La Séptima Década
El siete es un número simbólico, si aceptamos la premisa de que los números representan algo más que una “cantidad”. Parecería que no podemos quedarnos con la abstracción que un número supone y debemos dotarlo de lenguaje, significado, relato. Bajo esa premisa pensemos por un momento en que está sucediendo, coincidentemente, con algunos artistas israelíes muy notables que, entrada su séptima década de vida, nos dejan.
Esta año se cumplirán diez de la prematura muerte de Arik Einstein z’l. En ese sentido, y en forma tristemente irónica, fue un adelantado. En 2021 murió a los setenta y cinco años Zvi Shissel, director cinematográfico y compañero de correrías de Einstein, Uri Zohar, y toda esa generación.
Mención aparte merece la prematura muerte de Amos Oz a los setenta y nueve años. Los poetas mueren en Shabat, dijo su hija Fania. Yo me limité a decir que nos perdimos por lo menos diez años más de su lucidez y visión. Hoy sería una voz imperdible en la cacofonía israelí.
En estas semanas, Israel ha perdido al autor Meir Shalev y al versátil poeta Ionatán Geffen. Como escribió Noemí Shemer, “ambos eran de la misma aldea”, Nahalal; ambos tenían la edad del novel Estado en que nacieron (La propia Noemí Shemer murió con setenta y cuatro años en 2004). Mientras tanto, Shlomo Artzi, Shalom Janoj, Dany Sanderson, y mi amada Java Alberstein todavía cantan en recitales a sus setenta y pocos, y Gidi Gov y “Zeu-Ze” llenan las salas; hay incluso quienes todavía sueñan con una nueva reunión de Kaveret… que perdió este año a Itzjak Klepter a sus setenta y dos.
La antorcha va pasando de mano en mano y, a diferencia de los cantantes, la vieja canción israelí no muere. Porque el arte, a diferencia del artista, trasciende el tiempo. ¿A qué viene, entonces, esta suerte de obituario póstumo, esta languidez nostálgica, en vísperas del 75º aniversario de la creación del Estado de Israel? ¿Tan triste y oscura es la coyuntura que nos inspira a expresarnos mediante la pérdida y el dolor? ¿Acaso Israel no es capaz de trascenderse a sí misma? Lo ha demostrado como pueblo y como Estado en repetidas oportunidades. ¿Por qué entonces apelar a fantasmas o desempolvar reliquias del pasado?
Pasados sus setenta y cinco años Israel pondrá rumbo a su octavo decenio. Tal vez valga la pena pensar en que toda esta generación, los vivos y los muertos, representan en su séptima década de vida (y muerte) un cambio supra-generacional, el final de un tiempo cuyo legado quedará únicamente plasmado en los libros y el soporte de turno para la música u otros medios audiovisuales. Es su sensibilidad artística, por encima de su obra concreta, el denominador común que marca el fin de una era. Aquello que Antonio Machado expresó tan bien respecto a su patria: “una España que muere y otra España que bosteza”. En todo caso, Israel no bosteza, ruge; pero la idea se entiende.
Siempre sostuve, durante el inexorable proceso de transformación de Israel en los últimos treinta años, que “la buena y querida Eretz Israel” sigue intacta, que sólo es cuestión de salir en su búsqueda por detrás de las autopistas y los rascacielos del high-tech; allí encontraremos todavía campos floridos e ideales aporreados pero intactos. Tal vez a los setenta y cinco años la búsqueda se haga cada vez más difícil. En especial cuando vamos perdiendo voces como las de Shalev y Geffen. Nombres cuyo significado es calma y vid, respectivamente: la simbólica vid de la biblia y la ansiada calma de cada Shabat, por ejemplo. Shabat: el séptimo día, la séptima década, la hora del descanso y el comienzo de un nuevo ciclo.
Shabat Shalom!