Insomnio

En Israel amanece y acá todavía no es medianoche y estoy desvelado. No me durmió la música ni el aceprax; me asaltaron los pensamientos erráticos entre mis miedos personales e íntimos y mis miedos personales y colectivos. Allá tal vez ya no serán ni cientos ni decenas de miles sino algunos pocos que todavía deambulan por la autopista Ayalon o algún bulevar en Jerusalém, porque en el resto de Israel las gentes amanecen para rezar y trabajar; en ese orden, una o ambas. O no: tal vez el país se detenga hoy.

La politización de la crisis de identidad nacional es uno de los errores más básicos de cualquier análisis; ya no es una “coyuntura”, es una conjunción de factores y hechos que han desembocado en una guerra civil judía en el seno de su Estado Judío independiente y soberano. Es histórico.

Tal vez, y sólo tal vez, se parezca a la situación un milenio antes de la era común cuando los reinos de David y Salomón no sostuvieron sus diferencias a falta de líderes carismáticos; ahora no es Judea y Samaria, en todo caso sería algo así como Jerusalém (si representa el fanatismo religioso, aunque es mucho más que eso) y Tel-Aviv (si representa el pluralismo cosmopolita, aunque es mucho más que eso). Hace milenios que no somos tribus, pero seguramente nos volvamos cantones producto de combinaciones impredecibles. Los palestinos, el viejo tema que nos dividía entre Derecha e Izquierda, serán una variable más de la ecuación.

Quienes percibían Israel sólo en función del problema palestino tendrán que aprender un nuevo lenguaje que tiene que ver con ser judío, que no se agote en el concepto de tikún olam o de conformar a los demás (léase, la lucha contra el antisemitismo). Quien se asome a Israel estos días desde cualquier vuelo, así como quien mire Jerusalém desde el Monte de los Olivos, no verá mezquitas doradas o minaretes sino miles y miles de banderas blancas y azules con una estrella de David en su centro. La guerra civil ha puesto la cuestión judía en Israel en primer lugar. Era hora.

Quienes creen todavía que esto es político y que se solucionará si cae el gobierno, si por milagro Netanyahu desaparece, si por esas cosas de las grandes crisis los votantes dibujan, en las próximas elecciones, un panorama donde la mayoría menor es apenas mayor que el resto, habilitando un gobierno tan frágil y forzado como el anterior al actual, tal vez entonces pueda prevalecer un criterio liberal, democrático, plural, y con cierta estabilidad. Sólo entonces se podrán acometer los temas de fondo.

Ellos son: controles y balances de poderes y separación de religión y Estado “a la israelí”. Tal vez en esa coyuntura se encuentre el “momento constitucional” que denominó Micah Goodman, el momento en que se defina cómo se juega el juego. Tal vez Israel deba ser bicameral: diputados electos por el sistema actual y una cámara de “lores” o notables con otro criterio electivo que vele por los grandes intereses de la nación, sea su seguridad, su Judaísmo, sus minorías, mucho antes que deba usarse la Suprema Corte de Justicia…

Estoy profundamente desvelado al tiempo que siento que este rapto de inspiración o desahogo se agotará en breve, que mañana estaré revisando estos delirios que vuelco en papel casi sin intermediar pensamiento en mi afán de exorcizar mis miedos. Sí, los personales y colectivos: los que me producen el pánico del abismo, del final de las grandes ideologías, el final de aquel sueño que soñaron algunos, mis padres incluidos, nosotros incluidos, y de pronto se hace trizas ante nuestros ojos.

En su novela “Historia de Amor y Oscuridad” el relator Amos cuenta cómo su padre y él lloran en la oscuridad cuando la Asamblea de la ONU vota la partición en 1947. ¿Quién llora esta noche? En algún momento, cuando este frenesí cese, alguien debe llorar porque esta guerra civil no debió nunca llegar a este extremo y porque ya no hay profetas que lloren por la caída del Templo. Tampoco sé si habrá judíos que se perpetúen dos milenios y mucho menos sé si habrá otra oportunidad en dos milenios.

Nunca fuimos muchos cuando volvimos a la Tierra de Israel: ni al regreso de Babel ni cuando Europa nos expulsaba pogromo a pogromo. Ahora somos más de siete millones de judíos en un pedazo de tierra y unos quieren imponerse a otros; ahora somos una potencia y estamos al borde de la decadencia por el fundamentalismo y el oportunismo y un resultado electoral legítimamente manipulado.

Como dijo en un twitt Einat Wilf: este es el 3er Templo y no debe ni puede caer. Siempre habrá casta sacerdotal (gobernantes, jueces, académicos), siempre habrá rabinos que discutan halajá, judaísmo, y forma de vida; y siempre habrá am haaretz, pueblo, que buscará sustento, felicidad, y un futuro para sus hijos. No somos todos hermanos, somos apenas primos; y los “primos” no son primos, son “primos segundos”; y tenemos extranjeros que viven entre nosotros y debemos cuidarlos y respetarlos como nos enseñó la Torá.

A una semana de Pesaj la manida metáfora de las “estrecheces” cobra una relevancia insospechada: no seamos estrechos de miras. El problema es que faltan Moshé y sobran Koraj.

Estoy cansado. Son tres meses progresivos de tensión, miedo, y frenesí. Lleguemos a la fiesta en paz. Descansemos un tiempo, saquemos el jametz del medio por ocho días. Vendámoslo sin derecho de re-compra. Descansemos de nosotros mismos. La lucha por definir qué somos es existencial; uno de sus riesgos es dejar de existir. Hagamos un alto en el camino para celebrar Pesaj.