«Estamos en el mapa»
Como insiste uno de mis amigos, nunca fui “hombre de fútbol”, mucho menos “hincha”. Después de México 70, con aquel último 4º puesto de Uruguay hasta 2010, “descubrí” el fútbol, rescaté mi supuesta pasión por Peñarol que heredé de un querido tío, y fui algún tiempo al Estadio, pero sólo a la tribuna América con amigos de la escuela. Una actividad social más que pasional. Con el advenimiento de la televisión, no fui más al fútbol. La TV me repetía el gol o la jugada que seguramente me había perdido.
Sin embargo, en mis años de estudiante en Israel un amigo de la generación de mis padres me llevó con él a lo que era su pasión: el muy pobre e incipiente fútbol, y el baloncesto. Conocí así los estadios de Ramat-Gan, Bloomfield en Yaffo, y Yad-Eliahu en Tel-Aviv.
Sobre todo, estuve presente cuando Tal Brody pronunció la célebre frase: “Estamos en el mapa”. Más literalmente, dijo: “nos subimos al mapa”. Macabi Tel-Aviv había ganado, en baloncesto, al equipo ruso CSKA Moscú por el título de la Euroliga. La frase de Brody, que luego se quedó en Israel para siempre, siguió resonando en todo tipo de contexto. Nunca tanto como con el desempeño y el tercer puesto en el Mundial Sub 20 de fútbol reciente en Argentina.
Uruguay, por su parte, no tenía necesidad objetiva, a un siglo de su fundación, de confirmar su existencia en el mapa, que nadie cuestionó demasiado seriamente, mucho menos ya entrado el siglo XX. Sin embargo, Maracaná bien podría ser equivalente a la frase de Brody. Confirmó el status de pequeña potencia futbolera entre gigantes en aquel tiempo pos guerra y selló para siempre una identidad que una y otra vez, tenazmente, Uruguay busca realizar mediante títulos.
Cada campeonato logrado a nivel internacional, sea de clubes o selección, es una confirmación de que estamos en el mapa, que existimos. La maravilla del fútbol, supongo, es que permite, cada tanto, que los menos poderosos ganen. Uruguay estuvo a punto de ser campeón juvenil de la categoría en dos oportunidades pero recién ahora la demanda se cumplió. Uruguay sigue subiéndose al mapa del fútbol mundial; al punto que es un exportador de jugadores inagotable.
Si todo este evento Sub 20 en Argentina ha sido sui generis por diversas razones, el enfrentamiento en cuartos de final entre Uruguay e Israel es la frutilla de la torta. No sólo Indonesia perdió la sede por negar la entrada a Israel; no sólo Israel pasó su grupo; no sólo le ganó a Brasil; también enfrentó a Uruguay. Más allá de bromas de mal gusto y otras no tanto, el partido en sí fue una fiesta para cualquier judío uruguayo. Para mí, sin duda, era un caso de ganar-ganar, sin importar por quién se “hincha”, controversia gratuita si las hubo. Poder ver “jugar” a los dos países que nos identifican es un lujo poco frecuente.
Por último, creo que todos pudimos ver, de una vez por todas y gráficamente, lo multiétnica y plural que es la sociedad israelí. Todavía no hay jugadores “de color” u orientales (de Lejano Oriente), pero es sólo cuestión de tiempo. La mixtura musulmana y judía del plantel está a la vista para que todos la vean. Más allá del famoso “cassette” de los jugadores de fútbol, y los israelíes no escapan a la norma, los acusadores de apartheid se han quedado sin argumentos. Canten o no el “Hatikva” los jugadores árabes, como el fútbol hay otros tantos proyectos en común compartidos. La vida misma.
El domingo 11 de junio de 2023 fue un día diferente: dos países pequeños y disímiles se subieron al podio y al mapa y marcaron presencia, idiosincrasia, una forma de hacer las cosas que le dio grandes resultados. Como tantas veces, el fútbol habilita pequeños milagros.