El Mundial y Los Judíos
Como no podía ser de otra manera, el Mundial Catar 2022 dio lugar a expresiones antisemitas de todo tipo y color: desde la más irresponsable ignorancia de asociar lo judío con Polonia (ni me voy a molestar en explicarlo, está lleno de twitteros que se dedican a armar larguísimos hilos explicando hechos históricos que el buen antisemita ignora en ambos sentidos del término) hasta las agresiones a periodistas de un canal israelí que osaron aterrizar en Catar ilusoriamente amparados en “la fiesta del fútbol”. ¿Somos tan ilusos como para creer que un Mundial en un país como Catar, financiador del terrorismo pro-palestino y palestino, podía suponer una tregua en el hostigamiento antisemita? ¿Confundimos geográficamente Catar con Emiratos Árabes Unidos, cuyos acuerdos con Israel, además, son comerciales, no principistas? ¿Ignoramos que Egipto y Jordania, que firmaron acuerdos de paz con Israel, no tienen el menor interés por nuestro país excepto el estratégico sostenido por la convicción de que es invencible? Escucho que hay religiosos (ortodoxos, con kipá y tzitzit) dando vuelta por Doha… ¿es un acto de heroísmo o una provocación inútil? Como me pregunté una vez respecto a la Tour Eiffel (https://tumeser.com/?s=tour+eiffel), ¿qué tiene que hacer allí un judío?
Tenemos una fijación obsesiva con la normalidad o la normalización de lo judío en el contexto global, cuando en esencia el judaísmo no tiene nada de normal. Su naturaleza es esencialmente diferenciadora, su escala es mínima, la fuerza de sus ideas es arrolladora pero el rechazo hacia sus fieles, ritos, y literatura, eso que llamamos antisemitismo, es tan viejo como la cultura occidental. A los efectos cristianos, que Jesús naciera judío no es relevante, lo relevante es su evangelio, su resurrección, y el concepto de la parusía; a los efectos islámicos, que El Profeta, el Corán, y su sistema estén inspirados en la tradición de Israel es insignificante, hemos sido siempre sus “otros” tolerados, la señal de su fe superadora. Más aún: con la creación del Estado de Israel en el extremo occidental de lo que consideran “su” territorio, el Islam aborrece la anomalía y la percibe como una punta de lanza de Occidente. El éxito de Israel como estado tiene, en sí mismo, muy poco de “normal”. Herzl buscó “normalizar” la vida de los judíos a través de la creación de un Estado; lo que finalmente se ha logrado es minimizar el abuso histórico hacia el judío; de normal, nada. Por algo la lupa con que se mira a Israel es de uso exclusivo para ese país y ningún otro.
Entonces, ¿qué tenemos que hacer con un Mundial? Verlo por TV. El día que Israel clasifique, será otra historia. Mientras tanto, y desde hace más de cincuenta años, cuando Israel debutó en los Mundiales frente a Uruguay en México 1970, es un espectáculo del cual tenemos el privilegio de ser espectadores; estamos lejos de ser protagonistas. No es un campo en el cual nos destaquemos. El juego es popular en Israel como tanto producto de consumo occidental, pero no por nada el futuro ministro Smotrich amenazó con prohibirlo en Shabat porque incita a violar su práctica. En todo caso, y aunque se juegue y sea negocio en Israel como en todo el mundo, el juego del fútbol es una de las tantas versiones del viejo circo romano y el culto helénico por el deporte y la destreza. El fútbol no tiene nada de judío aunque haya judíos que lo practiquen, judíos que lo dirijan, y judíos que lo disfruten (quien esto escribe). Es un relato épico en forma de juego de pelota, pero no es nuestro, no cuenta nada de quiénes somos o por qué existimos ni cuál es nuestro propósito de existir. El fútbol no es materia de sinagogas. La interpretación de sus reglas no surge del Talmud. Su razón de ser, derrotar al otro, no es esencial en nuestra Torá. Puedo conceder que el concepto del empate sea una idea judía, un estado en el cual todos ganan un poco a costa de perder un poco más. Hasta ahí.
Ha comenzado el mes de Kislev, el mes de Janucá. Janucá es la festividad del milagro según la tradición rabínica, y la festividad de los Macabeos según la tradición nacionalista. La tradición rabínica sepultó las ansias combativas y beligerantes por muchos siglos en aras de la supervivencia como nación en condiciones anómalas. Con el advenimiento de los nacionalismos y el Sionismo la gesta macabea adquirió nueva relevancia. Sin ese sustento mítico-histórico, así como otros héroes reales o fabricados, seguramente no habría habido Levantamiento en el Guetto de Varsovia ni heroísmo y prevalencia en las guerras de Israel. Cuando estemos atravesando la semana de Janucá este año 5783 el Mundial habrá finalizado, pero el Judaísmo seguirá encendiendo sus luces en forma progresiva; no cada cuatro años, sino cada año. Nadie queda afuera, todos podemos difundir la luz. A diferencia del Judaísmo, la luz es universal. Sí, como el fútbol. No helenicemos más nuestro ya frágil legado judío entreverándonos con polémicas políticas e ideológicas que el fútbol habilita. Ya tenemos bastante.
Disfrutemos el Mundial como ciudadanos del mundo, obviemos las provocaciones, y asegurémonos de tener las cuarenta y dos velas prontas para Janucá.