Estas y Aquellas. El valor del disenso.

Martín Kalenberg para TuMeser

Patricia era una compañera de facultad. Mujer, feminista, emepepista, no judía, no creyente, hincha de River y del barrio Peñarol.

¿Qué teníamos en común? Absolutamente nada. De hecho, se podría decir que nuestras ideas estaban en las antípodas. Lo interesante es que siempre intentábamos dialogar, aun en el desacuerdo (lo cual era lo más común).

Recuerdo que cierta vez un periodista argentino vino a dar una charla sobre el régimen castrista en el teatro del diario El País en la Plaza Cagancha.

Patricia no quería escuchar lo que este reportero fuera a decir sobre la dictadura cubana. Le dije que tenía que oír sus argumentos y así saber como contrarrestarlos, así como yo debería escuchar a un conferencista propalestino.

Así como quería compartir una clase con compañeros que pensaran diferente (cosa que me aportó en lo humano, en lo académico y en lo profesional) también pienso que una comunidad/sinagoga tiene que estar compuesta por personas que piensen diferente y así lo puedan manifestar públicamente mediante charlas, debates o intercambios de ideas, sin temor a ser censuradas por ello.

De lo contrario, caeríamos en una problemática que planteó con gran claridad el rabino ortodoxo moderno israelí-holandés Nathan Lopes Cardozo: hay personas con las que no puedo rezar, pero sí puedo hablar. Sin embargo, hay con quienes puedo rezar, pero no puedo hablar.

Esta es una de las grandes problemáticas judías, la cual podemos evitar si tan solo seguimos el dictamen talmúdico (Eruvin 13b): “estas y aquellas son las palabras del Dios viviente”.

Esta sentencia talmúdica prácticamente solo es tomada en cuenta por las corrientes liberales del judaísmo religioso y se ha convertido en su caballito de batalla y leit motiv, pero es ignorada por parte de la ortodoxia, incluso la moderna.

El “estas y aquellas”, referido a las enseñanzas y dictámenes de las escuelas de Hilel y de Shamai (comienzos de la Era Común), enfatiza en que es loable que haya más de una posición respecto a un tema.

De hecho, la jurisprudencia judía siempre ha conservado las opiniones no aceptadas en cierto momento histórico, ya que quizás en el futuro puedan ser relevantes para resolver cierto problema.

Con “estas y aquellas” mantenemos vivo a Dios y al debate e interés por lo judío, despertamos la curiosdad de los chicos y los jóvenes en lugar de transmitirles un dogma. Dios vive en y gracias a nuestro debate.

De hecho, el judaísmo es lo más antidogmático que hay. Lo más parecido a un dogma son los 13 principios de fe del pensador, legislador y médico Moisés Maimónides (1138-1204).

Cuando obviamos el debate ganan la intolerancia y los agravios.

Justamente, a principios de julio de 2022, en ocasión de la presentación del nuevo libro del dos veces expresidente doctor Julio María Sanguinetti, el historiador Gerardo Caetano se refirió a la cultura de agravios propia de la actual política uruguaya en esta época de las redes sociales.

Cuando obviamos el debate, ganan la ignorancia y el chisme. De hecho, hay un versículo bíblico en el libro de Levítico (19:16) en el cual se estipula que no hay que estar entre los “chismosos de Israel”. Lo interesante es que ese versículo sigue con el texto “no te quedarás parado (inmóvil) ante la sangre de tu hermano. Yo soy Dios”.

La pregunta es: ¿cuál es el vínculo entre la primera y la segunda parte de este versículo, las cuales parecen inconexas?

Entiendo que cuando caes en el chisme, el agravio, la calumnia y el rumor, te dejaste de preocupar por la sangre de tu hermano, por su bienestar físico y emocional.

También dejaste de dialogar e intercambiar ideas con él porque tus intereses están centrados en asuntos banales y vulgares. Por tanto, sos indiferente ante sus ideas y pensamientos.

La falta de debate es el nuevo tzaraat, una enfermedad bíblica (comparada por algunos a la lepra) que atacaba no solo la piel de la persona, sino también a sus posesiones materiales.

Al enfermo de tzaraat se lo conocía como el metzorá, definido por la exégesis judía como aquel que de su boca solo salen palabras oprobiosas sobre sus semejantes.

Cuando caés en el agravio en lugar de dar el debate de ideas, te enfermás de tzaraat, y no solo vos, sino también todo lo tuyo.

Para contrarrestar los discursos hegemónicos, sean los liberales o los ortodoxos, no queda otra que dar el debate de ideas, aunque quienes no aceptan el disenso te vayan a calificar de reaccionario o de hereje.