. Muchos cambios en la historia del hombre son paulatinos, algunos incluso a un ritmo glaciar; pero cuando son los hombres que deciden tomar el destino en sus manos, las cosas suelen pasar muy rápidamente. Quebrar un statu-quo es cuestión de horas, días. Por el contrario, cuando el statu-quo prevalece nada cambia, a veces durante lustros o décadas.
Así lo entendió el gobierno de Netanyahu que asumió en diciembre de 2022 y así lo entendió Hamas el 7 de octubre de 2023. Durante los nueve meses de las protestas o manifestaciones masivas contra la reforma judicial express y otros proyectados abusos del gobierno la sensación era que algo dramático tenía que suceder para detener la insana situación en que Israel estaba inmerso.
Alguien me dijo: esto explota, o es una crisis financiera o es una guerra. Financieramente Israel está hace ya muchos años muy sólida, el deterioro de la economía sería un proceso muy largo para precipitar cualquier cambio. La otra opción es una guerra. Pero Israel no sale a la guerra si no es estrictamente para defenderse, digan lo que digan los acusadores de imperialismo, genocidio, y otros ismos afines. Toda guerra de Israel responde a necesidades ciertas de su seguridad. La actual no es la excepción.
Entonces de Gaza surge Hamas. No que no supiéramos que estaban allí; de hecho, cada tantos años ha habido escaladas de misiles hacia Israel y sus represalias correspondientes. Hacía años que Gaza merecía una operación más a fondo pero había tres impedimentos: el costo en vidas (hoy ya estamos bordeando los 200 caídos en batalla), la opinión pública internacional (hoy Israel enfrenta un juicio por genocidio en la Corte de La Haya, por absurdo e injusto que sea), y finalmente la convicción de Netanyahu que las guerras quitan votos y terminan con el gobierno de turno.
El 7 de octubre de 2023, hace cien días, Hamas no lanzó misiles; Hamas invadió Israel y llevó a cabo el peor pogromo en la tierra de Israel desde 1939 en Hebrón. Más allá de los números, la diferencia radica en que un grupo terrorista, devenido Estado de facto en un territorio que controla y del cual dispone, invadió territorio soberano del Estado de Israel. Mató, torturó, violó, y finalmente secuestró ciudadanos y residentes de Israel. La guerra, en gran escala, era inevitable, pese a quien pese.
Aun así, demoró un par de semanas en lanzarse. Me temo que no se debió sólo a un tema de planificación, coordinación con el aliado EEUU, y preparación logística, sino a un efecto de shock a niveles gubernamentales y militares, y por supuesto a nivel de la sociedad civil, superior al de Iom Kipur cincuenta años antes. De todos modos los israelíes de a pie, el ciudadano en la reserva, con kipá o sin kipá, reaccionó en forma inmediata: había más hombres disponibles que equipo y armamento.
Este domingo 14 de enero de 2024 se cumplen cien días de aquel fatídico 7 de octubre. Con motivo del fin de año gregoriano 2023 circuló un posteo que decía “hoy no es 1 de enero, hoy es 87 de octubre”. Sin embargo, pasados ya más de tres meses, con los resultados de la guerra predecibles pero mucho menos expeditivos de lo esperado, con rehenes todavía cautivos y otros muertos (sepámoslo o no), muchos han vuelto a hablar tanto del “6 de octubre” como del “día después”, al cual es imposible ponerle fecha.
Es ingenuo pensar que en aras de la unidad debemos soslayar los temas que nos dividieron profundamente; es ingenuo pensar que la política no juega un rol en las decisiones de guerra; es ingenuo pensar que el enemigo, en todas sus versiones y organizaciones, no se dio cuenta que Israel es vulnerable; es ingenuo pensar que las investigaciones sobre qué anduvo tan mal aquel día puedan esperar. Porque nada viene de la nada.
Así como en medio de la guerra la Suprema Corte de Justicia de Israel validó la ley de razonabilidad que la Kneset, en su mayoría de 65 miembros, había invalidado, las fuerzas más reaccionarias de la coalición están aprovechando la coyuntura para llevar adelante su agenda en los territorios en disputa en Cisjordania. En medio de la batalla, cada uno hace su juego. Sí, Israel está unido a nivel popular, ciudadano, militar, y por supuesto a nivel de pueblo judío, pero tan dividido como el 6 de octubre a nivel político e ideológico.
¿Por qué habría de ser diferente? Cuando peleábamos contra los romanos en la Antigüedad también había agendas sectarias. Como pueblo ocupado, teníamos saduceos, fariseos, esenios, sicarios… Es ilusorio pensar que la guerra ha dejado atrás todo aquello que casi nos enfrenta en una guerra civil. Lo puso en suspenso un tiempo, pero en la medida en que la realidad se impone el conflicto interno vuelve a adquirir su relevancia. Tal vez la reforma judicial quede enterrada por un buen tiempo a causa de Gaza, pero no así el tema acerca de qué tipo de Estado queremos ni qué judaísmo queremos para ese Estado.
Todos queremos que regresen los rehenes pero todos sabemos que cada día que pasa las chances disminuyen; tal vez vuelvan algunos, o por lo menos lo que quede de ellos física y espiritualmente. Eliminar a Hamas y rescatar a los rehenes nunca me pareció una ecuación posible. Usando la expresión de Yossi Klein-Halevi, esta guerra no es un “momento Entebbe”. Se hizo lo que se pudo una vez y se rescataron muchos mucho antes que para ellos sea demasiado tarde. Todavía no se consigue quebrar a Hamas como para una rendición incondicional y la liberación de los rehenes. Me temo que Israel no podrá llegar a ese punto.
El día después del día 100 (supongamos que todo se detuviera hoy) trae consigo varios interrogantes: ¿qué hacer con Gaza? ¿Qué hacer con la frontera norte, deshabitada, y con Hezbolá? ¿Qué hacer con los miles de refugiados internos que hoy tiene Israel? ¿Qué hacer con Judea y Samaria, en un nivel de volatilidad apenas controlado? ¿Qué hacer con la ideología fascista y expulsiva de integrantes fundamentales del gobierno? ¿Cómo ganar una elección de modo de armar una coalición de centro-derecha moderada y prudente, y que además ponga cierta distancia entre Estado y religión?
A cien días de aquel día es momento de hablar en serio. Entre una crisis institucional interna y una crisis de seguridad nacional, Israel y el pueblo judío están viviendo y enfrentando, hoy, ahora, su propia historia. Si asumimos que la cuestión no es existencial en un sentido físico y concreto (nadie cree ni es razonable que “del río al mar” un Estado palestino sustituya a Israel y eche a todos los judíos al mar), no cabe duda que es existencial en un sentido filosófico, ideológico, y político. Si nosotros estamos allí para quedarnos, nuestros vecinos también. Cualquier otra fantasía o noción de superioridad ha probado ser fatal.
Pasados estos cien días, desde la diáspora judía (una forma de vida que hemos cultivado durante siglos), pasado el “turismo de trauma”, las “acciones” en la opinión pública, y los slogans sionistas y nacionalistas internos, sería bueno que revisáramos los postulados sobre los cuales construimos, mantenemos, y proyectamos nuestra identidad. Apenas dos generaciones atrás no imaginábamos vivir en el mejor de los tiempos para el pueblo judío. Todavía lo es, pero es nuestra obligación no darlo por sentado y mucho menos subestimar las fortalezas del enemigo (siempre hay quien se ocupa de eso y aun así, el sistema falló) y nuestras propias debilidades. En este sentido, lo que hagamos nunca será suficiente para fortalecerlas.