Lo Verosímil

Me ha tomado una semana, esta vez, asimilar Israel. Por primera vez en muchos años siento que la transito pero todavía no puedo disfrutarla. Como si sobrevolara un abismo de incógnitas y contradicciones, un desorden primigenio, una refundación latente; como dijo un amigo, algo está por explotar.

Durante mis dos últimas visitas solía decir que, más que explotar por una causa externa, Israel implosionaría. Mi imagen preferida a estos efectos es el tránsito, los embotellamientos, la absurda desproporción entre distancias (objetivamente mínimas) y tiempos (surrealistamente exagerados) . Este año Israel ha implosionado: nadie puede negarlo, y nadie puede a ciencia cierta decir cómo se recompondrán las partes. Quién separará, como en todo principio, por nuevo que sea, luz de oscuridad.

Algo grande sucederá tarde o temprano dicen unos: sea que caiga el Gobierno o que haya una confrontación bélica con Irán. Otros, como el dueño de mi Airbnb, dice que el ruido es de unos pocos extremistas y pronto todo pasará, como tantas crisis, e Israel seguirá su camino a su irresistible redención, especialmente económica. Me surgen dudas éticas, pero se ve que al propietario no.

Pasada una vida de romántica fijación con este país, tal vez la primera y más auténtica razón de mi judaísmo, me asalta un manso estado de shock que sólo puedo explicar por falta de verosimilitud. Todo esto que he visto crecer y suceder y me embargaba sentimentalmente, de pronto me sumerge en la duda existencial. Desde Herzl y su famosa frase, Israel siempre tuvo mucho de sueño; hoy parecería que la cruda realidad develará la verdadera naturaleza de los sueños.

Reconozco el vértigo que produce el progreso, el consumo desatado, pero aun así, por primera vez en cuarenta años de regresos, me pregunto, como Arik Einstein, de Bendita Memoria, en la canción de Yonatan Gueffen, también de Bendita Memoria, “¿puede ser que todo esto haya terminado?” Porque es triste decirlo, pero tanto Einstein como Gueffen han muerto.

Anoche cené en el bucólico moshav Bazra, a espaldas de una zona industrial (hoy High-Tech); en el camino, en el Cruce Raanana, atravesamos “protestas” y banderas. Bajo un cielo claro y estrellado, casi bíblico, el aroma de la noche en el moshav poco tenía que ver con la ruta más allá, el tenaz entusiasmo militante, y la más tenaz lucha política en los pasillos de Jerusalém. La magia de la Tierra de Israel permanece intacta, pero sus habitantes se están devorando unos a otros.

Todavía hay quienes esperan el gran acto de magia de Bibi, el que ponga todo en su lugar. Un hombre que ha perdido el control de su hijo dilecto difícilmente pueda encauzar una situación que él provocó y lo ha desbordado. El Presidente Herzog sigue intentando mediar en un terreno donde nunca fue demasiado exitoso, el político; tal vez su investidura lo ayude, tal vez el hábito sí haga al monje.

Los mismos signos y señales que en viajes anteriores sensibilizaban mi sionismo emocional (al sionismo realizador renuncié hace muchos años), ese que muchos de nosotros que no vivimos aquí compartimos, siguen allí. De pronto sucede que las piedras ya no parecen querer dar agua, el próximo milagro no se configura; más que nunca la palabra no vendrá del cielo o del otro lado del mar sino de los protagonistas. Parecen estar muy ocupados reivindicando causas y ocupando trozos de poder. Todos sabemos qué sucede cuándo la lucha por el poder es un fin en sí mismo; los proyectos a los que supuestamente sirve se postergan o desacreditan.

El país sigue moviéndose desenfrenadamente sobre sí mismo, su dinamismo sigue vigente y vigoroso. Si siempre tuve la sensación de que aquí todo era vertiginoso, hoy siento el vértigo del abismo. Si desde Sión saldrá la Torá y la palabra de Dios de Jerusalém, hoy me alcanzaría con vislumbrar con qué Torá viviremos en el futuro y cuáles las palabras que el hombre encuentre para entenderse con sus semejante.