La Naranja en la Keará

Durante Pesaj leí un posteo que decía: “Cada año tratamos de encontrar algo nuevo en el Seder de Pesaj”. Pregunto entonces: ¿qué hubo nuevo este año?

Mi respuesta, para mi grata sorpresa, es que en muchas mesas de Pesaj en Uruguay la Keará incluyó una naranja. Si queremos ser consecuentes con la clásica pregunta “ma nishtaná” (¿qué cambió esta noche?), la naranja no podía ser más apropiada. Lo novedoso del asunto no es la propuesta en sí, sino que este año la costumbre prendió en buena parte de la opinión pública en forma, si no militante, muy entusiasta. Dudo que todos sepan a qué obedece la naranja en la Keará.

En una oportunidad la Dra. Susana Heschel, hija del teólogo Abraham Y. Heschel, dio una conferencia sobre feminismo entre otros temas. Un oyente enojado la increpó diciendo que una mujer en una bimá (púlpito en la sinagoga) era como una naranja en la Keará de Pesaj. Desde entonces en muchas casas judías igualitarias se incluye la naranja junto con los símbolos tradicionales. En la NCI de Montevideo y en hogares allegados esta costumbre ya estaba instalada, pero da la impresión que este año se extendió por fuera de esos círculos. Probablemente por la calidad y la penetración de las redes sociales, donde se promovió la idea.

Una naranja en la Keará de Pesaj es un acto inofensivo pero está lejos de ser insignificante. Sin el status religioso de la matzá y el maror, por el mero hecho de poner una naranja junto a los símbolos tradicionales estamos diciendo: el tiempo pasa y las ideas evolucionan. El acto fundacional que Pesaj conmemora, en su esencia, permanece. Del mismo modo que ya no “derramamos nuestra ira” sobre nuestros enemigos después de la 3ª copa sino que “extendemos nuestra Sucá de la paz”. La vida judía siempre precisa pequeños ajustes.

Puede llevar mucho tiempo y paciencia instalar nuevas ideas y aproximaciones a nuestra tradición. Nadie puede negar, excepto quienes establecieron su inamovilidad a instancias del Jatam Sofer en oposición a los movimientos reformistas, que la Torá sobrevivió porque se permitió innovar. Innovar con una naranja en la Keará es inofensivo; la verdadera innovación, todavía discutida ferozmente, es el rol de la mujer en la vida religiosa judía. La naranja es un signo de cuyo significante podemos ser más o menos conscientes, pero existe. Para mí es muy válido que la misma mujer que este año incluyó la naranja siga insistiendo en sentarse separada de los hombres en la sinagoga. No es una batalla puntual por una ideología, es una larga campaña por la identidad judía.

El trabajo comunitario es un rumbo; la naranja en la Keará es un mojón, o en términos semióticos, un signo. Como cuando una mujer que elije ponerse tfilim o talit o kipá. Sabemos que la Halajá no las obliga pero la opción existe y la única prohibición, en todo caso, es el (pre)juicio colectivo. En definitiva, cada uno es judío en función a la comunidad a la que pertenece, sus códigos y costumbres. En la NCI hemos tenido mujeres con kipá, y todavía alguna la usa, así como algún diseño de talit; muchas suben a la Torá, otras prefieren no hacerlo; algunas incluso leen de la Torá; todas cuentan para el minián. Hay un nivel colectivo y genérico a la vez que hay un nivel individual electivo.

Lo interesante es acordarnos que así como una vez unos pocos empezamos a poner una naranja en la Keará en Pesaj hubo quienes decidieron, alentaron, y tuvieron el apoyo para que las mujeres bajen de los balcones, estén más cerca de la “acción” (término Woody Allen en “Manhattan”), hasta que un día terminamos sentados mezclados y todo el proceso avanzó sin mirar atrás. Como cuenta el relato bíblico en relación al Mar de los Juncos, hubo uno que se aventuró primero, y el resto atinó a seguirlo. Lo que para muchos hoy parece obvio, indispensable, y bien visto, alentando a la gente a ir a las sinagogas, en su momento fue un quiebre producto de una decisión y una conducta coherente desde entonces. Como las personas, una comunidad, que es una sumatoria de individuos afines, debe tomar, en algún momento, un rumbo y seguirlo. Como explicaba mi Profesor Itamar Even-Zohar de la Universidad de Tel-Aviv, lo que es periférico algún día será centro en cualquier sistema cultural o religioso.

La teoría de los sistemas de Even Zohar también explica cómo los fenómenos culturales, religiosos, o incluso sociales, pueden moverse entre centro y periferia. Tal vez estemos en uno de esos momentos de la vida judía en que las placas tectónicas de las profundidades comunitarias se estén moviendo. Probablemente no para causar terremotos, pero lo suficiente como para cambiar la configuración del paisaje. Si la naranja nos permitió pensar en retrospectiva, tal vez debamos darnos la chance, todos y cada uno de los judíos uruguayos, de pensar la configuración futura antes que esta se imponga por la fuerza de los hechos. Como judíos estamos tan integrados como nunca en la sociedad, e insistimos en igualarnos más y más con el entorno. ¿Cuál es la naranja que oficiará de signo de identidad y adhesión? ¿O será cuestión de ofrecer todavía más opciones para expresar el judaísmo que elegimos?

Cuando uno siente que todo se mueve en derredor, que de pronto todo vale para todos, cuando las redes se inundan de audiovisuales que tiran por la borda posturas ancestrales, que vamos del extremo de un judaísmo casi exclusivamente por genealogía a un supuesto judaísmo sostenido en la subjetividad o “la fe”, en momentos de tanta fragmentación y auto-percepción, la naranja, como todos los símbolos de la Keará, como las velas de Shabat o las letras de la Torá sobre la cual nos inclinamos, nos recuerdan qué y quiénes somos y dónde se escriben e inscriben nuestras tradiciones e identidad; y dónde no.

Ser judío supone muchas responsabilidades. Esa es la famosa “elección” que nos auto-imponemos. Supone ayuda social, mejorar el mundo, perseverar en la justicia, libertad, respeto a las minorías (porque esclavos fuimos en la tierra de Egipto), y tantos otros valores. La vida comunitaria los engloba e incluye a todos. Sin embargo, no sería posible si no sostenemos el relato así como los ritos y ceremonias que nos constituyen; no sería posible si no somos, si no existimos, si no nos sabemos judíos.

Cualquiera sea la configuración que les toque a nuestros hijos, nietos, y bisnietos, la naranja en la Keará de Pesaj simboliza que hay rumbos que se eligen y sobre los cuales perseveramos, y otros que no. Podemos verlo cuando pensamos cómo llegamos hasta este momento, pero especialmente debemos pensarlo cuando para ver cómo llegamos al momento siguiente. El momento en que algún judío con coraje siga sumando naranjas a la Keará de Pesaj al tiempo que Pesaj siga siendo esencialmente judía; aunque sumemos invitados a la mesa.