David Hartman Z’L

Ni el terremoto en Turquía y en Siria ni el terremoto político ideológico que atraviesa Israel desde noviembre pasado son razones suficientes para soslayar una efemérides que en buena medida es el sostén ideológico y la razón de ser de este blog, o cómo prefiera el lector llamarlo: hoy, 10 de febrero, se cumplen diez años del fallecimiento del rabino y filósofo David Hartman Z’L.

A quién interese, puede leer acerca de su vida y obra en forma sucinta en Wikipedia https://en.wikipedia.org/wiki/David_Hartman_(rabbi) o en https://www.hartman.org.il/person/rabbi-prof-david-hartman/, el sitio web del instituto que él fundó.

Resulta más difícil aquilatar la influencia que un pensador judío anglosajón puede tener en las comunidades judías latinoamericanas. Como dijera su hijo y sucesor Donniel Hartman en una entrevista que nos concedió vía zoom en 2021 (https://youtu.be/E-eTME3QdXs), se trata de “traducir” su obra y legado a un lenguaje acorde a las necesidades de cada comunidad. Los Hartman hicieron aliá como grupo familiar en 1971; el principal público de David Hartman fueron los israelíes y los judíos de los EEUU y Canadá. Ese sigue siendo el foco principal del Shalom Hartman Institute que fundó en 1976.

Tuve el privilegio de poder escuchar al patriarca David durante los tres primeros años que asistí a los Programas para Dirigentes Comunitarios (CLP) del Instituto: 2009, 2010, y 2011. En 2012 ya estaba muy enfermo y falleció siete meses más tarde. En el programa solía figurar simplemente como “Una Velada con David Hartman”; siendo la asistencia abierta, el Beit Midrash rebosaba de gente. En 2011 me acompaño mi hijo que por entonces estudiaba en Jerusalém; creo que ha sido uno los legados judíos más importantes que le habré dejado en nuestra vida en común.

En aquellas encuentros había un tema propuesto, rector, pero rápidamente David abandonaba toda pretensión académica y se despachaba con sus grandes planteos éticos, su ideología, su visión amplia y plural del judaísmo, su pasión por algunas costumbres, su crítica a algunas obsesiones de tipo ritual, y sobre todo con sus disquisiciones llenas de sutil ironía y humor.

Recuerdo especialmente su apego a la siesta sabática y su urgencia por el final de Shabat para poder ver los partidos de la NBA en la televisión, así como su sorna por lo que yo denomino la “escalada kasher”, el afán permanente de “elevar” los estándares de kashrut en los que insisten algunos colectivos judíos; él decía, “just give me plain kosher”. Para mí, que venía de un mundo judío de denominaciones y etiquetas, el discurso plural y abarcador de Hartman fue una revelación, una suerte de bálsamo para mi búsqueda de un discurso judío relevante.

Había publicado por ese entonces el que sería su último libro. Su legado ya estaba en manos de la siguiente generación: su hijo Donniel, su hija Tova (fundadora del minián ortodoxo moderno y feminista Shirá Jadashá en la Moshava Guermanit), su ex yerno Moshe Halbertal (fortuitamente nacido en Montevideo), y tantos otros que lo siguieron desde la Universidad Hebrea de Jerusalém cuando fundó su propio instituto. Al día de hoy se suman nuevas generaciones de jóvenes académicos y pensadores que aportan sus propias ideas pero siempre en el marco de referencia que David dejó bien encuadrado.

Su propia trayectoria de un hogar ultra-ortodoxo en el Bronx, su formación con el famoso Rabino Joseph B. Soloveitchik, y su posterior formación académica universitaria fue el camino que allanó para su descendencia, sean hijos o discípulos. No puede concebirse un Instituto como el Shalom Hartman, tan comprometido con los valores del pluralismo y la diversidad, si no está fundado sobre la solidez de una vida judía de acción y compromiso. El mérito y el valor de un legado como el de David Hartman son especialmente verosímiles cuando uno bucea en las fuentes y en los procesos que habilitaron tal legado. El “discurso Hartman”, como me gusta llamarlo, no surge por rechazo sino por evolución, es la consecuencia de una búsqueda personal y familiar al mejor estilo de la experiencia de nuestro patriarca Abraham.

Su obra fundamental, traducida al español, es “El Pacto Viviente”, editado por Lilmod en 2006. Allí David Hartman confronta y dialoga con su maestro Soloveitchik y con su “contemporáneo” Yeshayahu Leibowitz en relación al concepto pactual y los nuevos paradigmas del judaísmo que él, Hartman, propone. También en español encontramos “La Tradición Interpretativa” de editorial Altamira en 2006, una colección de ensayos. Tal vez este último título así como el de uno de sus best-sellers, “A Heart with Many Rooms”, “una celebración de las diferentes voces dentro del Judaísmo”, son los que representen más cabalmente su pensamiento y filosofía en su última década.

Sin embargo, y con todo el valor que tienen los libros, aproximarse a David Hartman y su “obra” (que excede los libros) supone escucharlo o en su defecto escuchar acerca suyo. Hemos tenido el privilegio de escuchar a renombrados académicos explicar a David Hartman: sean Shraga Bar-On o Chaim Seidler-Feller en el Instituto en Jerusalém o Daniel Fainstein en la NCI de Montevideo. Una y otra vez su ideología y su discurso se renuevan y con ellos el compromiso y desafío que cada uno siente por “lo judío”. Por último, está el catálogo de conferencias que nos ofrece, por ejemplo, YouTube en https://youtu.be/OMGqYDbWnLI, o en el propio sitio web del Instituto en www.hartman.org.il Escuchar a los Hartman, sean padre o hijo, es una experiencia de profecía en tiempos modernos.

La experiencia judía es una experiencia comunitaria. Somos judíos en función de la comunidad a la que pertenecemos. El legado de David Hartman Z’L y la continuación de su obra, que abarca tanto Israel como los principales centros de vida judía en América del Norte, casi no es conocido en nuestras latitudes. Los desafíos que enfrentamos aquí no son los mismos que enfrentan allí. Sin embargo, el “discurso Hartman” bien puede aplicar a cualquier situación y coyuntura si lo pensamos como una cuestión de principios; de ese modo nos ayuda a confrontar las realidades por complejas que sean.

En ese sentido, la principal conclusión que se me ocurre aventurar en esta fecha y en esta década es que la diversidad que David Hartman proponía como un desafío hoy se ha convertido en una realidad que se impone. Seguir mirando el Judaísmo con un lente específico y excluyente pone en peligro, si no su continuidad y existencia, su relevancia. Solamente una visión abarcativa, dinámica, inclusiva, y abierta a nuevos modelos permitirá que más judíos se sientan parte. El Judaísmo será la historia que elijamos contarnos acerca del mismo, dijo Donniel Hartman; el discurso que instaura su padre David y preserva e innova el Instituto es el marco habilitante para construir esos nuevos relatos.

Sobre todo, David Hartman nos ha legado la noción ética por sobre cualquier otra, incluso en la vida y práctica judía. No es exclusivo de Hartman, me consta: pero la noción de que todo lo que hacemos en nuestra vida tiene un propósito moral y un sentido ético se corona por sobre cualquier otra consideración judía. Lo dice el midrash: “derej eretz kadma laTorá”, lo que libremente traducido quiere decir que la conducta humana precede al estudio (¿y la práctica?) de la Torá. Somos un pueblo de práctica y ritual, pero antes, y sobre todo, somos un pueblo de conductas y acción. David Hartman, de bendita memoria, actualizó este legado en términos modernos y nos dejó enfrentados a los desafíos del nuevo milenio.