Comunidad e Individuo

Recibí, como recibo tantas ideas, una suerte de consigna en proceso de perfeccionamiento que expresa más o menos lo siguiente: en un tiempo de prevalencia de individualismos y de la capacidad de elección como valores deseables y superiores, qué rol juegan y qué significado adquieren la comunidad y la vida comunitaria. Es difícil aventurar el futuro; por más data que tengamos a la fecha, por más que entendamos los procesos históricos (porque la historia tiende a repetirse, que no es lo mismo que afirmar que se repite), en definitiva predecir tiene algo de ruleta.

Suelo citar el siguiente ejemplo: Yuval Noah Harari es brillante y original en su análisis del pasado y los grandes patrones de la Humanidad, pero es mayormente especulativo cuando sugiere el futuro o se ocupa de su propia ideología. Una mente brillante como la suya puede dar respuestas razonablemente certeras, pero jamás serán excluyentes. Pensar hacia delante no deja nunca de ser especulativo pero también, en el mejor de los casos, puede resultar muy creativo. En la medida que una buena conversación de lugar a ideas, iniciativas, y proyectos cuyo fracaso o éxito determinen ese espacio que no podemos saber de antemano, siempre vale la pena especular un poco.

Sin embargo, los valores que nutren cualquier conversación, sea concreta o especulativa, se hallan siempre en las experiencias ya vividas. La rutina muchas veces no da oportunidad o a veces no encuentra lugar para experiencias con cierta connotación de epifanía, esos instantes donde ciertas ideas, sentimientos, o valores se nos revelan y apelan a nuestra sensibilidad. Para que esto suceda se precisan dos condiciones: que el hecho en sí suceda y que haya por lo menos uno a quien lo conmueva.

Muchas veces el rol de un líder comunitario, agobiado en el día a día, es compartir estos momentos tan significativos en los cuales el sentido de lo comunitario queda encapsulado. La paradoja es que individualismo y comunidad no son opuestos sino que, por pura semántica, son dos expresiones de lo mismo. El judaísmo se hace cargo de esta paradoja desde su concepción: es la idea de un individuo, la construcción de una familia devenida comunidad, y la regulación de los vínculos comunitarios la que habilitó, por generaciones, la experiencia como colectivo que, a su vez, se nutre de y alimenta al individuo.

Ayer recibimos en nuestra comunidad, NCI de Montevideo, a hijos, nietos, y bisnietos de una líder comunitaria legendaria para nosotros, Ría Okret Z’L. En su momento fue muy conocida y reconocida por su traducción al español de ensayos y artículos de grandes pensadores del Movimiento Conservador (Masortí) del mundo norteamericano. Fue artífice de la gran renovación que vivió la comunidad a partir de 2003, integró dos Directivas como Pro-Secretaria, y fue una incansable defensora de los derechos de la mujer en el ritual judío: usaba kipá y talit.

Recorrer con su familia el edificio comunitario que ella contribuyó a construir (la comunidad se mudó de su edifico histórico en el centro de la ciudad al barrio donde viven la mayoría de los judíos), explicar cuáles fueron sus rincones dilectos, sus causas más queridas (la única Mikve no ortodoxa del Uruguay), y recrear su sentido del humor y su pasión, fue un momento de epifanía. En un edificio a esa hora vacío, a través de esa familia que venía a reencontrarse con su pasado, uno pudo captar la dimensión de la obra (edilicia e ideológica) de estos veinte años, de los cuales lamentablemente Ría se perdió la mitad. Como se acostumbra, hubo piedra fundamental mucho antes de comenzar el proceso de la obra, pero individuos como Ría son “piedra fundamental” espiritual, tan reales como las simbólicas que uno entierra en algún lugar del terreno.

Por si no fuera suficiente, hoy recibimos una carta de un socio de todas las horas, ahora radicado en Punta del Este, largamente octogenario, lúcido, sabio, inquieto, opinado, y sobre todo un consejero de todas las horas en lo personal y en lo colectivo, Elías Bluth. Agradecía en su carta la atención que la comunidad acostumbra tener con sus socios en estas ocasiones y compartía con nosotros haber leído el texto en hebreo incluido en el mensaje sin dificultad. No es esa la anécdota, sin embargo: hizo referencia a un comentario mío, alguna vez, sobre haber completado una lectura completa de un libro en hebreo (idioma que hablo y entiendo bien pero cuya lectura en extenso siempre me costó). Su recuerdo disparó el mío al libro en cuestión: “4 Conferencias Bíblicas” de Yair Lapid sobre cuatro personajes bíblicos bajo una mirada crítica (la de Lapid, claro).

La historia no se repite pero se parece. Cada tanto, los ciclos se cierran. Hemos recordado a Ría Okret cantidad de veces en público y en privado, y Elías Bluth sigue vigente, atento, y servicial. Estas líneas no son un homenaje a ellos, de eso ya se ocupó la NCI oportunamente, como corresponde. Las anécdotas en torno a estos dos entrañables amigos y apoyos, su obra, sus ideas, sus legados, nuestras conversaciones de todas las horas, de pronto quedan inscriptos en ese momento de significación y relevancia que yo suelo asociar con la epifanía joyceana. Puedo jactarme, porque mi tradición me respalda, que estos momentos trascienden lo individual y que, a diferencia de los personajes de Joyce, no se desvanecen en el fatalismo y la predeterminación. Por el contrario, se perpetúan, si no todos los días, ni todas las semanas, seguramente alguna vez en el año: nuestro calendario hebreo nos da muchas oportunidades.

Últimamente tengo una sensación muy fuerte de fragmentación del mundo judío. Como si la vorágine de los tiempos pos modernos, el vértigo de la comunicación, la oferta de ideas y propuestas, y precisamente ese culto al individualismo y la libertad de elegirlo todo actuarán en contra de nuestro afán de perpetuar el judaísmo. Tal vez el error sea el concepto de “perpetuar”, porque nada es perpetuo. Tal vez la opción esté en convertirse en una alternativa, una elección posible (más allá de haber nacido judíos o no), dentro de esta avalancha de elecciones identitarias. Lo judío no quita lo individual; por el contrario, lo enaltece y significa. Sobre todo, el judaísmo en su expresión comunitaria no nos deja solos. Nunca.