Uruguay @Catar5783
La semana pasada escribí acerca del fútbol y el judaísmo: sostuve, básicamente, la ausencia de vínculo entre ambas, en especial a la luz de la inminente festividad de Janucá y sus connotaciones. Sin embargo, desde este portal judío sobre “lo” judío me tomaré la libertad de hablar de fútbol. Probablemente muy influenciado por mi percepción judía del mundo: colectiva, socialmente responsable, y educativa. Ponerle un filtro judío a los acontecimientos no supone, necesariamente, convertirlos en “judíos”.
La Selección de fútbol de Uruguay quedó eliminada del Mundial de Catar 2022 en primera fase relegada a un tercer puesto en un grupo parejo. Da para pensar si precisamente por esta razón los ciertos o supuestos errores u horrores arbitrales (VAR incluido) son pertinentes o, en realidad, todo se reduce a la esencia del juego: Corea hizo el gol que Uruguay no quiso o pudo hacer pero que ambos precisaban.
Mi opinión es que, si sólo hacemos un corte sincrónico en los últimos cuarenta y cinco minutos del total jugado, la responsabilidad de no clasificar es exclusivamente del equipo y en especial de los jugadores. Como la liebre de la fábula de Esopo, cuando el equipo se dio cuenta era demasiado tarde. Los gestos de un DT (Alonso) “empujando” al equipo a atacar, a diferencia de los brazos de Moisés levantados durante la batalla contra Amalec, no garantizan el triunfo; el fútbol no obedece a la fe.
Creo, sin embargo, que debemos echar una mirada de tipo diacrónico al proceso para entender lo que sucedió. No que yo vaya a explicar nada nuevo, nada que los comentaristas y analistas no estén ya explicando desde el fatal partido con Corea del Sur. Porque es con ellos, los coreanos, que perdió Uruguay la chance de seguir por lo menos una instancia más: perdió un partido que debía ganar y no se cubrió de un gol que ellos habían demostrado que podían hacer.
Seguramente la génesis de este fracaso (el mayor desde 2010, aunque no tan grave si tomamos en cuenta las ausencias en 1978, 1982, 1994, 1998 y 2006) se remonte al cambio arbitrario del calendario de las Eliminatorias que, derrotas mediante, precipitó la salida de Tabarez después de quince años; cambio que a su vez, explican quienes politizan el fútbol, se gestaba desde el gobierno nacional. El problema no es la causa, porque los partidos ya se jugaron y las suertes están laudadas; el problema es la consecuencia, las conclusiones, las desilusiones.
La racha no tanto ganadora sino de dignificación del equipo nacional uruguayo coincide con varios factores: un período económico de prosperidad; un gobierno “popular”; personalidades descollantes en la cancha y en la línea de cal; y un profesionalismo “europeo” importado. “Repatriados” eran todos, y si bien viajaron en clase ejecutiva, también supieron ser ejecutivos en su rol cuando tocó. Durante diez años supimos codearnos con la élite del fútbol mundial, rankear entre los diez mejores, y nunca pasar vergüenza. ¿Por qué ahora sí?
La desazón colectiva, la frustración a sabiendas que podía ser mejor, no obedece tanto al juego como al manejo que se hizo del mismo. El sucesor de Tabarez mantuvo un perfil de alta personalidad, a la vez que mejoró notoriamente su presencia en el campo de juego y ofreció un discurso más ganador; acaso demasiado. No habló de “minimizar al rival”, frase que terminó, entre otros factores, costándole el puesto a Tabarez, pero en definitiva lo respetó tanto que ni siquiera intentó ganarle a Corea; mucho menos a Portugal, que es más temible.
Tal vez no había tantos jugadores de alta competencia para completar los veintiséis permitidos pero llevar seis jugadores fuera de edad, estado, y competencia fue un lujo irresponsable. Muslera para suplente, vaya y pase; Cáceres como comodín, todavía; pero Godín recién recuperado, Cavani sumado tardíamente a un equipo, Suarez en Nacional (fútbol cabotaje), y Araújo lisa y llanamente lesionado, representan más del veinte por ciento del plantel; sobre todo, representan un grado superlativo de subestimación de los rivales y el evento. Son la expresión del pecado de hubris, soberbia, que afecta a tantos DT y del cual Alonso no fue la excepción.
El Uruguay entero, el pueblo en su sentido más amplio y plural, fue testigo de este proceso de errores. Si se denunciaba con vehemencia, probablemente el denunciante perdería protagonismo y tribuna. El populismo ya nos ha enseñado cómo hay que alinearse con el discurso facilista del nacionalismo chauvinista e irracional. ¿Cómo meterse con alguien denominado “el Tornado”? No, no era “el Maestro”, pero al final al propio “maestro” empezamos a faltarle el respeto. Se faltó el respeto a los uruguayos por parte de los responsables de liderar este fenómeno llamado “fútbol uruguayo”. Más que “garra charrúa” quisieron vender espejitos pero se hicieron añicos antes que podamos vernos reflejados en ellos.
Durante la década que comenzó en 2010 la selección uruguaya, aun en sus momentos menos felices, nos devolvió nuestra mejor imagen: los ojos desencajados y pasionales de Lugano, la vincha de Palito Pereira o Diego Pérez, la contracción de Cavani, y le mirada de prócer de Forlán en cada tiro libre. En la cancha se gana, se pierde, o se empata; pero en la vida y en la historia de los pueblos, se persigue la dignidad por encima de cualquier otra consideración. Catar 2022 será recordado como el Mundial donde la búsqueda de la dignidad no fue planificada sino espontánea.
Cuando Tabarez fue despedido escribimos que debió irse solo una vez finalizado el Mundial en Rusia 2018: tres mundiales consecutivos más el de Italia 1990 es un record por sí mismo. La tentación de sumar cuatro mundiales por parte de los veteranos de este grupo es comprensible, pero alguno debió quedar fuera de la lista y el resto debió reservarse para eventualidades. Uruguay quedó, una vez más como hasta 1954, condicionado por su historia; que fue de gloria pero que como cualquier historia, ya es sólo memoria.