Israel 75 años
Fania Oz-Salzberger, Moments Magazine, mayo de 2023
El Primer Templo de Jerusalém duró unos cuatrocientos años, el Segundo Templo aguantó unos seiscientos años, y el Tercer Templo, si así asumimos denominar al moderno Israel, está a punto de desaparecer a los setenta y cinco. Sólo que esta vez no existe Asiria para mandar a los Israelitas al olvido, no existe Babilonia para arrearnos hacia el exilio, y no existe Roma para extinguir la soberanía judía por dos milenios. Hoy, el Estado Judío se está auto-demoliendo desde su interior.
El proceso comenzó, tal vez, cuando Beguin abrumadoramente ganó en 1977 a lomos de la hostilidad del “2º Israel” de origen levantino contra el “1er Israel” mayormente ashkenazí. Durante las siguientes cuatro décadas la frágil red de coexistencias en Israel fue política y groseramente descuidada. Desde los años 2000 tardíos la voz pública del Likud ha sido agresivamente sectaria: anti-secular, anti-liberal, y anti-ashkenazí. Los tres mil años de historia judía se convirtieron en piezas del juego político israelí, con nacionalistas reclamando fronteras bíblicas milagrosamente vacías de árabes y líderes ultra-ortodoxos despreciando a los no creyentes.
Judíos seculares y liberales como yo entramos en la refriega para reclamar nuestros derechos como legítimos herederos de la Historia y Cultura judías, con una aproximación moderna y selectiva de tesoros tales como la Biblia y el Talmud. Creo que la Biblia fue más sabia que nosotros cuando instruyó iguales derechos a los extranjeros “que viven entre ustedes”. La conquista de los palestinos, sea que su propio liderazgo permitiera un acuerdo de paz viable o no, nos pudrió desde nuestras raíces tanto judías como democráticas. Educó a tres generaciones de israelíes a creer que la democracia es la tiranía de la mayoría y que los perdedores no deben ser escuchados. Primero, los Palestinos; luego, los Árabes israelíes; pronto, la Izquierda, y probablemente también los Seculares. La gran tradición judía de democracia intelectual, de expresar las diferencias mediante la palabra, ¿está muerta y desaparecida?
Hasta acá suficiente con profecías de desastre. He aquí una cuidadosa profecía de redención: a sus setenta y cinco años, Israel no es un país nuevo. Su democracia data de 1897, cuando el 1er Congreso Sionista en Basilea. Fue un congreso tan democrático que al año siguiente, y sorpresivamente temprano en términos históricos, las mujeres se sumaron como delegadas con plenos derechos. Sólo en 2023 la sociedad civil israelí ha descubierto su poder latente. Ahora somos más inclusivos que aquello llamado el “1er Israel” de los seculares, liberales, y a veces privilegiados económicamente de otrora. Somos muchos más que simplemente “la Izquierda”, y estamos en las calles reclamando los símbolos que nos fueron secuestrados con demasiada facilidad: la bandera y el himno, “La Esperanza”. Sobre todo, sostenemos la luz de la Declaración de Independencia, un magnífico documento de orgullo nacional judío, compromiso con la paz, e iguales derechos humanos y civiles.
Estoy gratamente apabullada por el número de mis conciudadanos y conciudadanas que salen a las calles a pelear por esta causa buena y justa. Es un momento muy peligroso, la sociedad civil enfrentada al Estado, ideologías honestas exigidas por contra-ideologías sostenidas en el abuso del poder y el interés personal. Debo concluir, con dedos temblorosos sobre el teclado, que 2023 puede convertirse en un año muy significativo de la Historia judía. Ojalá el 3er Templo quede en pie, pero sólo si es como democracia.
Traducción: Ianai Silberstein