Pesadilla hecha Realidad
Hay un refrán muy popular que dice más o menos lo mismo acerca de perros o patos: “si tienen tales y tales características (excluyentes), son tal criatura (y sólo tal criatura)”. En otras palabras, si se dan ciertas condiciones, la conclusión es irrefutable aunque haya porfiados en refutarla. Hay otro refrán que me gusta mucho y dice más o menos así: “quién duerme con niños amanece mojado”, cuyo significado más académico apunta a no confiar en ineptos; para mí, siempre ha significado que rodearse de personas equivocadas trae consecuencias no deseadas. Como sea, cuando voy leyendo, twitt a twitt, titular a titular, las noticias que llegan desde Ierushalaim (porque en esto Tel-Aviv tiene poco que ver), no puedo sino pensar en ambos dichos populares en relación al actual gobierno de Israel. Si no fuera que las noticias me atañen, sonreiría sarcásticamente. Pero quisiera llorar.
Reconozco que al mismo tiempo soy muy escéptico respecto al poder de las manifestaciones, las protestas, volanteadas, o recursos de ese tipo cuando los hechos están consumados. Creo un poco más en el valor de la opinión editorial (de lo contrario no insistiría con la mía), las entrevistas, el arte en general al servicio de ciertas causas. En el juego democrático lo único válido son los votos y cómo estos se procesen de acuerdo a cada sistema; todo lo demás son fuegos de artificio. La actividad intelectual es paralela al juego democrático y mucho más libre. Hasta que los gobiernos se meten con ella, pero en este caso todavía no hablamos de eso.
El barco de la democracia israelí tal como la hemos conocido estos setenta y cinco años, desde Ben-Gurión al día de hoy, se hunde bajo el peso del dogma, el fanatismo, y los intereses personales expresados en términos de impunidad y poder. Está sucediendo ante nuestros ojos desde el momento en que el nuevo gobierno asumió: Ben-Gvir prometió ir al Monte del Templo, y fue; Netanyahu prometió someter al poder judicial, pues la reforma ya está encaminada. Así como Dios supo hablarnos por signos y señales cuando nos liberó de Egipto (porque no queríamos creer), ésta fatal combinación de fanatismo y corrupción que se ha apoderado de Israel (subido a las espaldas del Likud como el escorpión sobre la rana en la famosa fábula de Esopo) nos lo está diciendo de la misma manera: convirtiendo báculos de liderazgo en serpientes.
Todos sabíamos lo que iba a suceder: ganadores y perdedores. Está sucediendo. El elefante ya está en la sala. La cuestión es ver cuánto rompe, cuán grave es el destrozo, y si eventualmente alguien conseguirá sacar al elefante de ese lugar, o si nos acostumbraremos a vivir con él y sin todo lo que rompió. Ni hablemos de reparar los daños. ¿Quién puede aventurar nada? No empecemos a buscar los matices en Ben-Gvir, Smotrich, Deri, o cualquiera de los iluminados que ahora ocupan bancas ministeriales; no hay matices. Los que ganaron votos con un discurso extremista son extremistas; los que ganaron una banca como retribución de favores siempre serán traidores. ¿Quién dice que alguno no se de vuelta en el futuro?
Israel tiene el gobierno más a la derecha de su historia. Si dura, las consecuencias serán históricas y probablemente irreversibles. Quién sabe, tal vez se dividan los reinos como en la antigüedad: Tel-Aviv y la franja costera por un lado, Ierushalaim y “los territorios” por otro. Además, los árabes, los drusos, los beduinos… Tal vez el concepto de Federación que alguna vez escuchamos en relación judíos y palestinos, y que nos sorprendió tanto, ahora aplique a judíos, judíos, palestinos, y así sucesivamente, si es que se quiere preservar algún tipo de sistema democrático. Como sea, si este gobierno dura no habrá forma de suavizar sus consecuencias. Deberemos, debemos, asumirlas; sin acrobacia para caer parados, porque siempre, indefectiblemente, nos daremos un golpe. Un choque frontal con la realidad que se nos viene de frente.