Democracia Israelí
No hay nada malo con la democracia israelí. Las recientes elecciones no despiertan suspicacia sino temor. El sistema, seguramente perfectible, como cualquier sistema, arroja un resultado. La ingeniería electoral se ocupa del resto. Si en las pasadas elecciones Naftali Bennett fue Primer Ministro con sólo siete bancas en la Kneset, ¿cómo podemos cuestionar el legítimo derecho de Ben-Gvir y compañía a reclamar tres ministerios? El problema no es el sistema, “la democracia israelí», el problema es el resultado de la elección. Con algunas pocas variables, otra sería la historia; pero el resultado ha sido inequívoco.
Los que gritamos “gevalt” no lo hacemos espantados por el sistema sino por los votantes que determinaron un crecimiento tan importante de sectores extremistas, dogmáticos y racistas. Nadie denunció una tragedia durante más de una década de prevalencia de los partidos ultra-ortodoxos y la Derecha de Bennett y Ayelet Shaked; no nos gustaba, pero vivíamos con eso. Hay infinidad de realidades que podían ser diferentes y no lo eran por esa coalición gobernante, así como había esperanza de cambios más profundos habilitados por el gobierno de Bennett y Lapid, libre de religiosos; no llegó a suceder.
La historia está llena de extremistas que llegaron al poder por medio de la legitimidad de las urnas. Sin irnos a los extremos, en lo personal no daba crédito a mis ojos cuando Sharon fue Primer Ministro; ya había hecho estragos como Ministro de Defensa en la Guerra del Líbano de 1982 y fue la provocación en la que se excusaron los palestinos en la 2ª Intifada: nada es gratis. Que al final desanexara Gaza y parte de la Cisjordania no compensa aquellos desatinos; tal vez si hubiera vivido unos años más hubiera conseguido mayores logros pacifistas de algún tipo.
¿Alguien imaginó alguna vez un Tupamaro Presidente de la República Oriental del Uruguay? Sucedió con Mujica y tuvo su costo. ¿Chávez, no llegó al poder democráticamente en Venezuela? Para frutilla de la torta, ¿qué decir de Trump que se tragó el Partido Republicano de los EEUU y derrotó a la Clinton mediante un sistema electoral tan complejo como cuestionado? Sólo cabe decir: véase “January 6th” (2021), el asalto al Capitolio. Tal vez el irresistible ascenso de Smotrich y Ben-Gvir (¡Ui!) arrojen una luz más benigna sobre la vieja, querida, e inofensiva Derecha de Bennett y Shaked.
La Democracia Israelí se verá afectada si la Kneset vota una ley mediante la cual una mayoría simple puede anular una sentencia de la Suprema Corte de Justicia; si vota mediante algún artilugio legal la cancelación del juicio a Netanyahu; o si vota algún tipo de ley discriminatoria explícita. Dicen algunos que estamos al borde de ese abismo, y no tengo porque dudar su intuición. Hasta ahora, en lo personal, me he limitado a expresar mi profunda desazón por cómo una mayoría de mis conciudadanos israelíes ha preferido esas opciones extremas a otras más moderadas pero igualmente legítimas.
Los valores que las nuevas mayorías parlamentarias de Israel representan no me representan a mí como judío. Ponen en riesgo el sutil equilibrio del Estado entre “democrático” y “judío”, dos adjetivos no excluyentes pero que pueden generar fricciones; en la nueva coyuntura, temo que lo democrático pierda ante lo judío: coartar libertades individuales en pos de una halajá colectiva e impuesta es, para mí, una pésima decisión. Con eso ya amenazan los Smotrich y sus secuaces. Veremos hasta dónde llegan.
Muchos confían en la capacidad de King Bibi de controlar sus extremos. El problema es que si bien Bibi llega con sus treinta y dos escaños (Bennett llegó con siete), su dependencia de los catorce de Smotrich más dieciocho de los partidos “jaredim” lo deja enfrentado a ellos de igual a igual. Será el Primer Ministro, pero cómo gobernará ya es otra historia. Ese es mi temor. Netanyahu mantendrá el statu-quo internacional, evitará guerras, será prudente con Irán, en eso le tengo confianza. Hacia la interna de Israel y el Pueblo Judío, ahí está mi temor. Ojalá el vaticinio del periodista estadounidense Thomas L. Friedmann no se cumpla: que el Israel que conocimos no haya desaparecido.